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Final del verano, 2014. A estas alturas de la película, uno ya está más que hastiado, cabreado, colérico, indignado, enfurecido, sublevado, exasperado, iracundo..., frente a las mentiras del Gobierno, el mismo que nacionalizó las pérdidas supermillonarias de la banca y privatiza los hospitales, el que cierra por doquier camas hospitalarias y aulas educativas, el que condena al limbo a los dependientes, el que amnistía a los defraudadores y permite los desahucios, el que pretende una nueva Ley de Seguridad Ciudadana para reprimir mejor a quienes se atrevan a protestar por sus medidas, el que vende armas a la Venezuela que tanto critica y promueve la reforma de la jurisdicción universal para satisfacer al Gobierno de China, el que nada dice del embargo contra Cuba y comercia con dictaduras como la de Teodoro Obiang, el que enmudece cobardemente frente a los desafueros de Marruecos contra los inmigrantes, el que habla de transparencia y regeneración democrática y cambia sin consenso las leyes electorales para garantizar su mayoría absoluta (por ejemplo, el pucherazo de María Dolores [de] Cospedal en Castilla-La Mancha; por ejemplo, la pretensión de cambiar el sistema de elección de alcaldes y presidentes autonómicos, otro pucherazo), el que manipula la televisión pública y gobierna a base de decretos ley, el que habla de igualdad y favorece la desigualdad entre pobres y ricos, el que niega la desnutrición infantil y reparte como se le antoja las ayudas para combatirla, el que pretende imponer la maternidad forzosa a las mujeres embarazadas que no deseen tener hijo... La lista de despropósitos podría crecer hasta el infinito y la verdad es que uno ya está cansado de ver tanta tropelía, tanta prepotencia.
Por eso, oyendo a Rajoy hablar de «raíces vigorosas», uno piensa si no sería más apropiada la expresión «raíces profundas» para referirse a cuanto está sucediendo y pueda suceder en nuestro país. Esta segunda fórmula a uno le recuerda, cómo no, aquella mítica película dirigida en 1953 por George Stevens en que el impertérrito Alan Ladd, después de aguantar carros y carretas del malo de turno, insultos y humillaciones, termina propinándole una soberbia y justiciera paliza, ante los ojos atónitos del niño Brandon De Wilde.
Uno tiene claro quiénes son los malos de la película, desde el Gobierno a la troika. Pero, claro, a renglón seguido, uno se pregunta si tras los ojos del niño no estará la mayor parte de la ciudadanía que asiste perpleja a cuanto ocurre, y, sobre todo, si el Alan Ladd justiciero, no debería ser, de una puñetera e histórica vez, un frente de izquierdas, o ciudadano, o popular, o social, o como queramos denominarlo, capaz de parar democráticamente a los malos y sus políticas y de crear las bases de una sociedad más justa, más igualitaria y más libre.
Final del verano, 2014. A estas alturas de la película, uno ya está más que hastiado, cabreado, colérico, indignado, enfurecido, sublevado, exasperado, iracundo..., frente a las mentiras del Gobierno, el mismo que nacionalizó las pérdidas supermillonarias de la banca y privatiza los hospitales, el que cierra por doquier camas hospitalarias y aulas educativas, el que condena al limbo a los dependientes, el que amnistía a los defraudadores y permite los desahucios, el que pretende una nueva Ley de Seguridad Ciudadana para reprimir mejor a quienes se atrevan a protestar por sus medidas, el que vende armas a la Venezuela que tanto critica y promueve la reforma de la jurisdicción universal para satisfacer al Gobierno de China, el que nada dice del embargo contra Cuba y comercia con dictaduras como la de Teodoro Obiang, el que enmudece cobardemente frente a los desafueros de Marruecos contra los inmigrantes, el que habla de transparencia y regeneración democrática y cambia sin consenso las leyes electorales para garantizar su mayoría absoluta (por ejemplo, el pucherazo de María Dolores [de] Cospedal en Castilla-La Mancha; por ejemplo, la pretensión de cambiar el sistema de elección de alcaldes y presidentes autonómicos, otro pucherazo), el que manipula la televisión pública y gobierna a base de decretos ley, el que habla de igualdad y favorece la desigualdad entre pobres y ricos, el que niega la desnutrición infantil y reparte como se le antoja las ayudas para combatirla, el que pretende imponer la maternidad forzosa a las mujeres embarazadas que no deseen tener hijo... La lista de despropósitos podría crecer hasta el infinito y la verdad es que uno ya está cansado de ver tanta tropelía, tanta prepotencia.
Por eso, oyendo a Rajoy hablar de «raíces vigorosas», uno piensa si no sería más apropiada la expresión «raíces profundas» para referirse a cuanto está sucediendo y pueda suceder en nuestro país. Esta segunda fórmula a uno le recuerda, cómo no, aquella mítica película dirigida en 1953 por George Stevens en que el impertérrito Alan Ladd, después de aguantar carros y carretas del malo de turno, insultos y humillaciones, termina propinándole una soberbia y justiciera paliza, ante los ojos atónitos del niño Brandon De Wilde.