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Realismo singular en Antonio Fernández Molina

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A principios de verano de 1981, estando en el chalet que el poeta postista Gabino-Alejandro Carriedo poseía en la zona residencial Fuente del Fresno, de la localidad madrileña de San Sebastián de los Reyes, su propietario me dio a conocer la existencia de Antonio Fernández Molina. Enseguida quise saber de su figura y entré en contacto con él. Al poco, la primera conferencia que yo di sobre el movimiento postista la organizó Fernández Molina en una sala de Zaragoza, donde el escritor residía, durante un inhóspito atardecer en el que cundía el crudo cierzo que obliga a los viandantes a calarse las bufanda por encima de las narices; también se retrasmitía ese día un importante encuentro futbolístico. Fijándose en mi visaje alarmado, me tranquilizó: No te preocupes, vas a tener un público de al menos 25 personas. Cosa que así fue.

La obra de Antonio Fernández Molina es variada, pues fue poeta, novelista, ensayista, dramaturgo, traductor, crítico y pintor. Nacido en Alcázar de San Juan en 1927, aunque vivió poco en esta localidad, es hijo predilecto de esta villa manchega. Fue secretario de la revista ‘Papeles de Son Armadans’, de Palma de Mallorca, publicación dirigida por Camilo José Cela, viviendo entonces en las islas Baleares. Por su honda amistad con el poeta maño Miguel Labordeta, hermano del cantautor José Antonio, acabó trasladándose a Zaragoza, donde falleció en 2005. Vinculado por su mujer, Josefa Echeverría, con Casa de Uceda, pequeño pueblo de Guadalajara, en la campiña del Henares, está enterrado allí.

Antonio Fernández Molina no formó parte del Postismo, pues sus seis inequívocos integrantes de este movimiento vanguardista, fundado en 1945, cuando España estaba para pocas vanguardias, fueron únicamente Eduardo Chicharro, Carlos Edmundo de Ory, Silvano Sernesi -sus tres fundadores- más los auténticamente incorporados enseguida Ángel Crespo, Gabino-Alejandro Carriedo y Félix Casanova de Ayala; plana mayor en la que, de algún modo, se pueden integrar también la pintora italiana Nanda Papiri, mujer de Chicharro, Francisco Nieva, que entonces no era dramaturgo sino pintor, y su hermano Ignacio, músico. Pero Fernández Molina -creador de la revista filopostista ‘Doña Endrina’, como otros muchos: Carlos de la Rica, José Fernández Arroyo, Antonio Beneyto, Gloria Fuertes…- recogió la inmarchitable enseñanza postista, ese factor de permanente operatividad que siempre exhibió este movimiento. Al final de su vida ingresó en el Colegio Patafísico de París, comandado, entre otros, por Fernando Arrabal. Sin olvidar que Arrabal asume su primera estética partiendo de las fuentes postistas.

En este 2021 se publica la tercera edición de la novela fernándezmoliniana ‘Solo de trompeta’, la obra de su narrativa que el creador la consideraba como su predilecta. Se editó por primera vez en Alfaguara en 1965. La segunda edición apareció en 1987 en la editorial Prensas y Ediciones Iberoamericanas. La presente está algo enmendada y enriquecida con valiosos subsidios bibliográficos. El apéndice contiene tres textos: Una reseña de Guillermo Díaz-Plaja, publicada en ABC en diciembre de 1966¸otra de Pilar Quirosa-Cheyroze, aparecida en un monográfico que la revista ‘Pluma libre y desigual’ dedicó a Fernández Molina en diciembre de 1994; y un rico texto justificativo de Raúl Herrero, director de las ediciones de Libros del Innombrable, de Zaragoza, donde se ha publicado esta tercera edición.

La novela se abre con un prólogo de José Luis Calvo Carilla, el mayor especialista de la obra de Fernández Molina, quien informa que el escritor había dispuesto en su testamento que en su entierro sonase un solo de trompeta, algo que cabalmente se cumplió: “Nunca antes se había escuchado ‘Blue in Green’ con tanta emoción como aquella tarde del veinte de marzo de 2005 en el pequeño cementerio guadalajareño de Casa de Uceda, cuando la trompeta de Miles Davis acompañó el féretro de Antonio demorándose en los largos.”

En principio, fuera de sus hondos empeños estético-psicológicos, ‘Solo de trompeta’, con un Miguel, enano, introvertido y sincero como protagonista, abunda en trazados de narración costumbrista. Por ejemplo, cuando describe una secuencia acaecida en una taberna que “estaba llena de clientes que ocupaban las mesas, los bancos y casi se subían unos encima de otros”. Y donde “Aquilino y Elisa habían terminado. Se limpiaron la boca con los pañuelos, y Elisa, tras el mostrador, despachaba medios cuartillos de vino, medidas de cacahuetes, pipas de girasol, aceitunas negras, y llenaba vasitos de vino, uno tras otro, haciendo anotaciones con tiza en la madera del mostrador para que los clientes no le dieran el mico”.

Una amplia intención documentadora de la realidad circundante

Como subraya en su reseña Guillermo Díaz Plaja, en ‘Solo de trompeta’, como en una mayoritaria novelística de ese tiempo, nadie puede negar “una amplia intención documentadora de la realidad circundante”. La narración del entorno deja manifestar un mundo real a la vez que un mundo imaginario. Una potente realidad, en definitiva, que, como Wittgestein el filósofo dictaminaba, es mucho más amplia que el restringido mundo. Situación que lleva al surrealismo, que es un sobrerrealismo. Con asiduos resabios postistas.

Díaz Plaja también señala que la novela posee un sentido cinematográfico; un neorrealismo concebido como una especie de lúcido irracionalismo sabiamente activado por ciertos atrevidos juegos verbales. El crítico también establece una semejanza entre ‘Solo de trompeta’ y ‘El tambor de hojalata’ de Günter Grass: “el trompeta y el tambor se parecen, además, porque ambos son enanos y en ambos circula el mismo aire zumbón y amargo.” Raúl Herrero cuenta que Fernández Molina, a este respecto, le aseguró “que no había leído la novela del alemán cuando escribió las andanzas del enano Miguel.” Aunque esta afirmación no invalida que ambas obras puedan parecerse, pues a los dos autores les pudo influir una pareja realidad de fondo.  

En 2017, la estudiosa de Alcázar de San Juan María Reguillo publicó un excelente informe para encuadrar adecuadamente el análisis de la producción de este artista tan versátil abocado al afán, como ella misma apunta, de realizar “una obra de arte total”. Un año después, en Libros del Innombrable salió, bajo el título de ‘Hablando de Antonio Fernández Molina’, una profusa compilación de textos sobre su figura, en gran parte escritos por firmas afamadas, desde José María Pemán a Fernando Arrabal, desde José Hierro a Juan Eduardo Cirlot, desde Víctor García de la Concha a Luis Alberto de Cuenca. La hija del poeta, Ester Fernández Echeverría, editora del libro, tuvo la idea de proporcionar al lector una útil “herramienta que facilitara la comprensión de la amplia y original obra” de su padre. Y en lugar de encargar una fatigosa tesis, como ella justifica, reunió, con mejor criterio, un extenso ramillete de textos breves, que serán “más entretenidos para el lector”, y así “darle la opción de conocer al autor y sus creaciones desde distintos puntos de vista”.

A principios de verano de 1981, estando en el chalet que el poeta postista Gabino-Alejandro Carriedo poseía en la zona residencial Fuente del Fresno, de la localidad madrileña de San Sebastián de los Reyes, su propietario me dio a conocer la existencia de Antonio Fernández Molina. Enseguida quise saber de su figura y entré en contacto con él. Al poco, la primera conferencia que yo di sobre el movimiento postista la organizó Fernández Molina en una sala de Zaragoza, donde el escritor residía, durante un inhóspito atardecer en el que cundía el crudo cierzo que obliga a los viandantes a calarse las bufanda por encima de las narices; también se retrasmitía ese día un importante encuentro futbolístico. Fijándose en mi visaje alarmado, me tranquilizó: No te preocupes, vas a tener un público de al menos 25 personas. Cosa que así fue.

La obra de Antonio Fernández Molina es variada, pues fue poeta, novelista, ensayista, dramaturgo, traductor, crítico y pintor. Nacido en Alcázar de San Juan en 1927, aunque vivió poco en esta localidad, es hijo predilecto de esta villa manchega. Fue secretario de la revista ‘Papeles de Son Armadans’, de Palma de Mallorca, publicación dirigida por Camilo José Cela, viviendo entonces en las islas Baleares. Por su honda amistad con el poeta maño Miguel Labordeta, hermano del cantautor José Antonio, acabó trasladándose a Zaragoza, donde falleció en 2005. Vinculado por su mujer, Josefa Echeverría, con Casa de Uceda, pequeño pueblo de Guadalajara, en la campiña del Henares, está enterrado allí.