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Y de repente, nuevo año, y con él, nos vemos obligados a detenernos. Parón denominado “cuarentena”, el cual, nos obliga a reflexionar sobre muchos de los aspectos de nuestra vida, y sobre nuestras relaciones internas y externas. Nos ha hecho analizar las relaciones sexo-afectivas de manera personal y profesional. Desde el punto de vista del Trabajo Social, y desde el punto de vista de la “sexología”.
Teniendo presente que el confinamiento ha generado cierta inseguridad en las relaciones convencionales y no convencionales, en las diversas formas de amar, de tener sexo, en definitiva, de vivir la sexualidad, sólo nos queda realizarnos las preguntas adecuadas: ¿Qué estrategias vamos a adoptar para que sintamos que se realizan prácticas seguras y que no están poniendo en riesgo a otras personas, o a nosotros mismos? ¿Qué podemos aportar desde la sexología y el trabajo social, para que las diferentes formas de amar y/o tener sexo no se visibilicen como una irresponsabilidad social?
Varios/as usuarios/usuarias, me manifiestan de forma personal la preocupación dentro del terreno sexual, incluso yo misma, desde una perspectiva personal y no profesional. Es decir, qué protocolo se puede seguir para mantener relaciones sexuales con diferentes personas, y/o personas nuevas, sin ser contagiadas.
La mayoría de las personas, parejas estables, (incluso aquellas que se hubieran hecho y forjado antes de la pandemia), pueden llegar a pensar que se encuentran fuera de peligro, pero a mi modo de razonar, no es así. Debemos de prestar especial atención a cualquiera de los contactos a los que nos exponemos, ya sea en terreno sexual o no. Es más, debemos incluir todas aquellas percepciones que prevalecen cuando se describe la sexualidad en términos de segura y no segura.
Las medidas de protección deberían ser obligatorias siempre, exista o no una pareja estable
Por ello, cabe destacar, que la mayoría de las personas podemos llegar a pensar que, para evitar riesgos en cuanto a contagios o evitar mantener relaciones sexuales menos placenteras, es mejor encontrar relaciones estables, con las que someterías en un principio a las medidas de protección. Pero nos equivocamos al pensar en esto. Las medidas de protección deberían ser “obligatorias” siempre, exista o no una pareja estable, y haya o no haya un “virus” o estemos o no en situación de alarma. Ya que nos enfrentamos a numerosas enfermedades de transmisión sexual (ETS). Y digo esto, porque la mayoría de los jóvenes y adolescentes, se exponen a mantener relaciones sin ningún tipo de “mecanismo de defensa”.
Dentro de la sexología, hay un término que se denomina “pensamiento mágico”, se refiere a aquel grupo de adolescentes que piensan que ellos mismos no se van a contagiar, o no van a tener ningún tipo de ETS, sería tener muy mala suerte. Pero es un pensamiento totalmente ilógico.
Para concluir, esto hace enfrentarnos hoy en día a un territorio donde el sexo es comprendido como una amenaza y desafío. Teniendo en cuenta que el virus no discrimina según el tipo de familia o relación sexo-afectiva. Por lo que debemos de atender estas consideraciones, y ser conscientes de que el escenario actual se presenta con determinadas limitaciones en lo relacionado al contacto, además de que nos tenemos que regir por las medidas preventivas sanitarias independientemente del tipo de acercamiento que se vaya a realizar con otra persona.
Y de repente, nuevo año, y con él, nos vemos obligados a detenernos. Parón denominado “cuarentena”, el cual, nos obliga a reflexionar sobre muchos de los aspectos de nuestra vida, y sobre nuestras relaciones internas y externas. Nos ha hecho analizar las relaciones sexo-afectivas de manera personal y profesional. Desde el punto de vista del Trabajo Social, y desde el punto de vista de la “sexología”.
Teniendo presente que el confinamiento ha generado cierta inseguridad en las relaciones convencionales y no convencionales, en las diversas formas de amar, de tener sexo, en definitiva, de vivir la sexualidad, sólo nos queda realizarnos las preguntas adecuadas: ¿Qué estrategias vamos a adoptar para que sintamos que se realizan prácticas seguras y que no están poniendo en riesgo a otras personas, o a nosotros mismos? ¿Qué podemos aportar desde la sexología y el trabajo social, para que las diferentes formas de amar y/o tener sexo no se visibilicen como una irresponsabilidad social?