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Cuando leemos el “primer viaje a Toledo” en Viajes por España de Pedro A. de Alarcón, escrito en 1918, nos da una visión de la ciudad y claves para interpretar su excepcionalidad:
“Toledo es un magnífico álbum arquitectónico, donde cada siglo ha colocado su página de piedra. Ver Toledo es leer a un mismo tiempo la historia de España y la historia de la arquitectura. Más ricas en monumentos árabes son Córdoba, Sevilla y Granada, en obras romanas Mérida y Segovia, en góticas los reinos de León y Castilla la Vieja; pero ninguna ciudad como Toledo lo encierra todo; ninguna como ella puede ostentar juntamente grandes obras de todos los tiempos y de todos los períodos del arte. Y consiste en que Toledo es una ciudad diez veces histórica, que diez veces ha resucitado de sus cenizas, que ha puesto en su frente corona sobre corona, llegando al cabo a verse investida de toda la grandeza de la Historia patria”.
No sabemos si los aportes del siglo XXI son una ceniza tóxica que contamina lo cubierto y de la que difícilmente se puede uno desprender. Nos encontramos que, frente a la política de “dictadura” por parte de la Comisión de Monumentos, que mantuvo bajo la dirección de doña Matilde Revuelta a la ciudad congelada en la historia, los tiempos modernos han hecho acto de presencia en nuestro siglo.
A las medianeras rasas que rompen el escalonamiento del caserío toledano se añaden los tejados de gradientes inverosímiles, los volúmenes añadidos groseramente, los aboardillados extemporáneos o las arquitecturas irritantes. Todo ello impacta tanto en la retina del paseante por las calles de la ciudad como en la mirada panorámica del que da la vuelta al Valle o mira desde la Vega toledana.
El colofón lo ponen estructuras que no por ser muebles son menos impactantes para el decoro de una ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad. Chimeneas de acero inoxidable, tejados de uralitas o materiales traslúcidos, cierres acristalados en terrazas, pérgolas y terrazas, se unen a los elementos citados la semana pasada: rótulos comerciales, reclamos publicitarios, sombrillas y elementos accesorios de comercios y establecimientos hosteleros.
Lo primero lo puede atajar el desarrollo normativo del Plan de Ordenación Urbana de la ciudad y los Planes Especiales; lo segundo, la aplicación de las ordenanzas. El problema es que el daño producido por una ineficaz redacción de las normas urbanísticas (o la falta de un seguimiento de las licencias municipales y de sanciones ejemplarizantes) es difícilmente subsanable; mientras que las segundas son, simplemente, una falta de voluntad manifiesta para aplicar lo ya legislado, ya que se trata de elementos prescindibles o sustituibles por otros más acordes con el entorno patrimonial.
A eso se añade la inhibición de tutela por parte de la Consejería de Educación, Cultura y Deporte, que es el organismo que tiene transferidas las competencias en la gestión del patrimonio cultural en la comunidad. No se quiere descender a estos “detalles”, pero el polvo de ceniza, si lo envuelve todo, termina por asfixiar a aquello que cubre. Nos preguntamos: ¿Renacerá Toledo de estas cenizas?
Cuando leemos el “primer viaje a Toledo” en Viajes por España de Pedro A. de Alarcón, escrito en 1918, nos da una visión de la ciudad y claves para interpretar su excepcionalidad:
“Toledo es un magnífico álbum arquitectónico, donde cada siglo ha colocado su página de piedra. Ver Toledo es leer a un mismo tiempo la historia de España y la historia de la arquitectura. Más ricas en monumentos árabes son Córdoba, Sevilla y Granada, en obras romanas Mérida y Segovia, en góticas los reinos de León y Castilla la Vieja; pero ninguna ciudad como Toledo lo encierra todo; ninguna como ella puede ostentar juntamente grandes obras de todos los tiempos y de todos los períodos del arte. Y consiste en que Toledo es una ciudad diez veces histórica, que diez veces ha resucitado de sus cenizas, que ha puesto en su frente corona sobre corona, llegando al cabo a verse investida de toda la grandeza de la Historia patria”.