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La rentabilidad de lo público

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“Nobles, discretos varones

que gobernáis la ciudad,

en aquestos escalones

desechad las aficiones

codicias, amor y miedo.

Por los comunes provechos

dexad los particulares:

pues vos fizo Dios pilares

de tan riquísimos techos,

estad firmes y derechos.»

Como los plenos municipales se celebran siempre en el salón de verano, no suben ya los concejales y concejalas -salvo aquellos que celebran bodas-, al piso superior, o estancias de invierno, para que puedan recordar las frases que Gómez Manrique dejó grabadas en la pared de la escalera consistorial. No estará de más reproducir los versos para que la tortícolis sea excusa de no haberlos leído. Lo que no sabemos es si, a estas alturas, los entenderán.

Decíamos la semana pasada que el sonido que se oye en muchas calles del casco histórico de Toledo no es ya el de niños jugando en sus plazas, o gente atareada en su quehacer diario, es el de las ruedas de las maletas de los que van y vienen a los apartamentos turísticos.

Y es que el espacio público está pensado para rentabilizarlo. Con demasiada frecuencia se montan “mercados” ya sin el disfraz de “medieval” o el discurso de ser pintoresco, simplemente afán recaudatorio. Se privatizan espacios públicos para celebrar conciertos, espectáculos o montajes. Se subasta la gestión del espacio para instalar sillas destinadas a ver desfiles o procesiones o se acotan para el disfrute de particulares corporaciones universitarias o edilicias. En muchos de nuestros pueblos y ciudades, las plazas y calles están tomadas por terrazas de establecimientos hosteleros. O se peatonalizan calles y plazas para estimular el consumo y facilitar la instalación de espacios reservados a la gestión privada.

Así, las plazas y calles públicas se acotan en favor de la rentabilidad por terrazas de bares y restaurantes, ocupando más de lo que indica la normativa general. Trenecitos, buses turísticos y, ahora, 'tuk tuk' hacen caja de espacios públicos que, sin embargo, sí se restringen a los necesarios servicios técnicos o de suministros para los vecinos del Casco Histórico, aumentando la desafección del residente por vivir en espacios tan “privilegiados”.

Y se fomenta la especulación sobre el espacio privado para maximizar beneficios de empresas privadas o para la recaudación pública. La actividad del apartamento turístico ha hecho exclamar a la Asociación de amigos de los Patios de Toledo, que se va perdiendo la esencia de la convivencia en vecindad de los, en otro momento, bulliciosos patios toledanos, que ha encarecido el suelo hasta el punto de resultar prohibitivo para muchas familias plantearse vivir en el Casco Histórico e invitando a otras muchas a salir del casco.

Ya la anterior corporación, tras años de inacción y en vista que generaba ya un clamor por parte de vecinos y vecinas, de especialistas en gestión del patrimonio y de urbanistas, hizo el anuncio y aprobó medidas cautelares con vistas a la redacción de nuevas ordenanzas municipales que abordaran el problema. Ello no ha frenado a los especuladores del patrimonio que siguen abriendo apartamentos turísticos, con ese o con el nombre de hoteles -el último, el famoso “jardín del Armiño”- u hostales.

Y es que el interés particular no puede menoscabar el interés público. Y este pasa, hoy más que nunca, por el mantenimiento de los servicios básicos, de la calidad de vida de los vecinos y vecinas, y también de la “gallina de los huevos de oro”, de aquello que genera toda la actividad: el patrimonio. Una ciudad vacía de vecinos y vecinas, de actividad cotidiana, es una ciudad que no solo pierde su esencia, sino que también ve abocado su patrimonio a mantenerse de forma artificial, puro decorado.

Lo próximo será, nos imaginamos, cobrar por entrar a determinados espacios o localidades bajo el pretexto de que la misma presencia del visitante produce gastos que solamente la “privatización” de dichos espacios puede atender, restringiendo así el uso y disfrute del patrimonio natural o cultural a los que puedan pagar esas tasas o accesos o, simplemente, los precios que abusivamente y en un mercado ya controlado, decidan imponer como valor de ese disfrute cultural.

“Nobles, discretos varones

que gobernáis la ciudad,