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Reparto de papeletas: ser inmigrante sin papeles

8 de noviembre de 2022 07:04 h

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Siempre me he considerado una mujer afortunada, por muchas razones que no vienen ahora al caso. Pero sí, digamos que la vida me ha tratado bien, o así he querido siempre verlo yo, porque no nos engañemos, la mirada crea realidad.

Pero más allá de subjetivismos, lo que es indiscutible es que hay algo que me ha abierto muchas puertas desde mi nacimiento, de lo que disfrutamos millones de personas, que es absolutamente azaroso e involuntario por nuestra parte. Es el lugar de nacimiento y del de mis padres. Y no estoy hablando del yo y mi contexto de Ortega y Gasset, sino de los derechos objetivos que adquirimos los ciudadanos solo por el hecho de que alguno de nuestros progenitores naciera en un país como España, que a su vez forma parte de un organismo internacional del peso de la Unión Europea. Esto son palabras mayores, muchos derechos, un ramillete de libertades y algunos deberes de los que encima muchos se intentan escaquear.

Hace tiempo colaboré con CEAR, la Comisión para ayuda a los refugiados que asesora a gente llegada de fuera. Ya entonces me sorprendía la cantidad de barreras que se encontraba la gente que llegaba a nuestro país huyendo de situaciones dramáticas, como los propios españoles hemos vivido en varios momentos de nuestra historia. Guerras, hambrunas, ínfimo nivel de enseñanza y salud, trabajos inestables de subsistencia, desnutrición, el imposible desarrollo como persona por el simple hecho de ser mujer, el encarcelamiento por pensar o actuar de otra manera a lo establecido por un régimen autoritario, estados fallidos con policía corrupta donde raptos, homicidios y violaciones están a la orden del día.

Las situaciones críticas de muchas regiones del mundo han sido y siguen siendo para echarse a temblar. Tampoco nos llevemos las manos a la cabeza, que nosotros como sociedad hemos vivido algunos de estos males hace no tanto. Solo giremos un poco la cabeza para recordar y empatizar. Lo que no deja de sorprenderme es que las barreras legales de hace unos años, que ya eran, lejos de achicarse se han multiplicado. Lo que entonces eran personas vulnerables en nuestra sociedad, hoy viven en situaciones de práctica semiesclavitud, dejados de la mano de la gente más desalmada que descarga sus miserias con el más débil. Y si hoy hay alguien débil en nuestra sociedad, es la persona migrante sin papeles. Sí, aquí, en España, en Europa. Es tu vecina, la mía. La mujer que viene a mi casa a limpiar, el camarero que te atiende con ojeras en el bar, el que acompaña al jardinero, en las obras de casa, la madre de mi alumna más brillante de la ESO, o el padre del compañero de mi hijo de primaria, que anda cabizbajo haciendo cábalas para ver cómo hacerse con el ansiado contrato que les abra las puertas, las primeras de un largo pasillo, hacia la panacea de la nacionalidad.

Entre tanto las trabas no dejan de aumentar. Una alumna de la ESO, la que mejor aprovecha las clases, mejor se expresa y más estudia de su aula, recién llegada de Perú, me explicaba hace poco que tendrá que esperar unos años más para estudiar en la universidad porque sus padres no tienen papeles, y ella no tiene derecho a acceder. La mujer de la limpieza me aclara que será difícil hacerle un contrato que se ajuste a la realidad porque la anunciada con bombo y platillos reforma legal para empleadas del hogar en realidad está pensada sobre todo para personas casi internas, una parte muy ínfima por tanto de las mujeres que se ocupan del trabajo del hogar. La cuñada de una amiga llegada recientemente de Perú me decía que buscaba desesperadamente casa, la que fuera, pero que como no podía tener contrato, sobrevivía en negro, y para un contrato de alquiler como todos sabemos el contrato es sacrosanto. Salvo en las viviendas en negro, infraviviendas, como los infraempleos, infravida con infraalimentación. Y ahí reside mucha, demasiada gente en nuestra sociedad, ¿abocados al inframundo? Ahí les lanzamos, al infierno. Encima con voces y dedos acusatorios que han ganado fuerza los últimos años: ladrón, que vienes a quitarnos el trabajo, la educación, la sanidad.

El colmo del absurdo, si aquí no nacen suficientes niños, es que tendríamos que dar palmadas porque llegue gente que sostenga este inestable sistema. Supongo que pedir que no haya infiernos en la vida de cada uno es demasiado utópico. Pero promover su creación y dar entrada directa con una papeleta tan azarosa, me parece tremendamente injusto.

Pienso en los inmigrantes de posguerra en ciudades como Madrid o Barcelona, pienso en la cantidad de españoles que emigraron a Alemania o Francia. Pienso que su situación la hemos perpetuado en la gente que ahora viene a nuestro país de fuera, pero encima con más desigualdad, menos redes de solidaridad, más burocracia y sin quitarles la zanahoria de delante. Pienso en el sistema feudal abolido en teoría hace tiempo, y me viene tanta gente a la cabeza cuya situación depende de su cuna y la de sus padres, que me planteo si un sistema democrático puede llamarse tal de esta manera, si no podríamos hacer las cosas de otra forma. Que en ese reparto de papeletas que es la vida no venga una impuesta por ley directa al inframundo. 

Siempre me he considerado una mujer afortunada, por muchas razones que no vienen ahora al caso. Pero sí, digamos que la vida me ha tratado bien, o así he querido siempre verlo yo, porque no nos engañemos, la mirada crea realidad.

Pero más allá de subjetivismos, lo que es indiscutible es que hay algo que me ha abierto muchas puertas desde mi nacimiento, de lo que disfrutamos millones de personas, que es absolutamente azaroso e involuntario por nuestra parte. Es el lugar de nacimiento y del de mis padres. Y no estoy hablando del yo y mi contexto de Ortega y Gasset, sino de los derechos objetivos que adquirimos los ciudadanos solo por el hecho de que alguno de nuestros progenitores naciera en un país como España, que a su vez forma parte de un organismo internacional del peso de la Unión Europea. Esto son palabras mayores, muchos derechos, un ramillete de libertades y algunos deberes de los que encima muchos se intentan escaquear.