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“¿Te acuerdas del pino que está a las orillas del Ponsul?” Y tras esta frase me llegaban otras similares que podía lanzar a los otros, para que dijeran, sí, lo recuerdo, y no solo el pino, o el inmenso fresno en la tabla de La Cuna en Buenaventura, en el Tiétar, y el puente de piedra de un solo ojo aguas arriba en La iglesuela. Malditos los años en los que se secaba el río en esos lugares. Pero del pino que está a las orillas del Ponsul no me acuerdo, simplemente no puedo acordarme de ese pino, y aunque me lo imaginé, de esta o tal forma, más bien retorcido gracias a los aires fuertes del invierno, un pino sinuoso, lleno de movimiento por dentro. No se pueden prestar las aguas, hay que dejarlas libres, hacia todos. Ni siquiera son nuestras, son de nadie.
Aguas enfermas de ti, de todos, de ese “Nadie” al que me dirijo desde hace unos días. Ruegos por el agua: Escuelas de zahoríes, vibra la horquilla de madera al acercarse al amor. El ruego suena así, unas palabras dirigidas a chorro. “Herzenstackt” Me dijo A.K. en Graz mientras cruzábamos el puente sobre el Mura. Hipocresía alemana; sus corazones de ovejas y vacas en formol era obras de arte: Así fueron expuestas. A la orden está de qué ningún corazón, en forma y tamaño es igual a otro. Comenzó a hablar al revés para llegar antes a “Nadie” He aquí el nombre de unos cuántos ríos, desde el Guadarranque al Salor. Nada significan, nombres que te hacen sentirte a ti mismo. No se los podría enumerar. Ay de quien los olvide, porque se olvidará a sí mismo. Nadie, o muy pocos podían darte el nombre de apenas unos cuantos ríos, cinco o diez nombres de ríos máximo. Ellos los olvidan y se secan al borde de una piscina.
En una clase al sol, sentados en la hierba, alrededor del maestro, entre tilos y plátanos de sombra, durante una media hora, el maestro solo pronunció nombres de ríos, uno tras otro; en algunos de estos muchachos esto creó un estado hipnótico. Aquellos nombres les daban hambre y sed, pero su sed, la extraña sed del olvido de todo quedó saciada. A algunos se les aceleró el corazón de la corriente humana, otros simplemente se adormilaron al sol.
Mi último baño en el Alberche fue un día de verano de 1987. Después me fui replegando hacia los ríos de montaña, a la búsqueda de los ríos pequeños. La sensación del que huye es la de la búsqueda de algo que nos libera de nosotros mismos. Todas las piscinas están sucias. Me gusta ver lo que la luz hace en ellas. Los zócalos del mosaico azul y el agua clorada reflejan los reflejos. En los techos se reflejan la luz y el agua, siempre hay agitación de luz y agua. Nunca veras pájaros bebiendo en las piscinas. También por amor me bañé en ríos sucios.
El amor de nuestra época entraña peligros buenos. Saber nadar y saber amar. Te veo nadar y ya sé cómo amas. El estilo es importante. Al llegar a las orillas del Pusa se desnuda y entra en el agua. Ni siquiera sabe cuántos días pasará en ese lugar ni por qué. No sabe cómo se llama y en qué lugar del mundo se encuentra. El paisaje es apto para penar y gozar a la vez. El lugar está muy dentro de uno, pero quemado. Al río lo ha llamado solo el río. En estos arenales del Tiétar, por los que suele caminar descalzo en busca de las antiguas manos de pesca. Después de los tramos de aguas encajonadas en la falla de Ramacastaña, el curso se ensancha en estos arenales. Se le oye respirar y envestir; él sigue río abajo, cada paso es un esfuerzo por recordar las antiguas manos de pesca. Arenas muy finas, el río ya ha destilado todo el tiempo del mundo, y las arenas ya no pueden ser más finas. Con ellas se han medido las palabras del dios del lugar.
Las arenas ya no pueden ser más finas. Con ellas se han medido las palabras del dios del lugar.
Las riadas de las crecidas y los años secos. Lo que tarden en llegar y después en volver. Y las aguas siguen midiendo cada amor muerto, y allí los días se cruzan unos con otros en una memoria que se desvanece hasta quedar enquistada en los ojos. Dispara flechas al cielo, esa figura del arquero en posición forzada, la tensión del arco, a punto de romperse, muy cerca de él caen las flechas. Lo llama la lluvia del perdón. Día muerto dice él, nunca días muertos. Uno solo vale por todos. Una madre es eterna, incluso una vez muerto uno, ella sigue y sigue ahí cosiéndote el cielo. Y nunca la habrás visto desnuda.
Un río de nombre Prut, lejos de aquí, muy lejos para saber porque. Querría conocerlo y bañarme en ese rio ¿Se podría uno bañar en esas aguas todavía? El poeta más pobre que conocí, cortaba las palabras en dos. Cortó también su nombre para que pesara menos. Al. Kol. Hablaba del peso del mundo y de hacerlo más leve en cada poema. Ayunaba palabras, y sometido a grandes rigores ascéticos vivía. Me dijo: cada palabra debe ser hendida, además de la ligereza del sentido al sentir la fuerza de la mano en el momento de hendir la verdad. El silencio del cielo ¿es igual en todos los lados y momentos? Sí, pero se oye de maneras diferentes. Aquí lo oigo de tal forma, menos vacío, casi vacío, pero nunca vacío del todo. Hay que oírlo, prestarle atención. Es un silencio que se ve, para oírlo hay que verlo. Es el silencio que atraviesa todos los sentidos. Tú, -yo-, cualquiera, no puedes salvar a nadie en el agua. La arrogancia de arrojarse por nada. Me tiré al agua, había un amigo que hacía pie y creía que se ahogaba. Rio Gévalo, 1987.
La memoria piadosa no vale, se recrea. Pero esto fue verdad: El amigo, el río, el día, el año, el momento. La memoria pura no existe. Le podría haber salvado con palabras. Jugamos en lo sucio, nos gusta lo sucio, mancharnos las manos, amar lo sucio, y limpiar muchas veces un nombre, un cuerpo. Aquella época en la que alguien lavaba a otro, con lentitud, dejando el agua caer por la cabeza hasta los pies, frotando suavemente el cuerpo del otro. Era un lavar más de la piedad, un dormirse en el agua tibia, un agua de temperatura humana. Después de lavar tú al otro, el otro te lo pedía a ti, y la madre te lavaba, y el padre te llevaba a los ríos donde si él sabía nadar podría enseñarte a nadar, y lo sucio no era sucio, y ahora lo sucio es demasiado limpio. Lo sucio ha entrado dentro de cada uno, y el lavado y la restitución es individual, en silencio, bajo una ducha a oscuras, en la que se simula una lluvia azul, el rito del agua cayendo por la cabeza simulando un perdón silencioso.
Lo sucio ha entrado dentro de cada uno, y el lavado y la restitución es individual, en silencio
A las orillas del Uso, temprano, aquí siempre es temprano. En el momento en el que parece que podrías hablar con el sol, y decirle quien eres y para que estás aquí somnoliento y vacío, antes de que te quemen las palabras del día en la boca, antes de lo que más puro te abandone; lo más puro que podemos decir a lo largo de todo un día, y entonces habrá llegado alguien con un perro. Tú ya habías entrado en las aguas, en la tabla de la Escondida, el perro entra en el agua, su dueño se queda mirando al perro que nada en círculos, con esa manera torpe y segura que tienen los perros de nadar. Invitas al dueño del perro a que también se dé un baño. Todos estamos desnudos. Nadamos lentamente. En otro viaje, hace ya tiempo, cerca del mar un día de abril, pero no tanto como para verlo u olerlo.
En un lugar aparentemente perdido, junto a un viejo amigo que fue aviador, y su alma de pájaro, y su mujer. Acogido por unos días. Mientras reconstruyen una vieja casa de color verde. Reconstruimos viejos amores derruidos: un cruce de caminos y el lugar de unión de tres ríos pequeños. El Carnes, el Portolamas y el Mendo. Trasanquelos, el santo y seña para entrar de nuevo al mundo. Escribimos para curarnos del amor, pero más allá, mucho más allá para atravesar este vacío. Trasanquelos, el lugar donde los pequeños ríos se unen. Cerca del mar. Hay que bajar todo un día a pie para llegar a verlo. El aviador, el amigo dice: “Volé mucho, vi brillar desde el aire, muy arriba, los ríos pequeños, las venas de las manos de mi mujer”. ¿A quién citaba? A “Nadie” ese era su nombre “Nadie” ¿Y habría alguien que se llamara así? “Nadie” Sí, había un “Nadie” se llamaba “Nadie” y ese era el autor de las citas borradas.
Me exigía escribir un libro, o lo que siempre he llamado un-medio-libro, en el que no apareciera nunca el mar, y sentí entonces, que pronto se llenaría de agua, se llenaría por todos los lados de eso que no deseaba. De viaje solo debes llevar el libro del paisaje, abierto. Ese libro te escribirá a ti mientras tú lo escribes. Está en los ojos y de ahí pasa al resto. Imaginemos ahora en ese paisaje otros ríos casi secos. El Magasquilla entrando en el Magasca. Una transición de un lugar a otro a una velocidad que no excite a la nada y que no haga desaparecer los lugares para siempre ¿Y el libro? Siempre en el futuro, abierto, con espacios sin concluir, apenas esbozado, sin concluir, como si se hubiera borrado el nacimiento de los ríos. Buscaba hiatos para salirse del mundo. Qué extraño viaje a la nada, pensaba él. Después de atravesar tantas ciudades, campos y pueblos ¿estaba todavía en su país? Sí, seguía reconociendo su país por esa desolación solar.
Una transición de un lugar a otro a una velocidad que no excite a la nada y que no haga desaparecer los lugares para siempre
Los días se arrugan al poco de comenzar ¿Había oído esta frase en la radio? Creo recordarlo. Alguien había leído un poema en la radio. Los días se arrugan al poco de comenzar, pero antes, formas de presentimientos cada vez más sutiles han sido anunciadas por la brisa que mueve las cortinas en las ventanas. Ni siquiera sé cuántos días pasaré en este lugar y por qué. No sé cómo se llama y en qué lugar del mundo me encuentro –dijo otro caminante– al atravesar el Tiétar por el puente de la Iglesuela. Otros días, en otros ríos, en diferentes lugares; pasaron rápido esos días de felicidad, al escribir los nombres de esos ríos en el cuaderno se recobra parte de lo perdido. Solo que no habré de volver. “No vuelvas allí donde has sido feliz” Lo feliz no se quedó allí, se fue contigo.
La alegría se quemó antes, mucho antes de que acabara la noche. A las orillas del Jerte ella me dijo: Todos escribimos para nadie, debe ser así, incluso lo que escribes para tu periódico va dirigido a nadie. Debe ser así, a ese nadie se lo escribimos todo. Hablar aquella noche junto al Alagón nos ayudó a dormirnos sin pastillas. Aún me asombran los nombres de los ríos. Se ahonda el misterio de las corrientes de agua, se ahonda el misterio del agua; extraño aún para ser comprendido. La voluntad de pasar de un estado a otro, su naturaleza circular, la transparencia, y al fin los nombres de los ríos, extraños, perfectos. El niño al oír el nombre de un río por primera vez se llena de sí mismo. Ante los ríos siempre he sentido miedo y alegría. Amaba los estiajes tranquilos, cuando los ríos se dejaban vivir y coger. Otro día llegué al Zujar. Notas para un cuaderno futuro: “Hombres cada vez más altos en casas más vacías, y sobre todo silenciosos”.
El niño al oír el nombre de un río por primera vez se llena de sí mismo
Antes de hablar algo tendrán que matar, y ayunan para sentirse, y dejan de hablar largas temporadas para descansar de ser. Mientras me daba un baño en una tabla poco profunda del Guadyerbas, un hombre me hablaba desde la otra orilla. No sé nadar, decía levantando la voz. No tuve tiempo, vivía en una ciudad muy grande sin río y las piscinas no me gustan. Yo flotaba boca arriba mirando el cielo y él no dejaba de hablar. Si no tuviera miedo a aquello o a esto, se lo tendría a lo otro, ese miedo se transfiere, o peor, se cuela en uno por las orejas y los ojos. Al poco tiempo de estar en una habitación cerrada, la única de una casa que no tiene ventanas, y después del primer impacto de la oscuridad, el espacio de la habitación comienza a aclararse. Esa luz viene de ti –dijo–, se cuela a través de ti. Vivía rodeado de máquinas silenciosas en esa gran ciudad sin río. Ahora voy siguiendo ríos, y de un río voy a otro. El arte del ocaso, él mismo se puso en órbita, nunca va a saber dónde va a caer; en cuánto al horizonte la voluntad de pespuntearlo. Hubiera llenado este artículo de nombres de ríos, uno tras otro, hasta completar el espacio de la columna sin comas incluso.
Nos hubiera descargado de la tensión de hablar por hablar y de las mentiras, de la mentira de los que escriben hoy en día en los periódicos. Si alguien se hubiera tomado la molestia de leerlos en voz alta habría acabado con la boca seca. ¿Nos alivia lo que no entendemos? Cuánto se parece nadar a volar. Nadar es volar. ¿No huelen estos días a ese tiempo de felicidad, en los espasmos de la gran fiesta, que se dan antes de una guerra? ¿Nos alivia lo que no entendemos? Qué hacer con el frío de estas aguas del Zezere en el momento del primer baño del año, sino amar, amarlo todo de abajo a arriba y nadar en círculos.
“¿Te acuerdas del pino que está a las orillas del Ponsul?” Y tras esta frase me llegaban otras similares que podía lanzar a los otros, para que dijeran, sí, lo recuerdo, y no solo el pino, o el inmenso fresno en la tabla de La Cuna en Buenaventura, en el Tiétar, y el puente de piedra de un solo ojo aguas arriba en La iglesuela. Malditos los años en los que se secaba el río en esos lugares. Pero del pino que está a las orillas del Ponsul no me acuerdo, simplemente no puedo acordarme de ese pino, y aunque me lo imaginé, de esta o tal forma, más bien retorcido gracias a los aires fuertes del invierno, un pino sinuoso, lleno de movimiento por dentro. No se pueden prestar las aguas, hay que dejarlas libres, hacia todos. Ni siquiera son nuestras, son de nadie.
Aguas enfermas de ti, de todos, de ese “Nadie” al que me dirijo desde hace unos días. Ruegos por el agua: Escuelas de zahoríes, vibra la horquilla de madera al acercarse al amor. El ruego suena así, unas palabras dirigidas a chorro. “Herzenstackt” Me dijo A.K. en Graz mientras cruzábamos el puente sobre el Mura. Hipocresía alemana; sus corazones de ovejas y vacas en formol era obras de arte: Así fueron expuestas. A la orden está de qué ningún corazón, en forma y tamaño es igual a otro. Comenzó a hablar al revés para llegar antes a “Nadie” He aquí el nombre de unos cuántos ríos, desde el Guadarranque al Salor. Nada significan, nombres que te hacen sentirte a ti mismo. No se los podría enumerar. Ay de quien los olvide, porque se olvidará a sí mismo. Nadie, o muy pocos podían darte el nombre de apenas unos cuantos ríos, cinco o diez nombres de ríos máximo. Ellos los olvidan y se secan al borde de una piscina.