Castilla-La Mancha Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
El PSC logra una concentración de poder inédita con el Govern de Illa
La España cabreada: el éxito del pesimismo y la política del miedo frente a los datos
OPINIÓN | Ana 'Roja' Quintana, por Antonio Maestre

El terrorismo machista convertido en norma

0

Hay normalidades a las que una prefiere no acostumbrarse. En España hace no tantas décadas, un sistema de pensamiento que se impuso por la fuerza de la mano de una represiva dictadura convirtió en normalidad lo que nunca debió serlo: la vulneración sistemática de los derechos y libertades de las mujeres. Cuando dejábamos de depender del padre, pasábamos a depender del marido, del que necesitábamos permiso para abrir una cuenta corriente, firmar un contrato o simplemente poner una denuncia. Como para denunciarle, claro.

En realidad este sistema apuntalaba una normalidad que en nuestra civilización ha sobrevolado reglas sociales y legislativas desde el principio de los tiempos, donde la mujer ha sido más moneda de cambio y responsable reproductora que persona, de forma que su destino siempre ha estado ligado al destino de un hombre. Una mujer sin un hombre, o vivía en el convento o era peligrosa. Si no, que se lo digan a alguna de las más de 100.000 mujeres a las que asesinaron en el genocidio que supuso la “caza de brujas” que asoló Europa durante siglos y tan brillantemente documenta Silvia Federici en 'Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación primitiva' (Traficantes de sueños, 2010)

El espíritu misógino que motivó aquella caza de brujas pervive hasta nuestros días, como nos recuerda Mona Chollet en su ensayo 'Brujas' (b, 2019), y explica varios de los lastres que quedan por quitarnos del todo como la demonización de la edad y sus consecuencias en el cuerpo de la mujer, la extrañeza ante una mujer sin pareja o sin hijos, o la difícil relación mujer, riqueza y poder, que un hombre lo ambicione resulta natural, en la mujer ya es otra historia, menuda bruja.

Aunque sí, vamos mejorando, ya no tenemos que pedir permiso para todo, y las leyes en occidente nos amparan como iguales. Sin embargo estamos lejos aún de conseguir que las realidades sean reflejo del mundo de negro sobre blanco, la igualdad legal la tenemos, la material muchas también, otras no tanto y otras muchas en absoluto, pero en lo ideológico y social, relaciones de pareja, distribución de roles, empoderamiento, aún nos queda un largo camino.

Estamos en ello, ¿o no? La realidad nos demuestra que estamos ante un problema complejo, inserto en el tuétano de nuestra mentalidad y acciones, en nuestro día a día cotidiano, en nuestra forma de relacionarnos y cuidarnos, en nuestra manera de entender la sexualidad, en los tabúes y los silencios, las consignas y las palabras. El machismo se cuela por las rendijas de nuestras vidas, con diversa intensidad, con distinta inquina y violencia, pero no hay persona que se libre del todo de él. No, ni siquiera en nuestra sociedad abierta, blindada en leyes de igualdad, y realidades muy desiguales.

“El sistema patriarcal mata y genera un grave sufrimiento”

Por un lado vamos a trompicones y quizás con fórmulas erróneas, poco acordes para la envergadura del tema. El sistema patriarcal mata y genera un grave sufrimiento, esto hay que tenerlo claro. Si no partimos de esta base no hay nada que hacer.. En la cara más irremediable de ese dolor nos encontramos los asesinatos.

Desde que comenzó a contabilizarse en 2003 han sido asesinadas 1.270 mujeres a manos de sus parejas, sin contar otros asesinatos machistas, y esta cifra no deja de aumentar. Ayer era una mujer de 58 años en Sevilla, hace unos días una menor de 17 años en Toledo, unos días antes un comisario jubilado quitaba la vida a su exmujer y actual compañera en Barcelona, y no olvidemos que el verano empezó con un hombre en Cuenca que asesinaba a su mujer y sus dos hijos. Espeluznante. Si contamos asesinatos por día, no pasan más de 3 días sin que haya un asesinato machista.

Detrás de cada uno de estos atentados contra la mujer, hay una historia de años de calvario sufridos por ella, por sus hijos y posiblemente por su familia cercana, hay vecinos y amigos que murmuran un “se veía venir” y todo un sistema, toda una sociedad que falla, que se traga estas vidas sin darles la oportunidad que merecían porque no supimos abordar el problema.

Porque es un problema, y es un problema concreto que se llama machismo y que está tan arraigado que para luchar contra él requiere una estrategia compleja y de gran apoyo, no bastan las campañas de concienciación. Está tan arraigado que, a pesar de las evidencias, no deja de haber gente, mujeres, hombres e incluso un partido político que niega esta realidad. Y no olvidemos el CIS que nos regaló a comienzos de 2024 el titular “el 44% de los hombres y el 32% de las mujeres creen que ahora se está discriminando a los hombres”.

Si no avanzamos, retrocedemos. Cuidado, que esto ya está pasando.

No nos equivoquemos, no volvamos a la normalidad que nunca debió ser. Igualdad de trato y oportunidades de las mujeres una carrera de largo recorrido, y si no avanzamos, retrocedemos. Cuidado, que esto ya está pasando. El caso extremo de retroceso lo encontramos en Afganistán. Ya no se habla de ellas, pero en este país las mujeres hace tiempo, desde que se reinstauró el régimen de los talibanes, dejaron de ser tratadas como personas. Es su normalidad. Sólo recientemente, casi todos los medios sacaron un titular para anunciarnos la última locura flagrante que atenta contra su dignidad. El régimen prohíbe hablar en voz alta a las mujeres afganas. Les prohíben existir.

Es una locura, y está pasando sin que nadie haga ni diga nada. Y si no se evita se convertirá en su normalidad. Quizás algún día haya una revolución, y las mujeres recuperen espacios de libertad, y puedan de nuevo alzar la voz y mostrar su rostro. No faltarán entonces afganos a los que les chirríe, que les parezca que se están pasando, que ahora los discriminados son ellos. Pero lo peor es la cantidad de mujeres que están muertas en vida en la actualidad, su actualidad.

En nuestro país, la actualidad es bien distinta para muchas mujeres, pero en otras aún pesa una pesadilla personal que bebe de la misma fuente que la afgana: el machismo. Los asesinatos son la expresión más extrema de la violencia de género, pero no la única. Este verano se han registrado numerosos casos de agresiones graves contra las mujeres y sus hijos, al igual que secuestros y amenazas de muerte. Decenas de agresores han sido detenidos por saltarse órdenes de alejamiento y siguiendo esta línea, en numerosas ciudades ha habido casos de hombres que habían retenido a sus parejas o exparejas en contra de su voluntad.

La violencia machista aún persiste. Quien no quiera verlo que se haga su autoanálisis, ¿cuánto nivel de machismo estamos dispuestas a soportar en la sociedad? Tuvimos avances, y estamos sufriendo un profundo movimiento reaccionario. Hay que prepararse y verbalizar qué queremos que sea lo normal en nuestras vidas.

Yo lo tengo claro. Esto no quiero que sea normal. Por dónde empezar. Por todos los frentes,. Feminismo a raudales en todos los ámbitos legales o sociales es el único camino posible. Necesaria oleada violeta para el comienzo de curso. Ojalá llegue, tiene que llover violeta a cántaros.

Hay normalidades a las que una prefiere no acostumbrarse. En España hace no tantas décadas, un sistema de pensamiento que se impuso por la fuerza de la mano de una represiva dictadura convirtió en normalidad lo que nunca debió serlo: la vulneración sistemática de los derechos y libertades de las mujeres. Cuando dejábamos de depender del padre, pasábamos a depender del marido, del que necesitábamos permiso para abrir una cuenta corriente, firmar un contrato o simplemente poner una denuncia. Como para denunciarle, claro.

En realidad este sistema apuntalaba una normalidad que en nuestra civilización ha sobrevolado reglas sociales y legislativas desde el principio de los tiempos, donde la mujer ha sido más moneda de cambio y responsable reproductora que persona, de forma que su destino siempre ha estado ligado al destino de un hombre. Una mujer sin un hombre, o vivía en el convento o era peligrosa. Si no, que se lo digan a alguna de las más de 100.000 mujeres a las que asesinaron en el genocidio que supuso la “caza de brujas” que asoló Europa durante siglos y tan brillantemente documenta Silvia Federici en 'Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación primitiva' (Traficantes de sueños, 2010)