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La triste situación de nuestros museos

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Los museos en nuestra región deberían, en su mayoría, adaptarse al siglo XXI, ya que, en algún caso, siguen pareciéndose a aquellos que, hace 150 años, comenzaron su andadura cuando las autoridades liberales habilitaron inmuebles desamortizados para almacenar, y exhibir, los bienes muebles que se habían extraído de conventos y monasterios masculinos, y a los que sumaron posteriormente las piezas que fueron proporcionando las excavaciones arqueológicas. 

Entendámonos, los proyectos museográficos han avanzado en técnicas de restauración, conservación y exhibición, pero no así los planteamientos museológicos, que siguen las pautas de mera exposición de las piezas, aunque en algún momento los museos dinamicen las actividades en sus inmuebles con talleres, conferencias, conciertos y otro tipo de actividades culturales.

En estos momentos son más espacios ajenos que propios [de la ciudadanía]. Pero, la sociedad actual, con más tiempo de ocio, recursos técnicos y demandas culturales, demanda unos museos que, además de mostrar belleza y referencias históricas, nos brinden momentos o experiencias deseadas, que sean lugares de socialización y sociabilidad, que se conviertan en iconos urbanos de referencia.

El Museo del Ejército en Toledo es una muestra de buenas prácticas: un discurso museográfico aceptable, espacios de ocio, actividades y recursos -quizá falte una biblioteca más completa o archivos que enriquezcan el montaje de las salas-, tiene una masa social que se identifica con su contenido y con sus fines. Mientras que el Museo Sefardí o del Greco tienen amputadas sus posibilidades por falta de espacio -ahí está el solar de los Alamillos del Tránsito o el Hospital de San Juan de Dios-. Por no hablar del Museo Nacional de Teatro de Almagro, que casi parece virtual.

Pero fijémonos en los de titularidad regional, encorsetados en un rígido y asfixiante esquema administrativo, sin suficientes recursos económicos y humanos que permitan cumplir los mínimos objetivos de las respectivas sedes museísticas. Pero no sólo es eso, su plan museológico viene lastrado por la falta de gestión o financiera y sin personalidad jurídica propia. Esta situación, entre otras cosas, impide la necesaria agilidad que una institución de estas características debe tener para poder llevar a cabo sus objetivos.

Únicamente las asociaciones de amigos de los respectivos museos dinamizan sus actividades, y apenas consiguen medios financieros complementarios a los que la administración les asignan, mientras que la Fundación Cultura y Deporte de Castilla-La Mancha se utiliza para momentos y objetivos concretos que determina la propia Consejería de Educación, Cultura y Deporte.

Los proyectos museísticos que las direcciones de los distintos museos de titularidad regional se quedan así, por falta de medios y, a veces, de voluntad política del órgano gestor, mutilados. La Consejería de Educación, Cultura y Deporte, además de no cubrir la relación de puestos de trabajo que en su día se transfirieron con las competencias, cubre alguno de ellos con personal que no es especialista en el área.

Y un proyecto que no se nos debe pasar por alto al hablar de los problemas de gestión de nuestros museos es el de la Colección Polo. Centro cultural que, además de cumplir con el título que la administración le dio, como Centro de Arte Moderno y Contemporáneo de Castilla-La Mancha (CORPO), con apenas dos pinceladas, es un pozo sin fondo que retrae gran parte de los presupuestos regionales dedicados a la gestión museística, no tiene la rentabilidad social o cultural que se pretendió en el acuerdo con el coleccionista Roberto Polo, e hipoteca, hiriéndole de muerte, al museo de Santa Cruz, sobre el que parasita.

En mor de la transparencia, debería el Gobierno regional informar sobre el coste por visitante del centro CORPO y publicar los Proyectos Museográficos de los museos de gestión regional. Lo mismo se debería exigir a los sindicatos con las plantillas de los trabajadores o a la oposición política (PP, VOX) sobre su -nula- labor en las Cortes regionales al respecto.

Los museos en nuestra región deberían, en su mayoría, adaptarse al siglo XXI, ya que, en algún caso, siguen pareciéndose a aquellos que, hace 150 años, comenzaron su andadura cuando las autoridades liberales habilitaron inmuebles desamortizados para almacenar, y exhibir, los bienes muebles que se habían extraído de conventos y monasterios masculinos, y a los que sumaron posteriormente las piezas que fueron proporcionando las excavaciones arqueológicas. 

Entendámonos, los proyectos museográficos han avanzado en técnicas de restauración, conservación y exhibición, pero no así los planteamientos museológicos, que siguen las pautas de mera exposición de las piezas, aunque en algún momento los museos dinamicen las actividades en sus inmuebles con talleres, conferencias, conciertos y otro tipo de actividades culturales.