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Trucos de magia

La Familia Real durante un acto del 12 de octubre en el Palacio Real en una imagen de archivo

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Cito, sin que sirva de precedente, a través de un citador (Enric González) cuya cita de Walter Bagehot (al que no tengo el gusto) me parece interesante además de oportuna. Dice así: “Por encima de todas las cosas nuestra realeza debe ser reverenciada, y si uno empieza a hurgar en ella no puede haber reverencia. Su misterio es su vida. No debemos permitir que en la magia penetre la luz del día”.

Quién así se expresa (y debe ser el tal Bagehot) está o estaba convencido de que los ciudadanos somos imbéciles, y nos alimentamos con cuentos infantiles y trucos de magia. Salirse de ese régimen alimenticio, por tanto, es arriesgarse a lo peor, es decir, a que los imbéciles se vuelvan adultos, y acabada la magia y el cuento se pierda la reverencia debida (a la realeza).

O sea, que parece que directamente está hablando de nosotros y de nuestro caso: las cosas fantásticas de nuestra monarquía. Y eso que el tal Bagehot floreció en el siglo XIX, pero se ve que lo que nos ocurre ahora a nosotros ya estaba entonces (y quizás viene de antes, remontándose el asunto hasta Platón y Cicerón) muy meditado.

Soy de esos españolitos de a pie que se criaron en dictadura, cuando los príncipes y reyes eran personajes de los cuentos infantiles, no personas reales (“reales” de la realidad palpable y empírica, queremos decir).

Sí que hubo un tiempo que por allí aparecía, de vez en cuando, en los aledaños de la dictadura, como arrimado al poder y el boato, un príncipe Borbón, pero más que príncipe parecía paje del dictador. Algo así como su ayuda de cámara o su mayordomo.

Que estaba allí como a la espera de que de aquella mesa dictatorial cayera alguna migaja o alguna herencia.

Desde esta muy personal perspectiva biográfica (que sin duda nadie está obligado a compartir), tengo que dar la razón al señor Bagehot, si no literalmente y en sus últimas intenciones monárquicas, de las que se ve que es forofo, sí en el cogollo de la cuestión que se expresa en la referida cita.

Es decir, en la cuestión de la magia, en la que no conviene que penetre la luz, ni por tanto (opino yo) encarnarse la realidad.

Aquí, y como podemos deducir fácilmente, “magia” y “embauco”, o “magia” y “patraña”, son términos equivalentes, y por las mismas razones les favorece la sombra y huyen de la luz, como los murciélagos y los vampiros.

O dicho de otra forma, viven del cuento y decaen de su “encanto” con la realidad de los hechos y a la luz del día.

Por eso no tiene mucho sentido hoy en día, fatigada y trabajada cómo está ya la Historia, sacar la monarquía, reyes, príncipes y princesas, con pajes y bufones incluidos, del ámbito de los cuentos infantiles y llevarlos al plano de realidad, incluso de la realidad política, incluso con poderes de jefe de Estado y privilegios de reyes de cuento.

De cuentos infantiles, que es donde no pasa nada (de ahí no sale) que los reyes tengan privilegios y poderes mágicos y sean impunes e irresponsables de sus actos, tanto si son perseguidores obsesos de princesas falsas como ladrones del patrimonio público.

Pero salirse de ese plano de ficción asumida y mentira literaria, como si los adultos tuviéramos que comportarnos y pensar como niños, es de locos.

En el fondo de nuestros asuntos monárquicos subyace una esquizofrenia que se nos atraganta, y es lógico: como ciudadanos de una democracia somos adultos, pero como súbditos de una monarquía somos niños que nos cuentan cuentos.

Y el cuento (vamos a decirlo de una vez por todas) no da más de sí.

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