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'La última cena' de Luis Tristán en el Museo del Greco

Antonio Zárate Martín

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El verano pasado el Museo del Greco de Toledo tuvo el acierto de acoger la exposición de Sorolla como homenaje al mismo con ocasión del centenario de su muerte. Este año, con ese mismo criterio de abrir sus instalaciones a eventos significativos con relación a la pintura y nuestra ciudad, celebra una nueva exposición conmemorativa, ahora con motivo del IV centenario del fallecimiento del toledano Luis Tristán, el 7 de diciembre de 1624.

Si el año pasado se prestaba atención a un pintor de enorme calidad artística, universal a través del conocimiento temprano de su obra fuera de España, en esta ocasión se presentan al público ocho obras que le permiten aproximarse a la obra de uno de los principales artistas de la escuela toledana de pintura del primer tercio del siglo XVII, a la que pertenecen, entre otros, Pedro Orrente, Luis de Carvajal y el hijo del Greco, Jorge Manuel Theotocópuli o Juan Bautista Maíno. La mayoría toledanos y otros nacidos fuera pero con trabajos importante en Toledo.

Naturalmente, todo aquello fue fruto de un clima artístico que se mantuvo muy activo a principios del XVII por la fuerza económica y protagonismo cultural y político de la catedral de Toledo como sede metropolitana, a pesar de la Corte en Madrid desde 1561.Todo aquello implicaba una gran demanda de obras religiosas, no solo para la catedral sino para las iglesias de la diócesis, las parroquias de la ciudad y sus numerosos conventos.  

Los cuadros de la exposición son una a muestra de la pintura de Luis Tristán después de su aprendizaje con El Greco y su estancia en Italia entre 1606 y 1612, pasando por Venecia, Milán, Florencia y Roma. Todos los cuadros pertenecen a la etapa más productiva del maestro, de 1612 a 1624, ya plenamente formado y dentro de la pintura barroca, del naturalismo, con un estilo propio que le diferencia de otros pintores.

Luis  Tristán es un renovador de la pintura, un artista de calidad que mereció los tempranos elogios de Antonio Palomino (1655-1726). A través de lo visto en Italia, domina la técnica de los pintores del Renacimiento y el Manierismo, y conoce la obra de los pintores que marcan los rumbos del Naturalismo: Annibale Carracci, Guido Reni y Caravaggio, y Orazio Borgianni. Tristán hace como aquellos de la luz y el color los soportes de una nueva sensibilidad estética, de una manera de pintar que respondía a las exigencias de realismo de la época, por razones diferentes en el mundo católico que en el protestante pero coincidentes en ambos.  

'La Última Cena' de la exposición del Museo del Greco nos permite  acercarnos a la pintura del primer tercio del siglo XVII y al estilo de Luis Tristán como renovador de la pintura toledana, acorde con la estética internacional y el gusto personal del poderoso cardenal y arzobispo Bernardo de Rojas y Sandoval entre 1599 y 1618, también inquisidor general y consejero de Estado, de extraordinaria cultura, excepcional sensibilidad artística y mecenas de las artes. El naturalismo aprendido en Italia permitió a Tristán dar respuesta al deseo del cardenal de que los temas religiosos se representaran como si nos sucedieran a nosotros mismos, de acuerdo con los cánones de Trento, para facilitar la comprensión del mensaje evangélico y bíblico. Y ese mensaje lo vemos en todas sus obras, alejándose del carácter místico, excepcional y extraordinario de la pintura del Greco, imbuida de neoplatonismo, donde priman las ideas frente a la realidad cotidiana. 

'La Última Cena' expuesta en el Museo del Greco es un óleo sobre lienzo, de 107 x 164 cm, uno de los tres cuadros pintados por Tristán sobre este tema, los otros fueron: uno para el monasterio de Jerónimos de la Sisla, desaparecido, y otro para la capilla de las reliquias de la iglesia parroquial de Cuerva bajo la advocación de Santiago Apóstol. El tema fue inusual en El Greco, sólo se le conoce una temprana pintura al temple sobre tabla, de 42,5 x 51 cm., de 1567 / 1568, en la Pinacoteca Nacional de Bolonia. La que se comenta de Tristán pertenece al Museo del Prado por compra a Stanley Moss, Nueva York, en 1993, después de salir de España tras la Desamortización.  

La obra ilustra el momento en el que Cristo bendice el pan y el vino e instituye el Sacramento de la Eucaristía, después de haber anunciado que uno de los apóstoles le traicionaría. Es un tema reiterado en la historia del arte desde el siglo IV y muy habitual por utilizarse para ornato de los refectorios de los conventos. Probablemente, Tristán se inspiró en “La Última Cena de Tiziano”, encargada por Felipe II para el refectorio del Monasterio del Escorial, que nuestro maestro conocería por su amistad con los pintores que trabajaban allí. No obstante, el tratamiento del tema es distinto, como también lo es respecto a la de Leonardo para Santa Maria della Grazie de Milán, que bien pudo conocer, y la de Juan de Juanes para la Iglesia de San Sebastián de Valencia, en el Museo del Prado.  

La obra de Tristán ya es barroca, su relación con el Greco se limita al alargamiento de las figuras, con un canon en el que el tamaño de las cabezas se reduce respecto al cuerpo, y también propio de muchos manieristas de finales del siglo XVI, como Parmigianino, cuyas obras conoció en Italia. Igualmente, se percibe cierta  influencia del Greco en los verdes del manto de San Juan y de otros dos apóstoles, pero la variedad cromática es mayor en Tristán, con un el color en función de la luz, recordando más a Caravaggio, con tonalidades terrosas y rojizas. Una ventana abierta al fondo, bajo la que sitúa a Cristo, marca el eje de la composición, la luz ilumina con más intensidad lo que interesa: los rostros y las manos de los apóstoles, tomados del natural y buscando contrastes lumínicos, de claro-obscuros, como los que consigue en los mantos, conforme al tenebrismo de influencia de Caravaggio. Esos contrastes de luz se manifiestan, incluso, en los pliegues del mantel blanco extendido sobre la mesa y en los cortinones que enmarcan la ventana, de tonos rojos, como la túnica de Cristo, en alusión a la pasión. 

A diferencia de la pintura renacentista, el color domina sobre la línea y  la composición es abierta. Judas, a la izquierda del cuadro, y un personaje anónimo, en el lado opuesto, a la derecha, nos miran, nos provocan, buscando nuestra participación en la escena. A diferencia de las Últimas Cenas de Leonardo, de Tiziano o de Juan de Juanes, del Renacimiento, el artista no busca tanto la belleza y la perfección formal como despertar emociones y sentimientos.

En este caso, lo que se destaca, aparte de Cristo, que preside la composición, es Judas con el pelo rojo según la tradición y todo el significado que encierra: la traición, a lo que se alude con la bolsa de monedas en su mano derecha, como era habitual en la iconografía, y la envidia, a la que se refiere el manto amarillo. El perro del primer plano, que observa a Judas, es el contrapunto, simboliza la fidelidad y el amor a Cristo. Por otro lado, el retorcimiento de Judas, con violentos “contrappostos”, su canon alargado y su tamaño desproporcionado, imaginémosle en pie, son otros recursos para atraer al espectador y estimular sus sentimientos ante la traición a Cristo por uno de sus seguidores.  

Otra manifestación de naturalismo son los objetos de la mesa: copas de vino, blanco y tinto, cuchillo, pata de cordero, panes, un cardo, frutas y verduras, responden una estética nueva pero con relaciones humanistas con el mundo clásico y connotaciones religiosas. Todo eso sirve al artista para mostrar su maestría en la representación de formas, volúmenes, texturas y colores.

Con estas naturalezas muertas, Tristán nos sitúa en el origen del bodegón como género pictórico diferenciado a partir de siglo XVII, que consolidan pintores que trabajaron en su taller, como Pedro de Camprobín y Herrera el Viejo. En este sentido, fue determinante como antecedente su relación con Sánchez Cotán (1560-1627) y sus bodegones, hasta el punto de que el cardo de la mesa de 'La Última Cena' es una réplica del que aparece en el Bodegón del Cardo de aquel pintor, de 1602 (Museo de Bellas Artes de Granada).  

Por otra parte, la composición es manierista, aunque muy empleada en el Barroco, las figuras se disponen en dos planos a partir de dos diagonales que salen de los extremos del fondo y se cruzan en aspa en el centro para crear la profundidad. Cristo ocupa la posición central, como corresponde al hecho que se relata. En su mismo eje, en el suelo, una jarra y una bandeja aluden a la escena evangélica previa: el lavatorio de los pies a los apóstoles, a la vez que la jarra subraya la verticalidad de la figura de Cristo. En paralelo a esta jarra, un perro erguido sobre sus patas traseras mira a Judas, un elemento naturalista más y un símbolo utilizado en otras Últimas Cenas alusivo a la fidelidad y amor a Cristo frente a la traición de Judas. En los extremos de las dos diagonales, apóstoles, y al fondo, los cortinones, que cierran la escena y nos atraen con sus pliegues y colores de tonos rojos y ocres, añadiendo tensión emocional.  

Esperamos que este artículo mueva a los toledanos que aún no lo hayan hecho, a acudir al Museo del Greco a ver las obras de nuestro paisano del siglo XVII, que residió y tuvo taller en el Callejón de Gaitán y en la calle de la Bajada del Barco

El lienzo fue pintado hacia 1620, probablemente a la vez que 'La Última Cena' para la iglesia parroquial de Cuerva, de análoga composición y mayor tamaño. Esperamos que este artículo mueva a los toledanos que aún no lo hayan hecho, a acudir  al Museo del Greco a ver las obras de nuestro paisano del siglo XVII, que residió y tuvo taller en el Callejón de Gaitán y en la calle de la Bajada del Barco.

Vista la exposición, estamos seguros de que se sentirán motivados para disfrutar del lujo de contemplar otras muchas obras de Tristán en los lugares para los que fueron pintadas, en conventos e iglesias de Toledo y su provincia, y de manera muy especial, los excepcionales retablos del convento de Santa Clara y de la Colegiata de Yepes, dos obras maestras de la historia del arte. 

El verano pasado el Museo del Greco de Toledo tuvo el acierto de acoger la exposición de Sorolla como homenaje al mismo con ocasión del centenario de su muerte. Este año, con ese mismo criterio de abrir sus instalaciones a eventos significativos con relación a la pintura y nuestra ciudad, celebra una nueva exposición conmemorativa, ahora con motivo del IV centenario del fallecimiento del toledano Luis Tristán, el 7 de diciembre de 1624.

Si el año pasado se prestaba atención a un pintor de enorme calidad artística, universal a través del conocimiento temprano de su obra fuera de España, en esta ocasión se presentan al público ocho obras que le permiten aproximarse a la obra de uno de los principales artistas de la escuela toledana de pintura del primer tercio del siglo XVII, a la que pertenecen, entre otros, Pedro Orrente, Luis de Carvajal y el hijo del Greco, Jorge Manuel Theotocópuli o Juan Bautista Maíno. La mayoría toledanos y otros nacidos fuera pero con trabajos importante en Toledo.