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El cambio de los hábitos de consumo hacia el vino blanco es ya una realidad. ¿Quién nos lo iba a decir? El mundo del vino está viviendo una auténtica revolución, un cambio absolutamente disruptivo. Los consumidores de todo el mundo, también los de los países productores de la cuenca mediterránea, España entre ellos, prefieren el vino blanco al tinto.
La primera reflexión es la importancia de los consumidores en la cadena agroalimentaria. Son los que mandan. Esto es así en todos los productos, pero de forma muy particular, en el vino, que es un alimento que, consumido con moderación, transmite infinidad de sensaciones y forma parte de celebraciones y momentos especiales a lo largo de nuestra vida.
Los viticultores, y las bodegas, particulares y cooperativas, se deben, pues, a los consumidores. De ellos depende en gran medida la rentabilidad de las explotaciones vitícolas de nuestro país. La adaptación a los cambios de los consumidores en sus decisiones de compra o consumo no es fácil cuando el cultivo del que procede la materia prima -en este caso, la uva- del producto final -aquí, el vino- es permanente. La vid es una especie leñosa, que no se puede arrancar y replantar un año tras otro. Por eso, en estos casos, es tan importante la observación de las tendencias de mercado con el objetivo de adelantar la toma de decisiones de los viñedos a plantar o renovar.
La segunda reflexión es sobre el mismo cambio de la tendencia de consumo. Influyen muchas cosas. Cada consumidor tiene sus motivos, pero de forma general se puede citar el interés, cada vez mayor, por vinos frescos, jóvenes y afrutados, con grado alcohólico bajo, donde triunfan los blancos. La aproximación de los jóvenes en los países productores y de los consumidores nuevos en países que se han incorporado recientemente al mundo del vino, también contribuye a la preferencia por los vinos blancos, más sencillos para los nuevos paladares. Finalmente, el repunte de los vinos espumosos, cuyo consumo se ha generalizado, mayoritariamente elaborados con vino blanco, contribuye también a este cambio de paradigma.
Y la tercera reflexión, dirigida a los viticultores de zonas donde la uva blanca es muy mayoritaria, como el ámbito geográfico de la Denominación de Origen La Mancha, la más grande nuestro país. La nueva tendencia al consumo de vino blanco supone una oportunidad de negocio y rentabilidad para nuestros viticultores. Variedades blancas que, hasta ahora prácticamente, se habían considerado secundarias en el mundo del vino, pueden convertirse en las más demandadas en los mercados, tanto nacional como internacionales.
Un caso particular es el de la uva airén, muy desconocida, autóctona de La Mancha, totalmente resiliente al cambio climático, y abrumadoramente mayoritaria en el centro del país. Una buena promoción, acompañada de la comercialización adecuada y la elaboración cuidada, puede convertirla en la uva del futuro.
Sin duda, un gran reto para nuestra viticultura y para nuestros viticultores.
El cambio de los hábitos de consumo hacia el vino blanco es ya una realidad. ¿Quién nos lo iba a decir? El mundo del vino está viviendo una auténtica revolución, un cambio absolutamente disruptivo. Los consumidores de todo el mundo, también los de los países productores de la cuenca mediterránea, España entre ellos, prefieren el vino blanco al tinto.
La primera reflexión es la importancia de los consumidores en la cadena agroalimentaria. Son los que mandan. Esto es así en todos los productos, pero de forma muy particular, en el vino, que es un alimento que, consumido con moderación, transmite infinidad de sensaciones y forma parte de celebraciones y momentos especiales a lo largo de nuestra vida.