En el imaginario pueblo de Villar del Río, Luis García Berlanga reflejó en 1953 de forma magistral cómo los españoles fueron marginados del Plan Marshall. Ni el trabajo del alcalde, encarnado por Pepe Isbert, ni el esfuerzo del vecindario dejó ni un dólar en la localidad. La película Bienvenido Míster Marshall, calificada por el crítico cinematográfico Diego Galán como “una contundente y tierna sátira sobre la España del subdesarrollo y la pandereta”, fue el prólogo crítico de lo que llegaría un año después.
En 1954. Albacete se convirtió en un banco de pruebas de la recién estrenada amistad entre el régimen franquista y Estados Unidos. Era el 23 de enero, sábado para más señas, cuando una delegación yanqui, encabezada por el embajador estadounidense en España, James Clement Dunn, desembarcó con toda la parafernalia imaginable en la por entonces plaza del Caudillo de la ciudad manchega -hoy, plaza del Altozano- para inaugurar el primer Club de Amigos de los Estados Unidos en España. Y, curiosamente, entre sus primeros visitantes, el 'alcalde' cinematográfico de Villar del Río y albacetense de adopción, Pepe Isbert.
De esta manera, esta pequeña capital de provincias se utilizó como conejillo de indias del efecto que podría surtir en España la apertura de una ventana al mundo después de años de aislamiento tras la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. Habían pasado apenas tres meses desde la firma de los Pactos de Madrid entre el embajador Dunn y el por entonces ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín Artajo, cuando Albacete se hizo algo más americana.
La entente en cuestión contemplaba, entre otras cosas, la autorización del uso y la instalación de bases militares en territorio español, siendo Rota (Cádiz), Torrejón de Ardoz (Madrid), Zaragoza y Morón de la Frontera (Sevilla) las primeras de la lista. Su carácter era estratégico para el despliegue de tropas y armamento norteamericano en caso de conflicto con el bloque soviético.
Los pactos dieron también a Franco cierta legitimación. España se fue reintegrando de forma progresiva en la política mundial internacional tras implicarse con las potencias del Eje, alcanzando su culminación cuando ingresó en las Naciones Unidas en 1955.
Estos acuerdos incorporaron a su vez la concesión de ayuda económica y militar a España por un importe de 1.000 millones de dólares en los 10 años posteriores al convenio inicial, un impulso que fue clave para la modernización de las fuerzas armadas y para el desarrollo de infraestructuras en un país que aún sufría las consecuencias de la Guerra Civil y el aislamiento internacional.
Y la jugada americana en ese tablero de ajedrez en el que se convirtió Europa tras la Segunda Guerra Mundial, poniendo pie en pared ante la expansión del bloque soviético con la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y su acercamiento a España, se completaba con la llegada de la llamada Ayuda Social Americana (ASA), que tenía como fin la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos y ciudadanas, ofreciendo un alivio material a una población que todavía sufría los efectos de la posguerra y el empobrecimiento.
Así, junto con el suministro de alimentos y productos básicos, se facilitó equipamiento sanitario y ayuda técnica, y se formó a personal en áreas como la agricultura, la industria y la salud. Además, se promovieron programas culturales y educativos. Había que mirar a Estados Unidos bajo otro prisma: era un aliado.
El nacimiento del Club de Amigos de Estados Unidos
La cultura norteamericana en esa España de los cincuenta entraba sobre todo por el cine. Los españoles se derretían por las estrellas de Hollywood y llenaban las salas de proyección, y Albacete no fue una excepción. Todo lo que sonaba a yanqui gustaba y mucho. Por eso, el Club de Amigos de los Estados Unidos llegó como un soplo de aire fresco. Prometía cultura, música, conferencias, cine, literatura… al margen de lo que ocultaba la iniciativa entre bastidores: un ejercicio de propaganda muy propio de la superpotencia. Curiosamente, el Club se instaló en un local del edificio Capitol, que albergaba el mítico cine albaceteño del mismo nombre, y lo hacía con el propósito de contribuir desde Albacete “al acercamiento cultural de ambos pueblos”, decía en portada La Voz de Albacete.
El embajador Dunn fue recibido ese sábado de enero con los máximos honores por todas las autoridades civiles, militares y religiosas, incluido el obispo Arturo Tabera Araoz. Nadie que pintara algo en ese Albacete del régimen franquista se perdió el acto. El local, decorado con las banderas española y estadounidense, estaba presidido por dos grandes retratos de Franco y del presidente Eisenhower. Y tras los himnos de rigor, comenzaron los discursos, que abrió el presidente de la entidad, Eduardo Navarro Armero, conocido empresario que, entre otros negocios, poseía en la ciudad el concesionario norteamericano Ford en el paseo de José Antonio, hoy paseo de la Libertad. No podía ser otro.
Navarro Armero manifestó que el único objetivo de la recién nacida entidad no era otro que divulgar la “hora cultural y artística” norteamericana. Loable misión la que trató de colocar en su mensaje el presidente del club cuando la misión era eminentemente propagandística.
Por su parte, el gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, Francisco Rodríguez Acosta, destacó que, siendo Albacete “auténticamente” una tierra agrícola, “sin una personalidad industrial destacada y careciendo de colonia americana”, pasaba a convertirse en la primera ciudad de España en disponer de un Club de Amigos de los Estados Unidos, y achacaba a la presencia yanqui en varias ediciones de la Feria de septiembre el origen de esta camaradería, reforzada por la estancia de militares de la Armada estadounidense, “visitas que han dado lugar al conocimiento y afecto entre sí”.
En la Feria albacetense
Las palabras de Rodríguez Acosta, máximo representante del dictador durante más de una década en Albacete, respondían al despliegue que Estados Unidos hizo en varias ediciones de las fiestas septembrinas de la capital manchega. Por ejemplo, en 1952 visitó la ciudad el primer secretario de la Embajada norteamericana, Dorsey Fisher, junto con una amplia legación del país de las barras y estrellas. Esa fue una de las primeras tomas de contacto entre Estados Unidos y Albacete tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el alcalde era Luis Martínez de la Ossa, quien colocó la alfombra roja a la delegación diplomática.
En el Recinto Ferial, los americanos expusieron en 1951 maquetas representativas de su agro, recursos y métodos agrícolas, maquinaria y una extensa biblioteca con textos técnicos. La revista Feria de 1952 daba cuenta de esa presencia, que respondía al propósito de alcanzar una cooperación “práctica y concreta” entre ambos países para “aumentar los viajes, el intercambio comercial beneficioso y todos los medios de entendimiento entre España y Estados Unidos”.
A partir de esa Feria de 1951, “un río de simpatía ha hecho cauce y discurre en plácemes hacia la Casa Americana -como por aquí la llamamos- y esta se excede en obsequios culturales, con la proyección de otras películas que acercan al pueblo trabajador y amigo al pueblo de España. Proyecciones que otras veces llevan distracción y consuelo a enfermos internados, a los niños”, rezaba el artículo de la revista ferial, que no ahorraba en halagos.
En 1952, los expositores norteamericanos mostraron adelantos mecánicos, libros y películas de dibujos. “Demos un wellcome simpático o nuestra sincera bienvenida a los que llegan a nuestra ciudad con tan loables propósitos”, añadía el reportaje, que repetía el mismo relato adjetivado en la revista de Feria de 1953, cuando el stand americano mostraba con unas pantallas modernos sistemas de proyección que el público podía activar con “botones automáticos”.
Con ese caldo de cultivo, es lógico que la inauguración del Club de Amigos de los Estados Unidos se convirtiera en una fiesta, en la que el embajador Jimmy Dunn habló de Albacete como una ciudad con historia y con un amplio bagaje cultural. “En sus ferias, ustedes han acogido la representación norteamericana con magnífica cordialidad, por eso tengo la impresión no de estar en una ciudad extraña, sino de respirar aires de amistad entre gentes que ya tiene cariño a mi país”.
El diplomático -que según dijo The Washington Post cuando se retiró, fue “uno de los mejores embajadores de su tiempo”- aseguró que el Club de Amigos de los Estados Unidos era la prueba de que más allá de los pactos económicos y militares alcanzados entre ambos países, “no son la totalidad de lo que pueden ser las relaciones entre España y los Estados Unidos”, y no eludió la posición internacional que hasta pocos meses antes había mantenido el dictador. “Durante demasiado tiempo, una cortina, si no de falsedades, por lo menos de ignorancia, ha existido entre nuestros países en cuanto a sus respectivos valores espirituales”.
Y es que este lavado de imagen que buscaba el Gobierno americano, con conferencias, conciertos, exposiciones, clases de inglés… “Lleguen ustedes a formarse un cuadro verídico de lo que representan las aspiraciones espirituales del pueblo americano”. Y en este punto citó incluso a José María Pemán, artífice de la retórica de los sublevados el 18 de julio de 1936, literato que escribió: “Los Estados Unidos, con su juventud despreocupada, pueden ser buen antídoto frente al misticismo despreocupado de Dostoyevski”, uno de los grandes escritores de la literatura universal, por cierto. Y con frase tan contundente acabaron los discursos, a los que se acompañó un banquete, como era de rigor, en el cercano Gran Hotel albaceteño.
En semanas, meses siguientes, por el Club de Amigos de los Estados Unidos pasaron desde el prestigioso violinista californiano Richard Leshin hasta el notable hispanista, crítico literario y profesor universitario John Englekirk, o el poeta conquense Federico Muelas. Además, la entidad acogía bailes de salón y, curioso, conciertos de música clásica “con discos”. Con el tiempo, la presidencia del Club pasó a manos del magistrado Ramón Doval Amarelle, quien fue por aquellos años presidente del Albacete Balompié.
Las urgencias de las despensas
Pero, sin duda, de esos acuerdos entre España y Estados Unidos, lo más agradecido por las gentes más humildes fue la llegada de la Ayuda Social Americana (ASA), programa que llegó a miles de albaceteños y albaceteñas y que todavía permanece en la memoria de quienes vivieron esos años de urgencias en las despensas.
Esa ayuda alimenticia, que arrancó en la mitad de la década de los años 50, supuso una notable mejora de la nutrición de la población, en especial, de los niños y niñas. El fundador del Museo del Niño de Castilla-La Mancha, además de maestro e impulsor del Movimiento de Renovación Pedagógica de Albacete, Juan Peralta, recuerda que los productos americanos “nos traen a la memoria la escuela del franquismo”.
“Nací en 1946 y recuerdo perfectamente aquella leche y el queso americano que nos daban en la escuela a la que yo fui en Puente de Génave, un pequeño pueblo de la provincia de Jaén”, asegura Peralta, recordando que quienes visiten el Museo del Niño en Albacete pueden ver, en la sala Infancias Robadas, una sección dedicada a la Ayuda Social Americana, plasmada fundamentalmente en la leche en polvo en grandes bidones y el queso en latas redondas, productos que protagonizaban, evidentemente, el listado de artículos procedentes de los Estados Unidos y que repartía la recién nacida Cáritas Diocesana de Acción Católica de la mano, básicamente, de su organización hermana americana en colegios y locales específicos.
“La leche venía en bidones de cartón rígido, y cada mañana, a la hora del recreo, el maestro nos daba un vaso con aquella leche disuelta en agua en unas cazuelas grandes; mi madre, al igual que otras, valoraba mucho aquella leche en polvo porque era muy buena para hacer mantecados”, indica Juan Peralta, resaltando que esa leche en polvo, así como el resto de productos -queso o mantequilla, entre otras cosas- responde a la situación de extrema pobreza de la población infantil al acabar la Guerra Civil. “Hoy, la tasa de mortalidad es muy baja en nuestro país: cuatro muertes por cada 1.000 niños nacidos, pero en aquellos años era más de 75 veces superior, 142 por cada 1.000 que habían nacido”. Por eso, para este experto en Educación, no es extraño que las autoridades franquistas solicitaran en los años 50 del siglo pasado la ayuda del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, “creado en el año que yo nací, 1946, con el fin de afrontar las dificultades que los niños vivían en aquellos años”.
En esta línea, el sacerdote retirado Juan Francisco García López, con más de 60 años de ejercicio y buena parte de ellos como misionero en Brasil, apunta que, en los años de la posguerra, la situación de escasez afectaba de forma sobresaliente a la vida cotidiana. “La alimentación básica en el medio rural, que no en la ciudad, giraba en torno a productos como patatas, cerdo, legumbres y, sobre todo, la harina, que era esencial para hacer pan, gachas y otros platos que se adaptaban a los pocos recursos disponibles”.
Nacido en 1937, este religioso, que a sus 87 años todavía colabora con Cáritas en programas de atención de las personas sin hogar como Café Calor, relata que en las familias de los pueblos -él es originario de Balazote, en la provincia albacetense-, se utilizaba no solo harina de trigo, sino también de centeno o cebada, aunque de menor calidad. “Con ella, las familias preparaban alimentos como el pan, tortas caseras y recetas ingeniosas como las fritillas, y el popular engrudo o pegamento casero, que era una mezcla de harina y agua”, señala, explicando que el pan, aunque un bien básico, “era racionado a través de cartillas y tenía un sabor áspero, ya que contenía el salvado y otras partes del grano, que apenas se cernían”.
El cerdo también era fundamental. “Cada parte del animal se aprovechaba para embutidos y jamones, pero estos últimos eran tan valiosos que muchas familias optaban por venderlos, convirtiéndolos en una fuente de ingresos”, recuerda, refiriéndose además a las legumbres, como garbanzos, lentejas y habichuelas. “También formaban parte de esta dieta austera, que se complementaba con productos de temporada, recolectados de la tierra o en rebusca después de la cosecha, y es que era común ver a las familias saliendo al campo a recoger lo que quedaba en los campos: espigas de trigo y otros restos que, aunque escasos, ayudaban a poner algo más en la mesa”, apunta.
Los primeros cargamentos
Y con ese escenario llegaron los primeros cargamentos del Plan ASA. “Desde 1955 y hasta 1968, cuando empecé a ejercer como maestro en Prado Redondo, una pequeña aldea de Lezuza, llegaron a nuestro país más de 300 millones de kilos de leche en polvo”, recuerda a este respecto Juan Peralta, cuya relación con la famosa leche americana continuó unos años más: “Ya, como maestro, a finales de los años 60 y principios de los 70, yo también repartí leche, pero no en polvo, sino en botellines de cristal, porque la situación de la infancia también en aquella época seguía siendo muy precaria”.
Más de 34.000 niños y niñas de la provincia recibían el cuarto de litro de leche en polvo y los 25 gramos de mantequilla del Plan ASA en medio de un contrabando y trueque muy perseguido
Al igual que sucedió con el Club de Amigos de los Estados Unidos, Albacete también fue punta de lanza a la hora de recibir la ayuda, y el responsable en España de la Cáritas de EEUU, Robert Melina, se preocupó de comprobar in situ cómo se organizó el reparto de los alimentos americanos, y no en la capital, sino en las pequeñas localidades de la sierra, como Yeste, que visitó con motivo de una Asamblea Arciprestal de Caridad a finales de 1955.
Trueque y contrabando
“La leche en polvo fue muy bien recibida, ya que era un producto de difícil acceso. Sin embargo, el queso americano, distinto del queso manchego al que estábamos acostumbrados, resultaba extraño al paladar y no siempre era del agrado de todos”, rememora el sacerdote Juan Francisco García López. Pero, además, en aquellos años de tantas carencias, había quien aprovechaba esta alimentación novedosa para hacer negocio. Sí, y no se trataba solamente de meras operaciones de trueque, sino de compra-venta, lo que llevó a Cáritas, creada en Albacete a finales de 1954, a movilizarse para garantizar el buen uso de los envíos.
Así, como ejemplo, la entidad religiosa publicó en La Voz de Albacete, el 13 de abril de 1956, un artículo en el que indicaba “una vez más” que los víveres que se distribuyen “entre los pobres, leche, queso y mantequilla, procedentes de la Ayuda Social Americana, recibidos como generoso donativo del noble pueblo americano para nuestros necesitados, no pueden ser vendidos, cambiados, ni transformados, ni pueden beneficiarse de ellos, en forma alguna, los pudientes”.
Y apuntaba que dichos artículos debían llegar fraccionados y en forma gratuita “a los pobres”, no dudando Cáritas en poner en conocimiento de la autoridad civil los hechos que llegasen a conocerse de transgresión de estas normas “para que sean sancionados en la forma en que la autoridad lo considere oportuna”. Y así lo hizo, puesto que la prensa de aquellos años incluye numerosas noticias en las que se informaba de diversos delitos en poblaciones albacetenses, con multas instruidas a través de la Fiscalía Provincial de Tasas con importes de hasta 3.500 pesetas.
Como ejemplo, y repasando la documentación que obra en el Archivo Histórico Provincial de Albacete, se custodia un expediente en el que una comerciante de la plaza de Mateo Villora -en la actualidad, plaza de Carretas en la capital manchega- justifica, ante la visita de agentes de la Fiscalía Provincial de Tasas, la existencia en su local de 16 kilos de leche en polvo americana por una operación de trueque propuesta por usuarias de la institución benéfica La Gota de Leche, vecinas del empobrecido barrio de La Estrella. Estas mujeres se entregaban el valorado producto americano a cambio de huevos y plátanos. ¿Y qué excusa dio la vendedora? Que esa leche era excelente para atender las dolencias de su esposo y de su hijo en bronquios y estómago. Estamos en 1963, prácticamente una década después de que se iniciara el Plan ASA.
Juan Francisco García López reconoce que la mayoría de la gente “hacía discretamente el trueque, el tabú social era más fuerte que la ley, y a algunas familias de mejor posición económica les daba vergüenza ponerse en las filas de la ayuda, por eso, si querían acceder a estos productos sin exponerse, utilizaban el trueque como una forma de obtenerlos sin tener que recogerlos públicamente”.
Un cuchillo como agradecimiento
El caso es que, de una forma u otra, miles de niños y niñas se beneficiaron de esta alimentación. Un reportaje publicado el 15 de abril de 1957 por Noticias de Actualidad, del Servicio de Publicaciones de la Embajada de Estados Unidos en España, cuenta que 34.000 niños albacetenses se alimentaban en sus colegios con el cuarto de litro de leche y los 20 gramos de mantequilla que recibían de la National Catholic Welfare Conference, y así, cada día lectivo, durante el curso escolar.
Por cierto, que como muestra de agradecimiento por la labor estadounidense, Cáritas de Albacete regaló entonces un cuchillo fabricado en la ciudad al embajador yanqui, John Davis Logde, con una inscripción: “Al pueblo de los Estados Unidos, en la persona de su embajador, en testimonio de gratitud por su ayuda a los pobres”.
Con el tiempo, la ayuda incluyó colchones, y en determinados casos de urgencia, como sucedió el 11 de septiembre de 1956, tras la explosión de un camión cargado con 25 kilos de pólvora con destino a un espectáculo de fuegos artificiales -la ciudad estaba celebrando su Feria-, Cáritas decidió destinar alimentos americanos a las familias afectadas. Tras el suceso falleció una persona, varios fueron los heridos y decenas los vecinos que se quedaron sin nada por los daños ocasionados a las viviendas.
Y en 1959, según Cáritas, se repartieron cada día 1.897 litros de leche, que en el transcurso del año hicieron un total de 692.444 litros. Además, se entregaron 2.699 colchones, que sumados a los 2.489 facilitados el año anterior, procedentes del Plan ASA, se aceraron a 5.500 los colchones entregados. Hasta ese año, la Ayuda Social Americana sumaba, a precios de mercado, más de 160 millones de pesetas en la provincia.
De esta manera fue cómo Albacete experimentó este cambio en la política internacional de Franco, con un acercamiento cultural, con iniciativas como los clubes de amigos de los Estados Unidos, o atendiendo las carencias alimenticias de la población, mediante el Plan ASA, que dejó una huella en la memoria colectiva de aquellos que vivieron tiempos de privaciones, un recordatorio de cómo la diplomacia y la necesidad se entrelazaron en un periodo que marcó a toda una generación.