El agua, siempre el agua. Cuando cesa el ruido de las máquinas, cuando se apagan los focos de las cámaras, cuando para el trajín de voluntarios, militares, periodistas, es el sonido del agua lo que rompe el silencio de las calles de Letur y acompaña a los vecinos en este tiempo dilatado que empezó el martes. Han pasado tres días desde que ese sonido plácido que siempre les sigue se convirtió en un estruendo y el agua del arroyo, su bien más preciado y su orgullo, mudó en una furia de lodo, ramas, rocas que atravesó el pueblo como una puñalada trapera, engullendo casas y recuerdos. Desde entonces, la espera se ha ido convirtiendo en desesperación, porque, tres días después, sigue sin haber rastro de cinco de las seis personas desaparecidas tras la riada causada por la DANA.
“Venía como en una película, como un tsunami. Una cortina de agua de una altura enorme”, dice Manuel Ortuño Tomás, uno de los vecinos que a primera hora del viernes se han acercado a lo que era el comienzo del casco antiguo y donde ahora la retirada del agua ha dejado una cantidad enorme de sedimentos.
“Fue de golpe, de uno a 100. Como si pisaras un acelerador y ¡bum! Hubo una señora que pasó poco antes en coche con su hijo conduciendo. Tuvo la habilidad de ver que se le calaba y consiguieron bajar y salvarse, pero a esos dos trabajadores les pilló ahí”, añade, recordando a dos las cinco personas que se siguen buscando, Juan Alejandro y Manuel, de 34 y de 46 años, que subían la cuesta a bordo de una furgoneta del Ayuntamiento cuando el agua desbordó.
Las otras tres son Antonia, una mujer que había vuelto a vivir al pueblo después de la jubilación, y Jonathan y Mónica, una pareja de 37 y 38 años. Su casa, una de las primeras del casco antiguo, y desde la que pidieron ayuda hasta el último momento antes de desaparecer, ya no existe. Y ese hueco, ese desgarro a la entrada del pueblo, es la estampa del drama que se vive en estas horas en Letur.
Allí trabajan las excavadoras para remover la tierra y poder hacer una pasarela que vuelva a unir la parte antigua del pueblo con la nueva, mientras los perros de la UME rastrean las callejuelas que en otro momento, en un puente festivo, se habrían llenado de turistas. Se busca en la superficie, después de que los buzos de la Guardia Civil se sumergieran sin éxito en las zonas de agua, las pozas y el cauce de la rambla que atraviesa el pueblo, en los cinco kilómetros que desde aquí les separan del río Segura.
“Mi hermano entraba a las dos a trabajar y eso fue a las dos menos diez. Mi cuñada iba a ir al colegio a recoger a la niña. Cinco minutos más y no hubiera habido nadie en casa”, cuenta Tamara Muñoz, la hermana de Jonathan, que no entiende cómo pudo pasar. La última imagen que tiene de él es la que le han descrito el cura y los vecinos que vieron cómo luchó por ponerse a salvo: “Pedían socorro y mi hermano intentó con tablas pasar a otra casa, dicen que trató de coger una manta, una sábana, y que estaba atando algo para intentar salir de ahí. Los dos, él y su mujer”.
La pareja tenía dos hijos, una niña de 10 años y un chico que este sábado cumple 14. “A ellos les llegó de repente. Pero la riada venía de más de 30 kilómetros por la sierra, de arriba. Ya sabían que bajaba por el Sabinar. ¿Cómo no les dio tiempo a avisar que desalojaran? ¡Si cuando encienden un fuego en el bosque, a los cinco minutos el Seprona está allí! Yo vivo en Socovos, a pocos kilómetros de aquí, y me enteré porque estaba terminando de comer y me llamó mi prima. '¿Cómo están la Mónica y el Joni?', me decía. Y yo: '¿Cómo van a estar? Bien'. Pero si es que en Letur no había llovido mucho, si fue en la sierra”, repite. El problema no fue el agua caída en el pueblo, sino la que inundó la cabecera de la cuenca, en territorio de Moratalla, ya en Murcia.
“Realmente aquí no llovió mucho. Aquí no cayeron más que 35 litros. Teníamos una alerta de que se activó el plan meteo por parte de la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha y a todas las administraciones se nos advierte de que hay una alerta naranja”, dice el alcalde del pueblo, Sergio Marín, en un momento de descanso en una de las salas del colegio Nuestra Señora de la Asunción, que se ha convertido en el cuartel general de las operaciones de emergencia en el pueblo.
Cuando se le pregunta por los comentarios de los vecinos sobre la cantidad de maleza que bajaba junto al agua por cauce de la rambla, contesta: “Me reuní hace poco, hace unos meses, con el presidente de la Confederación Hidrográfica del Segura. Con él y con el comisario y les planteé la posibilidad y la necesidad de limpiar el cauce de Letur. Desde 2009, si no me equivoco, no se había limpiado la zona del arroyo, la más cercana a la zona urbana”.
Marín tiene 29 años y esta es su segunda legislatura al frente del Ayuntamiento. Fue elegido por primera vez en 2019, cuando tenía 24 y acababa de terminar la carrera de Derecho.
Su sueño era acompañar a los vecinos en esta segunda vida que Letur experimentaba desde hace unos años tras una reconversión turística que lo ha transformado en uno de los destinos más demandados de esta sierra, hasta ganarse el apodo de “perla del Segura” y de “paraíso del agua”, por sus piscinas naturales de aguas cristalinas.
“El pueblo del agua que se ve afectado por el agua... No va a ser ya el Letur como lo conocíamos. Pero estoy seguro de que va a seguir teniendo esa identidad”, dice el alcalde. “En invierno hay alrededor de las 500 personas más o menos en todo el municipio, viviendo aquí siempre, y unas 60-70 en el casco antiguo. Pero luego tenemos 700 plazas de hostelería. No quiero ni imaginar lo que hubiera pasado si la riada hubiera sido este fin de semana. No me lo quiero ni imaginar”.
En otra sala del colegio se prepara la comida para los militares que trabajan en las operaciones de rescate y los voluntarios que ayudan a limpiar las casas y los bajos que se han llenado de barro. En las aulas de los más pequeños cuelgan las decoraciones de una fiesta de Halloween que no se celebró.
Fuera, en el patio, se producen los abrazos de los vecinos que se reencuentran con los que viven fuera y han vuelto al pueblo para estar con los suyos. Entre ellos está la cantante Rozalén. “Todos sentíamos esa impotencia de estar fuera y ya cuando estás aquí, aunque no puedas hacer nada, al menos estamos juntos. Aunque sea para llorar juntos. Pero estás aquí y sientes hasta una especie de alivio al llegar”, dice.
Muchos la mencionan cuando hablan del renacer del pueblo, de la nueva vida de Letur en estos últimos años volcados en el turismo. “Este pueblo es muy pequeño. Ahora estaba en un momento bastante álgido. Hacemos el Festival contra la despoblación rural, Leturalma, en verano y llevamos ya bastantes años. Es un pueblo que rema mucho para que la gente lo conozca, pero somos muy pocos. Todos tenemos relación con todos, con los que están, con los que han desaparecido, con la mujer que ha muerto. Yo sé perfectamente quiénes son. Mónica es de mi quinta. Jugábamos juntas de pequeñas. Y la señora que han encontrado era íntima de mi abuela”, añade la artista.
Antonio Garrido también volvió este jueves a la casa de familia en Letur a la que retorna cada vez que puede. Es el hogar de los reencuentros, de los veranos de sus hijos, de reconciliarse con el lugar que tuvo que abandonar porque “se pasaba mucha hambre”.
No vive aquí desde que salió con 18 años para, como muchos, buscar un futuro fuera. Tiene 75 ahora y recuerda ese éxodo de los años sesenta que vació de jóvenes este y muchos pueblos más. Se iban a Murcia, a Castellón, a Valencia... “Estos días he sentido un vacío grande, muy grande. La gente se marchó de aquí durante décadas. Ahora no hay más de mil personas censadas, y muchos son los que volvieron en los últimos años pero ya tras su jubilación”. Como Antonia, una de las personas a las que se sigue buscando, junto a Manuel, Juan Alejandro, Mónica y Jonathan. “Vamos a luchar. Están buscando. Mucha gente buena está buscando. Se están dejando la piel y nos están ayudando mucho. Mucho calor de la gente, mucho apoyo. Y eso es lo que nos da fuerza”, dice Tamara Muñoz, la hermana de Jonathan.