Una serie ha devuelto a la memoria, a la actualidad, el desastre nuclear de Chernóbil. Han pasado 33 años desde que sucediera la que está considerada como la tragedia nuclear más grave del siglo XX. En cinco capítulos se muestra el desastre, las decisiones y sus consecuencias, aún hoy vigentes en una zona de exclusión -los alrededores de la central nuclear donde el 26 de abril de 1986 explotó el reactor número 4- que llegaron a alcanzar los 2.600 kilómetros cuadrados.
La historia de Chernóbil había quedado en una especie de limbo, un lugar entre el recuerdo y el olvido. Algo abandonado en un rincón de la memoria común, como ocurre tantas veces con desastres naturales o accidentes ambientales. Un olvido que se puede percibir en las imágenes que el fotoperiodista albaceteño, Raúl Moreno, ha captado a lo largo de varios años y que recopila en su trabajo 'Monólogo sobre Chernóbil', una colección de imágenes e historias con las que muestra “el miedo y la incertidumbre” que representa, todavía hoy, Chernóbil.
Su primer viaje a la zona afectada por la explosión del reactor número cuatro de la central nuclear de Chernóbil fue en el año 2010. “Surgió todo en el año 2009 y en 2010 fue en el primer viaje”, explica. Entonces lo hacía como parte de un equipo que trabajaba en un documental que hablaba de los “liquidadores de Chernóbil”, el sobrenombre con el que se conoce a los bomberos, personal militar, y demás personas encargadas de limpias la zona de la explosión.
Y tras ese primer viaje una realidad de miedo, desertificación y vida marcada por el desastre se abrió ante sus ojos y su cámara. Moreno ha estado junto a ese reactor. Las sensaciones, dice, “es complicado de explicar”. “Llegas al sitio, lo ves y piensas: Aquí estás, por fin te veo”. A él (el reactor) y a la atmósfera que lo rodea, también perceptible según nos cuenta. Un momento en el que las dos únicas armas del fotoperiodista son su cámara y un dosímetro en la mano “que te está pitando porque los niveles de radiación son muy altos”.
Esa primera toma de contacto, esa primera visita, le mostró el paso de los años y cómo Chernóbil había marcado la historia de dos países, antes la Unión Soviética (URSS) y hoy Ucrania y Bielorrusia. “Con el paso de los años también me impliqué en este proyecto y no solo quedarme en la superficie, quería contar esta historia de otra manera, más profunda”. Y así, año a año volvía a la zona cero, donde la explosión de un reactor nuclear convirtió en un páramo lo que hasta aquél 26 de abril de 1986 había sido un hogar para muchos, un entorno lleno de vida.
La vida después de Chernóbil
Su trabajo 'Monólogo sobre Chernóbil' traslada miedo e incertidumbre. Con esas imágenes cuenta las historias de vida de aquellos que han sufrido las consecuencias directas de la radiactividad tras la explosión nuclear. “Cuando piensas en Chernóbil, piensas en el desastre, en un lugar deshabitado, en misera y desolación. Pero fuera de la zona de exclusión la vida sigue, los habitantes hacen una vida normal”.
Son, en definitiva historias de niños con malformaciones -a causa de la radiación-, de cáncer, miseria, muerte y contaminación, pero también la vida de gentes que le abrieron sus casas y sus relatos para contarlos al mundo. “Son abiertos, alegres..., a pesar de las consecuencias, que son evidentes”.
Las consecuencias para la salud a las que alude el fotoperiodista se multiplican. Viven en terreno contaminado “y consumen alimentos contaminados, cultivados en esas tierras”. Éste es uno de los puntos en los que Moreno se ha centrado en esas fotografías con las que compone el diálogo entre el espectador y aquello que se plasma – a pesar de ser un monólogo sobre la catástrofe- y en las que enfatiza en esos alimentos convertidos en una suerte de arma letal, “un veneno que van consumiendo en dosis pequeñas. Se van acumulando estos isotopos radioactivos en su organismo y al final generan enfermedades respiratorias, cardíacas o cáncer y mueren”, nos explica.
Pese a ello la vida sigue, cada mañana amanece en esa zona, y sus habitantes siguen con sus quehaceres porque el terreno hoy está contaminado, y así seguirá por cientos de años. Mientras, les invade un sentimiento de abandono, “se sienten olvidados, dejados de la mano de dios”, porque en muchos casos las ayudas ya no llegan ya que el gobierno las ha retirado asegurando que no hay riesgo para la salud.
Los rostros
¿Cuál fue la foto más difícil?, preguntamos. “La verdad es que es todo un conjunto, se me vienen muchas imágenes a la cabeza”, contesta Raúl Moreno, pero enseguida reacciona: “La foto de Polina. Fue complicada por la historia que tiene detrás”.
Se refiere a esta niña.“Polina fue abandonada por su madre en un orfanato bielorruso al poco de nacer. A los 6 años fue adoptada por una familia que acababa de perder a su hija, casualmente también llamada Polina”. Ella es, tal y como la describe, una persona “digna de admirar” con una historia que te conmueve, como la de Lilia, otra niña, también recogida en su trabajo fotográfico. “Va vestida de rojo y aparecer sentada en una cama, en su habitación de un orfanato”, narra el fotoperiodista. “Cuando la vi comprendí que tenía que fotografiarla” porque Lilia es otro de esos casos que deja la explosión, el desastre nuclear, la contaminación que emergió a su paso: sus problemas mentales, su enfermedad, el orfanato, esa mirada con la que se comunica.
Una realidad que supera a la ficción
En apenas cinco capítulos una serie ha devuelto al mundo a una realidad olvidada, resucitando a aquellas personas que fueron claves en la gestión directa del desastre y que evitaron males mayores. Pero no deja de ser eso, una serie, advierte Moreno. “La realidad supera a esta ficción, es mucho más impactante que la serie” que reclama una mayor conciencia sobre el tema. La serie, dice Moreno, “era necesaria para poder imaginar y comprender las consecuencias que puede tener un desastre nuclear”, pero no se puede ver como una ficción. “Esto no es Juego de Tronos, no tiene dragones que vuelan. Esto sucedió y sigue sucediendo porque estos restos radioactivos estarán ahí cientos de años”.
El reactor número cuatro de la central nuclear de Chernóbil explotó el 26 de abril de 1986 tras un cúmulo de malas decisiones y los fallos en el sistema que provocaron una reacción en cadena. Tras el incidente, 300.000 personas fueron evacuadas de la zona de exclusión -que llegó a abarcar 2.600 kilómetros cuadrados- y que nunca jamás volvieron a sus casas. Se estima que han muerto a consecuencia de Chernóbil entre 4.000 y 93.000 personas, aunque el recuento oficial del año 87 habla de apenas 31 fallecidos.
Desde entonces hasta ahora los casos de cáncer se han multiplicado en Ucrania y Bielorrusia, especialmente entre la población infantil.