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Rojo sangre

Como tantas otras veces, el primero fue Griffith. Él inauguró en 1916 con “Intolerancia” la narración fragmentada en el cine, un recurso de estilo que después emplearían autores tan dispares como Eisenstein, Altman, Tarantino, González Iñárritu, Soderbergh, Panahi... todos ellos con el mismo propósito: dibujar paisajes más amplios en sus películas, diluyendo el protagonismo de los personajes en favor de una mayor riqueza argumental y profundidad psicológica.

El director chino Jia Zhang Ke ha sido el último en hacer de la pantalla un mosaico donde abordar el complejo tema de la violencia en su país. A partir de cuatro historias que se van sucediendo episódicamente en distintas latitudes de China y en diferentes estratos de la población, Zhang Ke elabora un fresco descarnado y directo en el que nadie sale indemne: políticos corruptos, gerifaltes que abusan de peones sumisos, obreros autómatas que venden sus cuerpos y sus mentes al mejor postor, delincuentes sanguinarios, aprendices de asesino... una fauna variopinta que convive en la misma jungla. La China cuyos mandatarios se han reconocido en la pantalla y no han dudado en prohibir el estreno de la película dentro de sus fronteras.

“Un toque de violencia” es más bien un mazazo, un golpe seco y brutal a la conciencia de los espectadores amodorrados en sus butacas. La agresividad latente que retrata Zhang Ke es el producto de un sistema entumecido tras 65 años de régimen comunista, una violencia que aguarda hasta reventar como catarsis de los personajes. Estos aparecen al mismo tiempo como víctimas y verdugos que reaccionan mimetizándose con el entorno, utilizando cada vez un arma diferente con la que definen su particularidad dentro de la especie, hasta el punto de que esas armas no son sólo armas sino asideros, tablas de salvación, a veces sus últimas pertenencias.

Zhang Ke expone los hechos con transparencia, casi como un cronista que apenas se permite alguna concesión a los símbolos en forma de animales (serpientes, peces, patos, caballos) y que deja, en la última escena del film, una invitación para reflexionar: “¿Y tú, cómo juzgas la violencia?”.

La pregunta queda flotando en la sala de cine para que cada espectador pueda responderla atendiendo a los acontecimientos narrados, todavía más impresionantes por estar inspirados en la realidad.

La película está dirigida con una austeridad casi ascética, sin entretenerse en planos de detalle ni escenas de transición, buscando siempre lo concreto. Sus imágenes reflejan sólo lo necesario para que la trama avance, poniendo a prueba el talento del director para la elipsis y el fuera de campo.

Se trata por ello de cine con mayúsculas, cine que inmiscuye al público y que tiene la capacidad de hipnotizarle sin recurrir a trucos fáciles. Hay algo terrible y brutal en “Un toque de violencia”, algo que está siempre a punto de suceder agazapado en cada escena, en cada gesto de los actores y en cada línea de diálogo, que te atornilla a la butaca y que te obliga a mirar aunque no quieras. Esa es la grandeza de esta película lúcida y reveladora que se atreve a denunciar las injusticias de su país apretando los puños y enseñando los dientes. Un oprobio más para esa China oficial que avanza imparable hacia el pasado, condenando al ostracismo a sus artistas menos dóciles. Jia Zhang Ke es un ejemplo luminoso de ello.