Después del éxito internacional obtenido en el año 2005 con “Paradise Now”, el cineasta Hany Abu-Assad regresa a Palestina para filmar la primera película producida íntegramente con financiación local. “Omar” confirma a Abu-Assad como un cronista inusual del conflicto entre árabes y judíos, capaz de eludir la dicotomía del blanco y negro para concentrarse en los matices del gris.
Si en “Paradise Now” el director representaba los desastres perpetrados en Oriente Medio a través de dos terroristas suicidas a punto de inmolarse, en “Omar” opta por cuatro jóvenes en lucha por un futuro incierto. Cambian los peones del juego, pero el tablero sigue siendo el mismo. La película está cargada de considerables dosis de rabia, sin embargo, se trata de una rabia lúcida y constructiva, que esquiva las pancartas y que no cae en la tentación del victimismo. Abu-Assad se muestra inteligente a la hora de retratar las dificultades de tres combatientes novatos y la hermana de uno de ellos por salvar sus aspiraciones políticas y personales. Como no podía ser de otro modo, el entorno fracturado por la barrera israelí de Cisjordania condiciona en todo momento sus vidas, creando una simbiosis perfecta entre escenario y personajes.
El dolor asumido como normalidad es transgredido por la historia de los amantes secretos Omar y Nadia, verdadero motor que mueve la trama e ilumina sus desdichas cotidianas. La película cuenta con las porciones necesarias de acción y romance para crear un conjunto equilibrado, en el que el director se mueve con soltura. Abu-Assad consigue que el elemento ideológico no devore todo lo demás e imponga en el guión su retórica de combate. Para ello se vale de una vieja fórmula narrativa, la del género negro, al trasladar algunas de sus claves (relaciones, traición, fidelidad, cuestiones de honor...) hasta los territorios ocupados. No en vano, uno de los protagonistas aparece al principio de la película imitando a Marlon Brando en “El Padrino”. Este armazón de cine negro evita que la amalgama de elementos dramáticos que contiene “Omar” se disperse por los vericuetos de la trama.
Abu-Assad aprovecha al máximo el potencial de los diálogos para hacer evolucionar a los personajes, interpretados por actores noveles que llenan la pantalla de verismo y frescura. Sus rostros concentran la tragedia que les rodea sin recurrir a gestos estudiados ni a artificios de estilo, participando de la sensación de realidad que transmite el film. La tragedia que refleja “Omar” cobra vigencia en nuestros días, igual que si se hubiese estrenado hace una década o hace tres. Ahí reside también su fuerza, en el valor testimonial y de denuncia que llevan impresas sus imágenes para vergüenza de generaciones presentes y futuras. Ojalá que esta película sea la primera de una filmografía en recoger la voz que ni las arengas políticas ni las bombas puedan acallar.