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El exilio de los sanitarios en la Guerra Civil que recuerda a la situación de los refugiados del siglo XXI

Miles de refugiados intentan hoy cruzar fronteras huyendo del hambre, las guerras o la represión política y social. Pero el drama humanitario del siglo XXI no es algo nuevo y nos retrotrae, por ejemplo, a lo que ocurrió en España a partir de 1936.

La represión franquista durante la guerra y postguerra civil española afectó a todas las capas sociales y, en particular, a ciertos colectivos profesionales. En el caso de los sanitarios todavía quedan amplias lagunas para completar la memoria histórica de una época en la que, como para tantos otros, se convirtió en relato de muerte, cárcel, exilio, represalias económicas, inhabilitación, desprestigio social y olvido.

Juan Atenza es director gerente del Instituto de Ciencias de la Salud de Castilla-La Mancha y profesor de la UCLM. Este médico, doctor en Historia y especialista en represión franquista ha documentado varios casos de profesionales sanitarios castellano-manchegos que se vieron obligados a partir hacia el exilio.

En este 2019 se han cumplido 80 años del fin de la contienda que llevó a muchos médicos, enfermeras, practicantes o veterinarios al éxodo. Si nos situamos en los años inmediatamente anteriores a la Guerra Civil, en Talavera de la Reina, a comienzos de los años 30 del siglo XX, podemos disponer de una radiografía de lo que ocurría en ciudades de mediano tamaño de cualquier punto del país.

En Talavera existía un Hospital municipal con un único médico que, a la vez, ejercía de director. Con una población cercana a los 15.000 habitantes era asistido por monjas y contaba con apenas 12 camas. Después, la ciudad disponía de cuatro médicos titulares y un subdelegado de Medicina “como médicos oficiales que atendían a Talavera y su entorno”, explica Atenza.

Cuando en 1933 se abre el Centro Secundario de Higiene Rural, los recursos sanitarios se multiplican en una iniciativa nacional -estaban ubicados en las ciudades más importantes- con la que se sientan las bases de lo que será el desarrollo sanitario en nuestro país y con los que se llevó la asistencia sanitaria al medio rural. “Supuso un salto cualitativo y cuantitativo en la asistencia sanitaria y curiosamente muchos de sus profesionales eran del sector progresista”.

En este contexto trabajaba Manuel González Cogolludo. Nacido en Madrid, ejerció como médico rural en Priego (Cuenca) para trasladarse después a La Nava de Ricomalillo (Toledo) y después a Talavera de la Reina.

Formado en la lucha contra la tuberculosis, en 1933 fue nombrado médico encargado del Servicio de Fisiología del Centro Antituberculoso de Talavera, de reciente creación y adscrito al Centro Secundario de Higiene Rural.

La II República apostaba por la modernización de la sanidad rural, claramente deficitaria en la época y desde 1932 se pusieron en funcionamiento 46 centros de estas características en el territorio nacional. Su función sanitaria y preventiva, se volcaba en los principales problemas de salud de la época: mortalidad infantil, tuberculosis, enfermedades transmisibles…La experiencia se vio frustrada tempranamente por el inicio de la Guerra Civil.

González Cogolludo era considerado “un buen médico” pero también se significó políticamente como presidente de la Agrupación municipal de Izquierda Republicana en Talavera además de ser miembro de la Agrupación Profesional de Médicos Liberales, una asociación progresista de médicos de la época en España, y muy poco conocida en nuestro país.

Cuando el 3 de septiembre de 1936 las tropas del general Yagüe entran en Talavera de la Reina, el médico se marcha “como hicieron muchos de los que estaban significados como izquierdistas”. Terminó en Montevideo (Uruguay) donde nunca pudo ejercer como médico al no poder demostrar tal condición profesional, aunque pudo trabajar como analista en un laboratorio. No volvió a España.

Pero él no fue el único exiliado. El mismo destino tuvo Fernando Mas Robles. Nacido en Pedro Bernardo (Ávila) se colegió en Toledo y ejerció como experto en enfermedades venéreas. Militante de Izquierda Republicana salió de Talavera de la Reina en septiembre de 1936 y ejerció como médico en el ejército del Centro. Al acabar la guerra huyó a Francia desde donde salió para Argentina. Él sí pudo ejercer su profesión. Murió en Buenos Aires en 1989 sin volver a España.

Son apenas dos casos de los pocos conocidos. “Hubo una gran cantidad de sanitarios que se exiliaron, pero quedan muchas lagunas para saber cuántos”, comenta Atenza, para quien “la pequeña muestra que puede suponer Talavera de la Reina es significativa en cuanto a lo que ocurría en el conjunto de España. La obra de Francisco Guerra nos habla de cientos de miles de exiliados”. El investigador lo sabe, además, en primera persona. “Mi padre era practicante y tuvo que marcharse a Francia desde Murcia poco antes del fin de la Guerra Civil hacia un campo de concentración para refugiados”.

Otros no tuvieron ocasión de huir porque antes fueron asesinados. Es el caso del maternólogo Jesús Gómez Gómez (La Iglesuela, 1889-Toledo, 1936). Asesinado sin juicio previo, su nombre consta en las libretas de Isaac Gabaldón, guardia civil y miembro de los servicios secretos de Franco (su asesinato en Talavera de la Reina desembocaría en el fusilamiento de las conocidas como ‘Las 13 rosas’).

Después están quienes prefirieron quedarse y “pasar a formar parte de organizaciones afines al régimen u optar por la práctica religiosa que podía constituir una salvaguarda, por lo que muchas personas sin demasiado interés por ellas las adoptaron como un seguro de vida propio y para sus familiares”. Lo contrario, explica, “era estar condenado a la cárcel o a penas más duras”.

‘La Retirada’

Grandes avalanchas de personas salieron hacia el país vecino en lo que los franceses vinieron a llamar ‘La Retirada’ de la que este año se han cumplido 80 años. “Se vieron saturados por miles de personas pidiendo ayuda. Hoy estamos viendo lo mismo con los refugiados que huyen por causas bélicas”, comenta Atenza.

Su padre le contó que al llegar a la frontera los gendarmes franceses hacían dos filas. “Se les ofrecía volver con Franco o seguir hacia adelante a Francia. A algunos les convencían para volver”. El padre de Juan Atenza pasó por dos campos de concentración. Lo habitual era la “falta de recursos sanitarios, los piojos, el tifus o la disentería”.

La marcha de sanitarios de España, profesionales cualificados para un país con grandes tasas de analfabetismo, provocó “un retroceso que costó mucho tiempo recuperar y, por el contrario, los países que les acogieron se vieron beneficiados de este flujo migratorio”.

¿Hay interés por conocer esta parte de la historia sanitaria?, preguntamos. “Creo que en el sector sanitario hay menos. Se ha publicado mucho más sobre la represión en el ámbito de la enseñanza. Los maestros fueron muy castigados, seguramente más que los sanitarios”, sostiene Juan Atenza, quien aboga por la importancia de recuperar esta parte de la memoria histórica. “Si no lo hacemos ahora, en pocos años tendremos todavía menos información”.

‘La Retirada’ fue el término francés que definió la partida hacia Francia de cerca de 500.000 españoles, civiles y militares, en febrero de 1939, tras la caída del frente en Catalunya. Niños, ancianos y mujeres, miles de ellos enfermos, sobrepasaron la frontera y fueron distribuidos a través del 80% del territorio francés.

Rubén Mirón-González es profesor del Departamento de Enfermería y Fisioterapia de la Universidad de Alcalá (UAH) y ha estudiado el fenómeno migratorio de los sanitarios españoles durante la guerra civil española. Incluso fue seleccionado por la Comisión Interministerial como miembro del Comité Científico para la conmemoración del 80 Aniversario del Exilio Republicano Español.

“Fue una sorpresa”, comenta, pero lo cierto es que su investigación arroja luz sobre lo que ocurrió cuando el final de la Guerra Civil Española en Catalunya ( a donde habían huido muchos castellano-manchegos) propició la salida de casi medio millón de refugiados españoles que traspasaron la frontera pirenaica en el invierno de 1939.

Había más de 13.000 heridos y enfermos. “En la frontera en sí se habilitaron enfermerías en los halls de las estaciones del tren o en las cercanías, con atención sanitaria tanto francesa como española”, comenta el investigador, explica el profesor.

Entre los refugiados estaban también los profesionales sanitarios como el padre de Juan Atenza o el maternólogo de Talavera, Fernando Mas. “Allí apenas había recursos”, asegura, a pesar de fotografías de la prensa de la época en la que se veía incluso la presencia del ministro francés del ramo. “Formaba parte de la propaganda, lo cierto es que eran muchos los médicos y enfermeras españolas los que estaban allí echando una mano en la medida de lo posible”.

Y tras pasar la frontera, se abría el flujo al exilio. Los civiles transitaban hacia el interior de Francia repartiéndose en centros de alojamiento muy variopintos (desde un granero en la zona rural hasta un pabellón de deportes en las ciudades en el que vivían miles de personas sin relación con el exterior). “Con un poco de suerte había algún sanitario español exiliado que les atendía y si no, los de la zona, y en el caso de las mujeres es difícil documentarlo con las fuentes de los archivos franceses. Eran muy poco visibles”.

Cuando se produce la llegada de 13.000 personas enfermas o heridas, Francia es incapaz de acogerlas en el sur. “Fueron llevados a hospitales civiles en el interior del país, pero ante la avalancha se vieron obligados a habilitar antiguos monasterios o escuelas como hospitales auxiliares. Allí tuvieron relevancia los sanitarios españoles”.

Según estadísticas consultadas por el investigador, entre febrero y marzo de 1939, el 80% del personal que trabajaba en estos hospitales eran españoles, bajo dirección francesa. “El coste de asistir a un refugiado para Francia es un tema recurrente en los informes de la época. Ahorraron bastante con la mano de obra española porque normalmente no cobraban sueldo”.

Otra cuestión fue la llegada, tiempo después, de militares exiliados que fueron trasladados a campos de concentración “en una improvisación total”. Es allí donde se construyen barracones de madera y algunos de ellos se convierten en enfermerías con muy pocos recursos. “Fue entonces cuando se buscaron sanitarios españoles refugiados para atenderlos”. No era fácil porque muchos de ellos salían de Francia hacia países de América. “Lo que hicieron fue intentar retenerlos”.

Para los profesionales españoles no hubo, sin embargo, reconocimiento por su labor. Ahora, su investigación permite visibilizar no solo los itinerarios de los heridos, dónde fueron atendidos y qué características tuvo la asistencia sanitaria hasta que la mayoría de los pacientes fueron reconducidos a campos de concentración situados en el sur de Francia.

“Es imposible calcular el número de muertos, pero es claro que cada día morían personas, a las que se lanzaba al mar o eran enterradas bajo la arena, según han relatado los testigos” y confirma que la respuesta con los enfermos o heridos fue “lenta y a destiempo” con el añadido de que un sector de la población francesa veía la llegada de los exiliados españoles “como una amenaza tanto para las ideas como para la salud”.

Hoy, la historia se repite, pero es España y otros países del mundo quienes acogen (o no) a miles de refugiados que en muchos casos son devueltos a sus lugares de origen o acogidos en campamentos en pésimas condiciones que bien podrían asemejarse a los campos de concentración o de alojamiento, de la Francia de 1939.