Durante el verano de 1978, un aventurero profesor de un histórico instituto de Guadalajara tuvo una idea: llegar desde la localidad de Trillo hasta la desembocadura del río Tajo en Lisboa en unas balsas de goma. Santiago de Luxán era el profesor que se embarcó en esta aventura junto a otros seis estudiantes y junto a Arturo Lorenzo, quien documentó con su cámara fotográfica un viaje de 800 kilómetros que comenzó con un pequeño 'naufragio' al llegar al kilómetro 50. Navegaron durante 40 días hasta llegar a la capital portuguesa, sorteando 14 presas y azudes.
Así lo recuerda Antonio Taberné, uno de los alumnos que emprendió el camino en las balsas patrocinadas por Agrar, una empresa de fertilizantes que también financió la realización de un documental de la travesía. Hace unas pocas semanas pudo visionarse en el instituto de Guadalajara. “Lo que vimos fue un río totalmente dominado, lleno de pantanos, con muy pocos tramos de aguas rápidas y muy sucio. Algunas zonas eran un verdadero estercolero y teníamos que remar por la superficie porque, si no, movíamos toda la guarrería”, rememora.
Son solo tres de los muchos 'capitanes Boyton modernos', que han seguido la estela de este desconocido aventurero irlandés que recorrió el río Tajo en 1878 con la bendición del rey Alfonso XII y su mujer María de las Mercedes. Su peripecia se ha recuperado en la novela gráfica 'La increíble aventura del Capitán Boyton' de Enrique Rodríguez, (Ediciones Extremeño, 2024), que narra el periplo de este hombre que recorrió durante varias semanas el río embutido en un traje de caucho hinchable desde Toledo hasta Lisboa.
Boyton recorrió un río virgen, salvaje, y en su propio relato el río se convierte en un protagonista casi tan importante como el loco irlandés, cuyas palabras hacen vibrar las páginas de este libro que ha sido editado con el apoyo de la Confederación Hidrográfica del Tajo y la Diputación de Toledo.
El río Tajo cambiado mucho entre 1878 y 1978. Mientras Boyton relata cómo la vida natural era tan sumamente potente en las riberas del Tajo que prefería navegar durante la noche por miedo a los lobos que se paseaban en el entorno, los viajeros modernos que han conocido el río en el siglo XX ya no podían ni bañarse en algunos de los tramos.
Taberné recuerda que durante el paso por Toledo los lugareños les decían: “Por este río baja lumbre”. Dice que era un cauce “muy ácido” - la contaminación ya era una evidencia - y por eso, añade, “cuando nos salpicaba el agua mientras pasábamos por Toledo, nos secábamos enseguida”.
La “quimera” de navegar por el Tajo
El director de Programas de Áreas Protegidas de la Junta de Extremadura, Atanasio Fernández, pone al capitán Boyton como un destacado ejemplo de quien desafió la “quimera” de navegar por el río Tajo. Ya en el siglo XVI, durante el reinado de Felipe II, el arquitecto Juan Bautista Antonelli estudiaba la potencial navegabilidad del río.
Durante una reciente charla en Toledo, Fernández se declaraba fascinado por la historia de este aventurero. Tanto que ha seguido de forma exhaustiva todas sus historias, sobre todo para reivindicar las “grandes hazañas” que le llevaron a tener una “entrañable relación” con el río Tajo.
Las autoridades de la época ya advirtieron al capitán Boyton de las enormes dificultades que presentaba la navegación del río, uno de los “más difíciles” de la península ibérica. “Esto seguramente fue lo que le atrajo a él”, explicaba. La travesía comienza en 1878, pasando por la Puebla de Montalbán, Talavera de la Reina, Puente del Arzobispo, Almaraz, Alcántara y las localidades portuguesas de Vila Velha de Rodão, Santarem y Lisboa.
Boyton se planteó el viaje como hoy muchos y muchas disfrutan del turismo rural. Le permitió conocer a las gentes de los pueblos, las ruinas romanas o las almazaras árabes. La prensa de la época persiguió al irlandés para contar sus hazañas. Hasta fue acogido por pastores, la Guardia Civil o por los vecinos de las distintas localidades. “Fue testigo de un río libre, salvaje y bien conservado que ya no existe y que casi ninguno hemos llegado a conocer”, sentencia Fernández.
Y, efectivamente, la gran diferencia entre los ríos que conoció el intrépido irlandés y quienes decidieron llegar a Lisboa navegando en el siglo XX fue la calidad de las aguas que se encontraron. La expedición que salió de Guadalajara no es la única.
Desde Aranjuez, y sin tener conocimiento del periplo de los alcarreños, se organizó en 1984 el primer Descenso Ecológico del Tajo, una idea descabellada y genial que nació con el apoyo de la Dirección General de Juventud de la Comunidad de Madrid y que marcó el nacimiento del turismo náutico en la localidad ribereña.
Orencio Rodríguez reconoce que el apoyo del gobierno madrileño fue fundamental en una época en la que no había manera de planificar los viajes, más allá de los mapas del Instituto Geográfico y herramientas como un curvímetro con el que se medía el plano y se podían calcular las distancias. “Íbamos con gente que no estaba iniciada y nos metíamos en embalses de entre 40 y 60 kilómetros, porque no aguantaban más de 20 kilómetros”, recuerda Rodríguez, que 30 años después de esa expedición la repitió en 2014. Con los mapas en la mano fueron con una furgoneta antes de la travesía para comprobar el recorrido.
Pero no todo se podía ver con los mapas, recordaban los piragüistas, puesto que muchas veces había que cargar con las embarcaciones, muy cómodas pero también muy pesadas, por encima de los azudes y otras infraestructuras así. También buscar puntos donde hubiese poblaciones cercanas a las riberas. No todo se podía planificar. Pero los acogieron los alcaldes, que ofrecieron las escuelas o los campings municipales para dormir.
Antes de llegar a Lisboa ya íbamos nadando de la alegría
El proyecto que salió de Trillo, recuerda Arturo Lorenzo, se planteó a “imagen y semejanza” de la Institución Libre de Enseñanza, para que el alumnado del IES Brianda de Mendoza pudiese disfrutar de una experiencia pedagógica nueva, un riesgo, una aventura. “Antes de llegar a Lisboa ya íbamos nadando de la alegría”, recuerda Taberné.
Al igual que a Boyton y a los de Aranjuez, también los recibieron los alcaldes que cedieron espacios para dormir y poder alimentarse. “Algo que nos dio coraje y valentía fue la capacidad de superación de los problemas que nos íbamos encontrando, desde el avituallamiento hasta dónde poder dormir. Es un viaje irrepetible, que hoy nunca podríamos haber hecho, porque nos dirían que 'adónde van ustedes sin papeles'”, recalca el encargado de documentar fotográficamente el viaje.
Recuerdan los parajes “impresionantes”, con animales que bajaban a abrevar y no se asustaban. Pero no veían a nadie a sus orillas. “Eran pueblos que vivían de espaldas el río, el único pueblo que cogía agua era Belvís [de Monroy], en Cáceres, cuyo alcalde era médico y demostraba que el agua era bebestible”, resalta Antonio Taberné.
En 1986, se organizó el II Descenso Ecológico del Tajo de Aranjuez hasta Lisboa. En esta expedición participó José Arqués, que ha sido también técnico superior de la Confederación Hidrográfica del Tajo. “Nunca olvidaré el paso por el Parque Nacional de Monfragüe por el silencio. El silencio absoluto. Nos sobrecogió la inmensidad de las rocas, los buitres sobrevolando y es la única manera de tener esta experiencia”, recordaba.
Incluso rememora cómo hubo localidades en las que se recibió a su expedición con bailes tradicionales, algo que también relataba el capitán Boyton un siglo antes. Ninguno descarta volver a repetirlo. “Si aguanta la salud, yo me lo bajo de nuevo”, afirma Antonio Tabarné.
Antonio Yáñez, presidente de la Confederación Hidrográfica del Tajo explica que son “innumerables” los ejemplos del Tajo en la literatura, desde Luis de Góngora hasta José Luis Sampedro y cree que todas las experiencias demuestran que la pericia del irlandés se podía repetir, aunque fuese un siglo después. En el siglo XXI, y en pleno debate para que el río recupere sus mejores caudales, o al menos los considerados ecológicos, todavía está por ver que alguien se lance.