Cuando los emigrantes éramos nosotros
Quien estuvo lo sabe. A quien le tocó marcharse, no lo olvidará jamás. Más de cincuenta años después, aún recuerdan: “Era de madrugada, cientos de personas salimos de aquellos vagones abarrotados y, en fila india, fuimos entrando a una dependencia donde se nos hacía lo que se supone que era un reconocimiento médico y, otra vez, al tren. Recuerdo las caras sin lavar ni peinar de la gente, la incertidumbre, cargados hasta los trenques de todo lo que nos podía hacer falta; para mí fue tremendo”, nos cuenta una temporera de la vendimia en Francia en los años setenta. Tras unas cuantas horas de tren, habían llegado a la frontera procedentes de la provincia de Albacete.
Este testimonio encierra la realidad de miles de españoles durante décadas: la emigración. “Estos movimientos fueron claves para la construcción de la democracia porque ayudaron a que la ciudadanía española que salía al extranjero conociera las libertades y derechos que se vivían en la democracia”, explica el historiador Sergio Molina.
El profesional castellanomanchego es el comisario de una exposición itinerante que acaba de instalarle en el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. Se trata de Huir de la miseria. Temporeros españoles en Europa, 1948-1990. Tras su paso por diversos lugares como la Facultad de Humanidades de Albacete o Ciudad Real, la muestra puede verse ahora en Madrid, hasta el 31 de enero y en próximas fechas llegará a varias localidades de Castilla-La Mancha.
Volvemos a escuchar al impulsor de la expo: “La historia siempre da claves para entender el presente. España ha pasado de ser un país de emigrantes a otro de inmigrantes. Y, a pesar de la transformación de los contextos, hay algunos patrones de comportamiento que se repiten. La exposición muestra las difíciles condiciones de trabajo, alojamiento y desplazamiento que sufrieron estas españolas y estos españoles cuando iban a Europa a trabajar de manera temporera. Esa situación se repite hoy en España con parte de la emigración circular que viene a España a labores agrícolas como la vendimia, la recogida de la fresa o del espárrago, entre otras tareas”.
Sergio Molina es profesor en la Facultad de Comunicación de Cuenca y doctor en Historia por la Universidad de Castilla-La Mancha que se ha especializado en las relaciones bilaterales franco-españolas, la construcción europea y la emigración española a Francia.
Describe Molina la doble motivación para esta exposición. Por un lado, nació en un pueblo agrícola vinculado a la vid, Fuente-Álamo (Albacete), del que muchos partieron a Francia a la vendimia y desde pequeño había escuchado estas historias. Por otra parte, su dedicación profesional: “He vivido y consultado numerosos archivos históricos en Francia (la mayoría en París). Allí, casi por casualidad, empecé a encontrar numerosa información sobre la relevancia de este movimiento de población, de cómo trataban los gobiernos de gestionarlo, de cuáles eran los principales problemas”. Así, como conocía el tema por cuestiones personales, decidió comenzar a trabajar sobre esta cuestión y “el resultado final es la exposición, un libro colectivo y numerosos artículos de investigación”, detalla el historiador albaceteño.
El trabajo forma parte del nuevo concepto de Memoria Democrática. En el catálogo de la exposición, de acceso gratuito y libre descarga, se afirma que “estos relatos de memoria deben incluir nuevos ángulos de estudio para lograr un mejor conocimiento de nuestro pasado y, sobre todo, para continuar construyendo sociedades más tolerantes”.
En este volumen también participan los historiadores Manuel Ortiz Heras y Damián. A. González Madrid. Y avanza Molina: “Estamos centrados en los temas de emigración. En este sentido, los trabajos están tratando de incidir en la importancia que tuvieron estos movimientos tanto en las sociedades de origen como en las de destino. Es decir, que si queremos tener una radiografía completa de la historia más reciente de España, se tiene que incorporar este tema a gran parte de los análisis científicos y divulgativos que tratan sobre España”.
El comisario de la exposición se cuestiona: “De lo contrario, ¿cómo comprender la economía de las zonas rurales que subsistieron, en parte, por el dinero que traían esos temporeros? ¿Cómo comprender el ascenso social de una parte de estos temporeros y de sus familias, sino se hace referencia a que a la fuente de ingresos eran los trabajos temporeros en Europa? ¿Cómo comprender la politización de la sociedad de pequeños municipios si no se analiza el momento en el que adquieren esas ideas de democracia?”.
Con este proyecto histórico se 'ensancha' el término Memoria Democrática y se acerca al público general una realidad poco contada. Para ello, se valen de fotografías y documentos de época y un espíritu que no deja lugar a dudas. “El desprecio a las migraciones es negarnos a nosotros mismos”, declaran en el libro.
La exposición se ha organizado en cuatro secciones atendiendo a los principales movimientos temporeros de España hacia Europa. Especialmente a Francia, donde primaron las labores agrícolas de la vendimia, el entresaque de la remolacha y la plantación del arroz. Aunque estas fueron las tareas más conocidas, existieron otras faenas como la recogida de cereza, albaricoque, fresa, diversos trabajos forestales o la cosecha del maíz. Estos últimos sectores, parecen ser el origen, en los años cincuenta, de la multitudinaria emigración temporera que vendría después y en la que, respecto a las provincias que hoy conforman Castilla-La Mancha, Albacete destacó de forma relevante.
“Todavía queda mucho por investigar”, asevera Sergio Molina y lanza otra pregunta: “¿Por qué hay tantos temporeros de Albacete y, sin embargo, no los hay de Ciudad Real o Cuenca?”. Al menos, con esta exposición y el catálogo que la acompaña, ya se ha abierto el camino al conocimiento.
Este proyecto, financiado por la Universidad de Castilla-La Mancha, a través de fondos FEDER, es un primer paso para derribar ciertos mitos sobre la emigración española de aquellas décadas. Atendemos por última vez al historiador: “Es falso que todos los temporeros y temporeras llevaran su contrato.
De hecho, muchas estimaciones indican que la mitad de los temporeros y temporeras acudían de manera ilegal; no hay que olvidar que este movimiento cíclico de población aparece incluso antes que la fundación del Instituto Español de Emigración (1956), por lo que no había canales oficiales en este país para favorecer la legalidad del movimiento. Otra prueba de que no todos iban con contrato es que, en la actualidad, no todo el mundo recibe una paga en su jubilación por sus trabajos realizados en Francia“.
Así lo confirman algunos temporeros de entonces. Trabajaron a destajo, se alojaban según las posibilidades y consideraciones de cada patrón y, sobre todo, ahorraron para una vida mejor en nuestro país. Como decía el refrán: “Más vale un duro en paz que cien en la guerra”.
Por eso, además de un buen puñado de francos, los temporeros de nuestra tierra trajeron raciones de democracia. Pero como ocurre casi con todo, también esta historia ha sido empujada al olvido. ¿Quién recuerda que el largo viaje de la emigración española empezó hace siglos? Cuando ni si quiera existía el concepto de patria, los ciudadanos de las Españas ya se habían lanzado al océano al encuentro de una vida mejor en la Indias.
El Nuevo Mundo se convirtió en el destino de desheredados y buscavidas. Durante décadas y décadas, miles de personas abandonarán España. A finales del siglo XIX y principios del XX, esta oleada alcanzó proporciones considerables. “Una interminable procesión de gente; obreros, campesinos, mujeres con niños al pecho”, decía un cronista sobre las masas humanas y la misera que llenaban los puertos.
O como escribía un periodista de la revista Vida Manchega, en 1913: “La emigración es una sangría suelta, por la que se pierden las energías de la patria, poco a poco, pero en progresión constante”. Otro tiempo que igualmente engulló la amnesia colectiva. Sin embargo, quien tuvo que marcharse, bien lo sabe y jamás podrá olvidarlo.
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