Francisco Seijo comenzó su trayectoria investigadora ligado a las Ciencias Políticas y desde ese prisma comenzó a estudiar los incendios forestales como forma de expresión de conflictos de todo tipo en Galicia, de donde proviene. “Allí hay muchísimo monte vecinal que las administraciones confundieron con propiedad pública en la que podían hacer repoblaciones a gran escala ligadas a la industria de la celulosa. Estas repoblaciones generaron conflictos con los ganaderos que comenzaron a utilizar el fuego como una forma de protesta ante lo que entendían como políticas confiscatorias. También pude comprobar como las estadísticas oficiales trataban de evitar manifestar que había un conflicto en el medio rural”.
Las primeras investigaciones de este experto en política ambiental que aparecieron publicadas a finales de los noventa en la Universidad de Columbia, hacían referencia al “fenómeno del incendiarismo rural y la política estatal que lo provocó” en lo que denominó “política del fuego”, lo acercaron al estudio de la gobernanza de los incendios forestales de la política ambiental y su impacto en el cambio ambiental global. En la actualidad, es miembro de la Junta Directiva de la 'Association for Fire Ecology', presidida por Pablo Hessburg, mítico ecólogo del Servicio Forestal de los Estados Unidos.
Aprovechamos su participación en las 'Jornadas sobre Aspectos sociales de la ecología y la Gestión Integrada del Fuego' celebradas en Tragacete y organizadas por el grupo de investigación Social-GIF de la Universidad de Castilla-La Mancha, para conversar sobre cómo ha evolucionado el conocimiento tradicional del fuego desde las sociedades pre-industriales a las iniciativas neo-rurales contemporáneas.
El conocimiento ecológico tradicional o conocimiento tradicional del fuego, tiene que ver con los conocimientos, creencias y prácticas relacionados con el fuego que han sido desarrollados y aplicados en paisajes específicos para usos específicos por sus habitantes durante generaciones. “Estos son conocimientos plenamente vigentes que no tienen porqué ser sobrepasados por nuevas formas de entender la gestión”, explica Seijo, “aunque en muchas ocasiones este conocimiento ecológico tradicional ni siquiera está verbalizado de manera racional, sino que está escrito en prácticas culturales, en tradiciones o en rituales como el Magosto, una fiesta tradicional que se celebra en muchos lugares del noroeste de la Península y que está directamente relacionada con la gestión del castañar a través del fuego”.
Según Seijo, “no hay mejor manera de transmitir el conocimiento que convertirlo en una fiesta que mantienes porque es parte de tu cultura y con ella se va transmitiendo el conocimiento tradicional sobre el ecosistema en el que se ha vivido durante siglos, cómo relacionarse con el medio y cómo gestionar los conflictos incluyendo no sólo conocimiento ecológico, sino también con respecto a la naturaleza humana. Para las sociedades pre-industriales el paisaje tiene que producir comida para el pueblo que lo habita. Esas comunidades llevan siglos viviendo en este entorno y entienden mejor el ecosistema que nadie”.
Un conocimiento tradicional que no es estático, porque “muchas de sus prácticas están siempre inmersas en un proceso de cambio económico y político. Es una manera de gestionar el paisaje totalmente distinta al ordeno y mando que excluye cualquier tipo de actividad, como por ejemplo la nueva ley 7/2022, de residuos y suelos contaminados para una economía circular prohíbe, con carácter general, la quema de residuos vegetales generados en el entorno agrícola o selvícola, obviando completamente que el fuego ha sido una herramienta clave para la gestión del territorio desde la fertilidad del suelo hasta el tipo de vegetación. Los modelos de gestión del territorio deben incluir dimensiones culturales y es ahí donde encaja el conocimiento ecológico tradicional”.
El problema es que la sociedad ve el monte como algo estático y que si no tocas nada, volverá en veinte años y estará igual que ahora pero lo que ve es el resultado de décadas de gestión forestal
El mundo rural se ha transformado en muy pocas décadas pasando de un modelo preindustrial tradicional a un sistema industrial que provocó que muchas personas abandonaran el medio rural. Pasamos en muy poco tiempo de un sistema basado en la obtención de comida, “en el que era muy importante diversificar porque lo importante es asegurar la supervivencia por encima del cálculo económico basado en un cuidado comunal del monte a otro sistema que lo que pretendía era obtener el máximo de madera. Este modelo de gestión del territorio, como todos, genera sus propias ventajas y desventajas. Una de las desventajas es que excluía el fuego y por lo tanto acaba topándose de bruces con la paradoja del fuego. Cuanto más los evitamos, más grandes serán”.
“El problema es que la sociedad ve el monte como algo estático y que si no tocas nada, volverá en veinte años y estará igual que ahora”, explica Seijo. “No entiende que lo que ve es el resultado de décadas de gestión forestal. Pablo Hessburg, presidente de la asociación de Ecología del Fuego, dice que hay una epidemia de árboles, que tenemos demasiados árboles, pero cómo le explicas esto a un urbanita que piensa que cuántos más árboles mejor. Lo importante no es la cantidad de árboles, sino la calidad. Demasiados árboles iguales juntos los convierte en mucho más vulnerables a las enfermedades y al fuego”.
El mercado de la resina en España está ligado al mercado inmobiliario chino que es de donde proviene la demanda, lo cual acaba afectando también al ciclo de incendios en España
Aunque cada vez hay más voces expertas que abogan por el fuego como un elemento más de la gestión del territorio, la presión de la opinión pública parece seguir del lado de la exclusión completa del fuego. Para Seijo, “el fuego es una herramienta esencial y barata para la gestión del territorio, porque si quieres prevenir los grandes incendios necesitas muchos pequeños fuegos. Algo que no es nada original porque ya se observó estadísticamente en California en los años ochenta. El fuego se utiliza en las sociedades preindustriales durante todo el año de manera controlada para distintos usos. Con el paso de los ecosistemas forestales preindustriales a los industriales, muchos paisajes se convirtieron en monocultivo de pino resinero, donde es mucho más fácil que se dé un gran incendio forestal”.
Sobre la nueva La ley 7/2022, de residuos y suelos contaminados para una economía circular, Seijo opina que “hay una gran presión de la Unión Europea tras la que parece estar tratar de compensar las emisiones de la quema de carbón con menos quema de biomasa, sin tener en cuenta la importancia de las quemas en el medio rural y su importancia en la circularidad, en la que parece haber primado la preocupación por la crisis energética”.
La gestión forestal, según Francisco Seijo no está exenta de la influencia de la economía internacional, “por ejemplo, el mercado de la resina en España está ligado al mercado inmobiliario chino que es de donde proviene la demanda, lo cual acaba afectando también al ciclo de incendios en España. No se resina sólo siguiendo los ciclos naturales, sino también la demanda del mercado. Tampoco la extinción de incendios no está exenta de la lógica económica actual. Airbus está ensayando con un avión capaz de arrojar casi dos mil litros de agua por segundo para apagar incendios forestales. Una inversión multimillonaria que también es una apuesta por el modelo de extinción en lugar de apostar por la gestión, el fomento del pastoreo, la agroecología, la diversidad del paisaje”.