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Opinión - Déjenme soñar. Por Rosa María Artal

La historia que esconde un instante: la muerte del espontáneo en la plaza de toros de Albacete

Hay momentos fugaces que sin embargo se graban a hierro hirviendo en la memoria. Quien estuvo el 14 de septiembre de 1981 en la plaza de toros de Albacete, posiblemente, no ha olvidado una escena que apenas duró unos segundos. La tragedia comenzó cuando el quinto toro de la tarde pisó la arena. Así se sucedieron los hechos. O, al menos, así lo contó la prensa y así se mantiene en la memoria de algunos de sus inesperados testigos. 

La cuadrilla de El Cordobés acaba de iniciar su faena cuando, de repente, un joven salta al ruedo desde el tendido siete, muy próximo a la puerta de caballos. Desnudo de pecho y con una camiseta en la mano, se dirige hacia el toro ante el estupor de las 10.000 personas que asisten a la corrida. Un peón intenta apartarlo, pero no lo consigue. Con el único engaño del trapo, llega el enfrentamiento entre el muchacho y el toro. Y en cuestión de segundos, todo acaba para Fernando Elez Villarroel. Este es el nombre del protagonista del acontecimiento. 

Una cornada certera de Sospechoso en la aorta acaba con su vida casi al instante. Un instante fugaz que horroriza a todos en las gradas. Unos se tapan la cara, otros se vuelven de espaldas. Pero un grupo reducido de fotógrafos, cámara en mano, tratan de captar el hecho. No es extraño que salten espontáneos a las plazas de toros, aunque sí que lo hagan desprovistos de técnica y capote. Por eso, los habituales de la máquina de retratar que andan por allí no dudan en afinar su instinto. En el callejón, están José Luis, Luis Miguel, Antonio Sáiz, el veterano Cano, Pepe Rubio y Manuel Podio. Todos apuntan y disparan como pueden ante la fugacidad de los hechos. Y ante el micrófono de Radio Albacete de la Cadena Ser, Andrés Gómez-Flores cuenta en directo el incidente. 

Mientras tanto, se han llevado al espontáneo, apodado “El Chocolate”, a la enfermería de la plaza de toros y parte importante del público grita: “¡Lo han matado!”. Un torero que asiste como público y un polémico crítico taurino han sido de los primeros en auxiliar al infortunado. A la enfermería llega Fernando ya con los ojos vidriosos. Completamente inerte. Afuera, en las gradas, llueven los gritos y las almohadillas y botes sobre la cabeza de los matadores. Especialmente sobre El Cordobés y su cuadrilla, que tienen que ser escoltados por la Policía Nacional. Casi a escondidas, el torero que se hizo millonario y famoso tras comenzar su carrera como espontáneo, abandona la plaza, llega a su hotel y se dirige hacia Madrid. No regresará a los ruedos en mucho tiempo.

A la consulta sanitaria de la plaza de toros comienzan a acercarse los familiares de la víctima. “¿Qué le ha pasado a mi Fernando?”, se pregunta desconsolada la madre y sufre un ataque de nervios. Al rato acude la mujer de la víctima. Fernando deja a tres hijos huérfanos y una duda que rondará por siempre. El periodista C. Sánchez describe así el ambiente: “Al fondo, el sonido del carrusel de la feria se hace interminable. Un sonido que contrasta con el imponente silencio que se ha formado entorno de la ambulancia que, con sus profundos lamentos metálicos, se aleja con su carga de dolor”. 

Culpables 

Después de la desgracia, los comentarios, las tertulias y los titulares manaron a borbotones. Porque la muerte de “El Chocolate” engendró un agrio debate sobre las responsabilidades del hecho con dos sectores bien diferenciados. Los que culpaban de pasividad a El Cordobés y los suyos. Y otra parte, que eximía al torero. El director de La Voz de Albacete, Demetrio Gutiérrez Alarcón, defendía al famoso diestro andaluz y escribía: “Y puestos a buscar responsabilidades, no hay otra que la causa del deterioro de la autoridad. La democracia nos ha traído unas libertades que deben ser sagradas, pero no el abuso de unos a cambio de la libertad de los demás, no el libertinaje”. El veterano periodista creía que había levedad de penas e impunidad con los espontáneos. 

Cuarenta años atrás, siendo Gutiérrez Alarcón un joven cronista taurino que firmaba como Reverte, ya había contando en la revista El Ruedo: “El Sindicato del Espectáculo ha terminado radicalmente con los espontáneos en Albacete, todo lo clásicamente taurino que se quiera, pero también osados en extremo e inconscientes de los perjuicios que para sí mismos podía ocasionarles su arrojo, amén de contratiempos que casi siempre producían a los lidiadores”. El caso es que siempre hubo “capitalistas” o “espontáneos” que se lanzaban a la aventura del toreo y en muchas ocasiones eran alentados por el público por su atrevimiento. 

Sin embargo, Fernando Elez Villarroel no fue un espontáneo al uso. Testigos dijeron que antes de saltar se le notaba embriagado. Uno de los porteros del tendido comentó que tomó un bocado y un trago de bota y luego pidió dos cigarros. El portero le dijo que con uno tenía bastante. “El Chocolate” insistió: “No dame dos, porque después de fumarme el segundo me voy a tirar a la plaza”. No se lo tomaron en serio. Fernando, encofrador de veintiocho años, no llevaba ni muleta ni estoque. Al final, el mozo se tiró en un acto incomprensible que hizo agotar ediciones de la prensa local en coberturas especiales. Los periódicos nacionales también se interesaron por el suceso. Solo unas horas después de los hechos, un enviado de Pedro J. Ramírez, entonces director de Diario 16, contactó con Manuel Podio para comprarle “su foto”.

e. Una imagen que se publicó en numerosos países y por la que, un tiempo después, su autor recibiría una mención honorífica del prestigioso World Press Photo

La suya es la más icónica de aquella tarde. Una imagen que se publicó en numerosos países y por la que, un tiempo después, su autor recibiría una mención honorífica del prestigioso World Press Photo, entre más de 6.000 imágenes de 900 fotógrafos. Aquel año, el primer premio fue para Manuel Pérez Barriopedro por la foto de Tejero en el Congreso de los Diputados durante el golpe de estado. 

Regresamos al instante. Tal y como nos ha contado Podio: “Yo tuve la suerte de estar en el sitio ideal del callejón; empecé a hacer fotos porque vi la tragedia”. Dice el fotoperiodista que hubiera sentido nervios y palpitaciones, pero cuando mira a través del visor es el hombre más frío del mundo. Disparó solo cinco o seis fotos y se marchó rápido a su domicilio a revelar sin saber lo que había captado. Solo al ver “la foto” se dio cuenta de lo que tenía y se lo dijo a su novia. En las cubetas con los líquidos comenzó a fijarse “el instante”. Ese preciso momento en que el toro acaba de asestar la cornada en el cuello del espontáneo y del cuerpo brota la sangre última, las gotas aún intactas en el aire. Podio fotografió la muerte misma. 

Tuvo la virtud de apretar el botón cuando debía hacerlo. Días más tarde, en una entrevista, el informador gráfico contaba: “En el momento en que saltó el espontáneo, me puse al acecho, igual que un cazador”. Quienes le han visto trabajar en los toros, saben que Podio siempre está concentrado, aunque no lo parezca mientras se fuma un puro. El resto de compañeros de profesión, empleados en los periódicos La Voz, La Verdad de Albacete y Pueblo, cumplieron con su oficio y también retrataron aquellos minutos en diversas estampas que completan una secuencia trágica en la que la imagen de Podio fue, sin duda, “la foto”. La que aún estremece contemplar. 

Una muerte inútil 

Preguntamos al periodista y escritor Andrés Gómez-Flores y nos confiesa que no recuerda lo que contó en los micrófonos de la radio durante una de aquellas conexiones patrocinadas, una novedad radiofónica en Albacete. “Ese día coincidió que me dieron paso desde la emisora en el instante en que salía a la arena el toro que debía lidiar El Cordobés. Nada más aparecer el toro, a mi derecha saltó un espontáneo, un muchacho con el torso desnudo, completamente desarmado, sin un palo ni un trapo como muleta”, relata Gómez-Flores y recuerda que “la plaza, toda en pie, estaba estremecida viendo lo que se avecinaba. El impacto fue brutal. Yo, con el micrófono abierto, lo conté como buenamente pude, impresionado como todos los espectadores”. 

Después del silencio del público y de que El Cordobés matara al toro sin darle capotazos, fue cuando se produjo el escándalo y, aunque parezca mentira, el festejo siguió con el sexto toro mientras el cadáver de Fernando era trasladado a su domicilio. El funeral se celebró en la iglesia del Espíritu Santo de Albacete y el párroco habló de muerte inútil. Su familia confesaba que Fernando “se asustaba de una hormiga” y algunos amigos declararon a los periódicos no entender lo ocurrido. Fernando se fue a disfrutar de la Feria y ya no regresó vivo a su casa. 

El famoso programa de Televisión Española, “Esta Noche”, presentado por Carmen Maura y dirigido por Fernando García Tola, se ocupó del suceso. Tras las actuaciones de Nacha Guevara y María Jiménez, el crítico taurino Alfonso Navalón repasaba para los espectadores aquel momento. Él fue uno de los que saltó a la plaza para ayudar al joven una vez herido. Navalón protagonizó, días después, también en la plaza de toros de Albacete, un altercado con la cuadrilla de Manzanares mientras se celebraba un festejo taurino a beneficio de la viuda del espontáneo. 

Aquel Albacete en Feria que se sobrecogió por el hecho insólito del espontáneo

Un gran crítico de toros y poeta albaceteño, como fue Ismael Belmonte, acusó a Navalón de falta de respeto y lo declaró persona non grata en el ambiente taurino de Albacete. Aquel Albacete en Feria que se sobrecogió por el hecho insólito del espontáneo. Solo unas horas antes, fue atracada la Caja de Ahorros y los ladrones se habían hecho con un botín de 700.000 pesetas. Aquella ciudad que disfrutaba de sus días grandes con la presencia del Circo Ruso de Bárbara Rey y Ángel Cristo. Y se celebraba la primera victoria del Alba en el Carlos Belmonte en el inicio de la nueva temporada de tercera división. En aquel Albacete a punto de estrenar Galerías Preciados, perdió la vida un hombre joven por una decisión que solo él pudo entender.

¿Por qué? Esta es la gran cuestión. Quizá esta reflexión que hizo Ferrando en La Verdad nos ayuda a comprender qué pudo ocurrir: “No cabe usar literatura para justificar una muerte tan imbécil, un suicidio, aunque haya ocurrido rodeado de público, con el clamor de la plaza y con trajes de luces de por medio. No cabe glorificar esta muerte, ni culpar de ella a nadie que no fuera su protagonista. Aunque cueste decirlo como lo estoy escribiendo. ”El Chocolate“ iba en busca de la muerte sin saberlo. Y la encontró. Lo de ayer fue una cornada que no puede inscribirse en las páginas taurinas, sino en la crónica diaria y anónima del suceso”. Un suceso que blincó las páginas pasajeras de los periódicos y se convirtió en historia popular de Albacete.