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Manuel Lucas, investigador: “El aprovechamiento irracional e insostenible es el que genera paisajes desertificados”

Cuando se habla de desertificación, puede que las imágenes que se vengan a la cabeza sean las de terrenos con grandes grietas, áridos y sin ningún tipo de vida. Pero la situación es muy diferente. “Desiertos y desertificación son dos cosas diferentes”, explica el investigador Manuel Lucas Borja, de la E.T.S.I. Agronómica y de Montes y Biotecnología de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM). El también profesor es parte del equipo que trabajará en el proyecto de elaboración de un Atlas de Desertificación para España, dirigido por el experto Jaime Martínez Valderrama, investigador de la Estación Experimental de Zonas Áridas del CSIC. 

“Podemos hablar de desertificación en zonas con vegetación estable y típica de zonas mediterráneas en las que los recursos naturales se estén usando por encima de sus tasas de renovación. Ese aprovechamiento irracional e insostenible, asociado a zonas áridas, es el que acaba generando paisajes desertificados”, clarifica el experto. En sus clases, cuenta, cuando se habla del concepto las imágenes son esas: un desierto, poca agua, pantanos secos en terrenos arcillosos.

“Pero esto es una imagen alejada de lo que es realmente. Porque primero debe haber una zona árida, lo que conocemos como dry land en inglés, una zona en la que se calcula el índice de aridez en función del agua que cae en las plantas. Y esto, debe unirse luego a un proceso de degradación del suelo. Ahí es cuando podemos hablar de desertificación”, resalta el experto.

Aunque la financiación aún no ha llegado, el objetivo del proyecto del Atlas está “clarísimo”. El equipo quiere generar una serie de mapas y de información gráfica para dar a conocer la situación actual del proceso de desertificación por el que pasa España. El primer reto al que se enfrentan es el de encontrar una definición para la 'desertificación'. “Es un concepto difícil de definir, y no se conoce con una imagen clara. Por eso queremos generar información útil y sencilla para que la población pueda conocer los procesos de desertificación”, explica el investigador.

Desierto, ecosistema “totalmente viable”

Un desierto, a diferencia de un terreno desertificado, es un ecosistema “totalmente viable con su propia biodiversidad”. “En cambio, lo que ocurre con la desertificación es que se lleva a cabo un proceso de degradación, en el que se están usando los recursos por encima de sus tasas de renovación. E incluso aunque vemos que está verde, incurrimos en procesos de degradación. Esto pasa, por ejemplo, con los acuíferos”, explica el experto.

Según la FAO, desertificación se define como 'conjunto de factores geológicos, climáticos, biológicos y humanos que provocan la degradación de la calidad física, química y biológica de los suelos de las zonas áridas y semiáridas poniendo en peligro la biodiversidad y la supervivencia de las comunidades humanas'. Pero queda pendiente ahora indicar como se mide esa degradación de la calidad de los suelos, con qué indicadores o, incluso, qué se entiende por calidad de suelo, apunta Lucas Borja.

“Los problemas de desertificación llevan preocupando a España, Europa y al mundo entero. Tenemos convenciones en las que expertos de todo el mundo se reúnen para hablar del proceso. Pero es su definición y sus múltiples aristas lo que ha hecho difícil saber cómo podemos atajarlo”, explica el experto.

Además, Lucas Borja señala que no sólo se trata de casos “evidentes” como el de las Tablas de Daimiel, sino que está ocurriendo en otras partes del territorio. Sin ir más lejos, en la provincia de Albacete, apunta a las Lagunas de Pétrola, donde se realiza un seguimiento de las condiciones para la avifauna y se ha detectado presencia de pesticidas y abonos agrícolas en las mismas lagunas, lo que contamina y “afecta a su biología y diversidad”.

“No nos hace falta irnos a Doñana. Son varios los complejos lagunares que están viéndose afectados por los cultivos agrícolas a su alrededor”, explica Lucas Borja.

El experto explica que es “difícil” llegar a tiempo para ver los efectos que estos procesos de degradación porque “no son directos”. “Se puede ejercer una perturbación sobre un elemento del ecosistema y no ver una repercusión directa, sino ver el resultado de esa presión o efecto”.

Además, a esto se debe añadir que las consecuencias no sólo se pueden medir en sus variables ambientales, sino también sociales y económicas. “Se verá a lo largo del tiempo y por eso resulta difícil atajarlas”, señala. Pero este tipo de variables, recalca, son igual de importantes que otras como los nutrientes del suelo. Por eso dice que es “importante empezar desde los términos correctos”.

Apunta, por ejemplo, a lo ocurrido en la Sierra de Gádor, en la provincia de Almería. “Tenemos por un lado el desierto de Tabernas, que ya de por si es un desierto. Pero en el caso de la Sierra de Gádor, es un ejemplo clásico de desertificación”, explica.

El experto describe cómo a principios del siglo XIX había en la sierra un bosque que la población utilizaba con distintos fines: para conseguir leña y poder calentarse o cocinar. Pero también lo utilizaba la actividad minera y la industria del plomo. “Y qué fue lo que ocurrió. Que tanta explicación acabó con la cubierta vegetal arbórea. Y entonces no se pudo mantener la industria. Y la gente debió emigrar. No sólo se trata de que la deforestación que se causó en la sierra haya sido imposible de recuperar, sino también de que ha afectado a la sociedad. Esto es lo que ocurre en los paisajes de desertificación”, zanja.

Lo que se plantea para el Atlas de la Desertificación es trabajar con la información que ya existe, en documentos como la Estrategia Nacional de Lucha contra la Desertificación, y añadir trabajo de campo, junto a la información que se pueda obtener a través de satélites o 'software' de información geográfica. A través de estas herramientas se podrá obtener indicadores necesarios para realizar el atlas como pretende el equipo de investigación.

La situación en Castilla-La Mancha

El investigador apunta a que en Castilla-La Mancha hay “un montón de ejemplos” que pueden provocar o acelerar procesos de desertificación. Algunos, relacionados con los cultivos de regadío. “Hay acuíferos en situación de alerta por contaminación de nitratos. Si seguimos trabajando en cultivos de regadío en zonas cercanas a acuíferos, al final se contaminará el acuífero y desaparecerá la gente que depende de esta industria. Son varios los complejos lagunares en zonas críticas”, señala.

Borja Lucas recuerda que en 2010 se hizo un “intento” de generación de un mapa de uso de la tierra, en el que se apuntaba a que “el 80% de la comunidad autónoma estaba en riesgo potencial de desertificación”. Aunque explica que se deben tener en cuenta “muchos matices” y cifras “que se pueden rebatir”, la “cifra está encima de la mesa”.

La reflexión final del experto es “aplicar el sentido común”. Tan sencillo como “si vemos que el recurso está desapareciendo, actuemos”. Además, señala que las decisiones que se proponen desde el sector ecologista, como reducir drásticamente los cultivos, deben debatirse desde un consenso social porque tampoco se puede poner en riesgo el tejido vivo de los pueblos, que “al fin y al cabo es lo que es la actividad agrícola en las zonas rurales”.

“Nunca vas a hablar con agricultores o gente ligada al territorio que quiera ir de facto contra la naturaleza. Por eso, se debe escuchar sus demandas y proponer soluciones conjuntas. Cuando vemos las primeras señales, lo que se debe es actuar de manera consensuada y no simplemente prohibir o expulsar a estos sectores de los territorios”, concluye.

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