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Mónico Sánchez, el genio de Ciudad Real que dotó a las ambulancias de Marie Curie de rayos X portátiles

Retrato de Mónico Sánchez, ingeniero de Piedrabuena (Ciudad Real) y pionero de la radiología y otros campos médicos

Carmen Bachiller

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Hace más de un siglo, en 1895, el alemán Wilhelm Conrad Röntgen descubrió los rayos X y los llamó así porque el hallazgo fue casual. Este ingeniero y físico desconocía que era aquello capaz de atravesar la materia y ofrecer una imagen sobre placas fotográficas. Le valió el Premio Nobel de Física, pero su invento era caro y sus dimensiones desproporcionadas.

Röntgen quedó para la Historia como uno de los grandes dentro de la Ciencia, pero quien pasó mucho más desapercibido fue un castellanomanchego, capaz de diseñar una máquina de rayos X portátil, más práctica y que ha llegado hasta nuestros días con aplicaciones tan conocidas como la detección de fracturas o las exploraciones preventivas del cáncer de mama. Y no solo eso, fue pionero en las telecomunicaciones sin cables y la electroterapia.

Se llamaba Mónico Sánchez Moreno y nació en Piedrabuena (Ciudad Real). Su pueblo donde un instituto ya lleva su nombre, prepara un museo para reivindicar su figura y genio inventor, que estuvo a la altura de los grandes científicos del mundo, pero que ha pasado casi desapercibido durante más de un siglo.

Su nieta Isabel Estébanez Sánchez nos habla de este innovador que “logró hacer de su vida lo que quiso. No fue sencillo partir de un pequeño pueblo en la España profunda de la época”. Este científico y emprendedor nació en 1880. Su familia tenía una pequeña tejera (fabricaba tejas y ladrillos) y su madre lavaba ropa ajena en el paraje del río llamado Tabla de la Yedra, a unos tres kilómetros. En 1900 Piedrabuena no llegaba a los 4.000 habitantes y el 75% de ellos eran analfabetos.

Los padres de Mónico no podían pagar su educación, así que cuando tenía 14 años se fue de casa para trabajar de ‘chico de los recados’ en la localidad de Fuente El Fresno y después a San Clemente, en Cuenca, a una tienda de ultramarinos.

El ingeniero y profesor de la Escuela Superior de Informática de la Universidad de Castilla La Mancha, ya jubilado, Juan Pablo Rozas Quintanilla, es un estudioso de la vida de Sánchez y explica que “fue su maestro de la Escuela Rural, Ruperto Villaverde, quien le animó a seguir estudiando”.

Logró ahorrar y emigró a Madrid con 20 años para seguir trabajando y formándose. Allí aprendió algo de inglés y también nociones de electricidad, gracias a las clases por correspondencia en un instituto de Londres. Cuando llegó a Madrid todavía se estaba implantando el alumbrado público y se electrificaba el tranvía para sustituir a los de tracción animal.

Era Estados Unidos el epicentro del mundo eléctrico por el que sentía fascinación Mónico Sánchez. A finales del siglo XIX se libraba la llamada ‘guerra de las corrientes’ que protagonizaban Edison y Tesla y las empresas de J.P. Morgan (que invirtió su dinero en la Edison General Electric Company) y de George Westinghouse. ¿Corriente continua o corriente alterna? Ganó la última y comenzó a aplicarse en todo el mundo para distribuir la electricidad haciendo famoso a Nikola Tesla.

El director del instituto inglés en el que estudiaba por correspondencia le proporcionó un trabajo en Nueva York en una empresa como delineante y así comenzó su aventura, allá por 1903. Apenas cuatro años después se había convertido en ingeniero y su trabajo en Foote, Pierson & Company facilitó su primer invento, una modificación del puente de Weasthone, un tipo de circuito eléctrico. Su traslado después a otra empresa vinculada a la Electromedicina le abrirá nuevos horizontes. “Allí tomó contacto con los aparatos de rayos X que entonces eran auténticos armarios roperos y muy pesados”, explica Juan Pablo Rozas.

En 1908, Mónico Sánchez patentó un generador portátil de corriente capaz de alimentar un tubo de rayos X y logró un acuerdo con la Collins Wireless Telephone Company para fabricarlo, sin perder sus derechos de autor. Un año después la máquina se presentó en el Madison Square Garden de Nueva York, en un stand colocado junto a la empresa de Edison y a la Westinhouse Company en la que estaba Tesla. Poco después fundaría en Nueva York su propia compañía eléctrica.

El ‘aparato Sánchez’ cambió la perspectiva. Se podrían llevar los rayos X a cualquier parte y solo necesitaba un enchufe para funcionar, sin necesidad de los grandes generadores de las máquinas hasta ese fecha.

Pese al éxito en Estados Unidos, Mónico Sánchez optó por volver a Ciudad Real y crear su propia empresa. Lo hizo después de cambiar la patente original. Tras una visita a Barcelona para un congreso porque “también comercializaba sus equipos en España”, fundó la European Electrical Sánchez Company y terminó por regresar a España.

En 1913 puso en marcha el Laboratorio Eléctrico Sánchez. “Comenzó instalándose en la buhardilla de la casa de su mujer, Isabel, pero la empresa llegó a tener 3.500 m2 de superficie en Piedrabuena, aunque tardó cinco años en construirlo”, explica Rozas, quien aclara que “no era rico y lo que tenía lo invertía”. Hoy no quedan restos del laboratorio que fue reconvertido en escuela, hasta que fue derribado a finales de los años 80 para construir otras instalaciones educativas.

Su aportación a las ‘petites Curies’, ambulancias francesas en la I Guerra Mundial

El estallido de la Primera Guerra Mundial un año después puso a prueba su invento y se convirtió proveedor del ejército francés, tras presentar su aparato en Burdeos. Las ambulancias fueron equipadas con sus aparatos para dar soporte a los sanitarios que atendían a los heridos. Eran las petites Curies, el servicio de ambulancias radiológicas creado por la gran física Marie Curie. “No solo hablamos de rayos X porque sus equipos también servían para cauterizar o para resecar tumores en la cara. Era un aparato muy versátil”, cuenta Juan Pablo Rozas.

Otra guerra, la que enfrentó a los españoles entre 1936 y 1939, dio al traste con su empresa tras 30 años de éxito en el campo médico y también en la enseñanza de la Física. Esta última vía fue la salida de la empresa de Mónico Sánchez porque otro invento, el tubo de rayos X de Coolidge (1913), terminó por convertir en obsoleta su máquina de rayos X portátil.

Hasta entonces había conseguido, entre otros premios, la Medalla de Oro de la Exposición Universal de Barcelona en 1929. “La suya se convirtió en una historia de éxito, de tenacidad y de superación. Cada día es más conocido, pero posiblemente menos de lo que se debería”, sostiene Juan Pablo Rozas, quien destaca “su trascendencia en la Historia de la Medicina en España, en particular en el mundo rural”.

Mónico Sánchez fue presidente de la Cámara de Comercio e Industria de Ciudad Real y vicepresidente de la Federación Nacional de Ingenieros Libres. También fue un pionero de la divulgación científica y, en concreto, de lo que en la época se conocía como Electrofísica.

Tras la guerra civil y la postguerra casi todo cambió y, pese a todo, a los 65 años seguía vivo su espíritu emprendedor cuando viajó a Estados Unidos y se hizo con varias patentes de aparatos electro médicos que intentó comercializar, sin éxito, en España. Tampoco pudo hacerlo con su aparato generador de corrientes de alta frecuencia. Murió en 1961 y solo le sobrevivió uno de sus seis hijos, en concreto su hija Isabel.

Su legado puede verse en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología con sede en A Coruña. Desde 2012 y hasta 2021 la Sala Innovación Española acogió una exposición permanente en torno a su figura. En 2021 y tras una remodelación comparte espacio con otros destacados personajes. Y otra parte de su obra se expone en otra de las sedes que este museo nacional tiene en Alcobendas (Madrid).

El próximo años se espera que pueda tener un tercer espacio dedicado a su memoria en su pueblo natal, en la casa donde vivió. “Soy la mayor de los tres nietos y murió cuando yo tenía diez años, pero lo recuerdo perfectamente con la perspectiva de una niña. Aunque vivíamos en Puertollano, pasábamos muchas temporadas en su casa”, comenta su nieta Isabel. De la empresa que puso en marcha en Piedrabuena, un gran laboratorio, hoy apenas quedan vestigios.

Isabel, junto a sus hermanos María José y Eduardo, recuerda en un libro que se publicó con motivo del centenario de la empresa de su abuelo, en 2013, aquel “laboratorio en cuyos patios jugábamos y a las personas que trabajaban en él” así como “la magia de la fábrica de hielo y sobre todo el cine, quizá porque fue la última de las actividades que emprendió y el más próximo de nuestros recuerdos”.

“La vida de nuestro abuelo fue la de un luchador”, escribían hace ahora diez años, “con cualidades que hicieron posible su insólita aventura: inteligencia, curiosidad insaciable, capacidad de trabajo, voluntad y la firme convicción de que se podía superar cualquier dificultad. Supo luchar contra el destino que le marcaba su origen”.

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