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El realojo de las familias vulnerables en el medio rural fuera de la “jaula mortal” de las ciudades

La familia de Juliana Ferreira

Francisca Bravo Miranda

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La idea de buscar un nuevo hogar para una familia en situación de vulnerabilidad no es nueva para la Fundación Madrina. Su presidente Conrado Giménez, explica que fue hace unos 20 años cuando esta entidad facilitó el primer traslado, una mujer embarazada que fue acogida por un matrimonio que no tuvo hijos. La hija ya tiene 20 años y se considera extremeña, afirma el responsable de la organización.

Desde entonces, son varias decenas las familias a las que ha ayudado la fundación en toda España, en un proceso “difícil”. En el contexto actual, no solo se trata de la vulnerabilidad propia de situaciones excepcionales, como el de Elisabeth, una mujer que fue realojada en la localidad de Parrillas, en Toledo, por su condición de víctima de trata sexual. Este verano, otras cuatro familias fueron reubicadas en dos localidades de la provincia, tanto la citada Parrillas como Garciotum.

“Ahora se trata de familias que ya se planteaban abandonar la ciudad. Desgraciadamente, los alquileres han subido muchísimo y si no tienes algo en propiedad, es imposible vivir allí. Las ciudades se están convirtiendo en sitios inalcanzables”, reflexiona Giménez. “Van a ser una jaula mortal para las familias, donde no van a poder sobrevivir”, añade.

A esto se le suma la necesidad de las localidades más pequeñas de contar con más población, para que se garanticen los servicios públicos como la escuela o los centros sanitarios. Los mismos ayuntamientos son los que contactan con la Fundación para ofrecer un lugar y que las familias que no lo tienen puedan acceder a uno. Es lo que ocurrió en la localidad toledana de Parrillas. “Es el caso de este pueblo, porque peligraba la escuela. Y si cierra la escuela, cierran todos los servicios. Si cierra la farmacia o el comercio, el pueblo se muere”, zanja Giménez.

La Fundación Madrina ayuda “en todo”. Primero, las familias acuden a trabajadores sociales y psicólogos, entre otros profesionales. Tras este primer paso, se visita el pueblo, para verificar que efectivamente las familias puedan afincarse ahí, observar si hay posibilidades de vivienda y empleo. Una vez están ya más asentadas, se sigue ayudando con la provisión de alimentos y, gracias a esto, pueden también comprobar cómo evoluciona la vida de las familias realojadas.

Vente al pueblo y tendrás tu casa

En el caso de Juliana y su familia, la fundación llegó a su camino “por obra del destino, de Dios”, nos cuenta. Ella vive con sus cinco hijas y su marido en Garciotum, un pequeño pueblo al norte de Talavera de la Reina. Todo empezó durante la pandemia. “Nos quedamos sin trabajo mi marido y yo. Mi hija tenía seis meses. Nos quedamos en cero”, recuerda. Entonces vivía en el barrio de Carabanchel, en Madrid. “Busqué la ayuda de la asistente social, que me derivó a varios lugares, y en uno de ellos me hablaron de la Fundación Madrina”, recuerda.

Fue precisamente haciendo cola para recibir los alimentos con los que ayuda a las familias la organización cuando conoció a Conrado Giménez. “Le impactó mucho nuestra historia. Yo le expliqué que solo buscaba ayuda cuando la necesitaba, si no, siempre la dejaba para quienes de verdad la necesitaran”. El presidente de la fundación le habló entonces de la iniciativa de los pueblos, en Ávila o en Toledo. La búsqueda se alargó durante meses, y el padre de Juliana falleció. Debió viajar a su Brasil natal, con los pocos ahorros que tenían.

“Al día siguiente de volver, me llamó. Estuve bendecida. Me dijo, vente conmigo a un pueblo que hoy tendrás tu casa”, recuerda. Un día después tenía las llaves de su nuevo hogar. La fundación también les ayudó a hacer la mudanza, incluso con un coche personal cuando el que tenía la familia se estropeó por viajar tanto a Madrid. “Hoy mi vida es próspera, porque estamos trabajando, las cosas nos van mejor”, resalta. Tanto ella como su marido trabajan en Madrid, en hostelería.

La adaptación a la vida del pueblo ha sido difícil sobre todo para su hija mayor de 19 años, que debió abandonar su entorno, sus amigos. “Pero ahora ya tiene carné de coche y se mueve lo que quiere”, cuenta Juliana. Su plan es quedarse unos años más en Garciotum, por lo menos hasta poder ahorrar para la entrada de un piso. “Estoy toda la semana en Madrid trabajando y llego de Madrid y siento la tranquilidad. Es una buena calidad de vida”, reflexiona Juliana.

“Todo da vida al pueblo”

El momento del que habla Juliana, el de la pandemia, fue de inflexión para la fundación. “Fue entonces cuando vimos que las familias no podían sobrevivir”, recalca Conrado Giménez. “No solo colaboran con nosotros los alcaldes, sino también los profesores, que son los más interesados en que los colegios tengan alumnado”, recalca.

La Fundación Madrina había comenzado con la iniciativa 'Pueblos Madrina' antes de que se iniciara la emergencia sanitaria, cinco años antes. En el mismo mes de enero de 2020, y con motivo de la Declaración de Gredos por la Repoblación, en la vecina provincia de Ávila, la organización recordaba que “ofrecía” un centenar de familias a la semana, dispuestas a vivir en zonas rurales con el objetivo de generar proyectos de vida sostenibles para quienes tuvieran hijos menores a cargo, en situación de riesgo y exclusión social. Giménez recalcaba al presentar el proyecto que “las zonas rurales tienen esperanza”, pero que necesitaban de políticas sociales que apoyasen la iniciativa y la adaptación de las familias.

En Toledo, el alcalde de Parrillas, Julián Lozano, explica que el pueblo entero se ha volcado con algunos de los casos de familias realojadas. “Mucha gente del pueblo le presta ayuda y nosotros, desde el ayuntamiento, también”. El Consistorio decidió apoyar la iniciativa de la fundación porque reconoce la necesidad de las familias y personas en situación de vulnerabilidad. “Realmente hace falta y tenemos que ayudarlos”, explica. Pero también sirve para que el municipio mantenga servicios abiertos como el centro escolar, algo que beneficia a la familia y a toda la localidad. “Cogimos el colegio del pueblo con dos niños cuando entramos en el ayuntamiento. Ahora tenemos 15”, reflexiona.

La iniciativa ayuda a dar vida al pueblo. “Todo da vida al pueblo. No es lo mismo que te cierren un colegio a tener uno con más de 15 alumnos”, asevera el edil. Además, se benefician otros pueblos y fincas de los alrededores. “¿A dónde los llevarían sus padres si no tuviéramos colegio? Sería un esfuerzo y un gasto muy importante. Y por eso es que luchamos para que el colegio se mantenga vivo y esté abierto para dar servicio a quien lo necesite”, recalca el alcalde.

Aunque la adaptación de las familias, en general, ha sido más bien lenta, porque no siempre hay trabajo ni grandes empresas donde puedan encontrar un puesto fijo, el hecho de mantener abierto el colegio es algo importante. “Vamos a seguir haciendo mejoras para que los niños estén cómodos, a gusto y en buen sitio”.

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