16 de julio. Hace 11 años se iniciaba un fuego en el noreste de Guadalajara, junto al Parque Natural del Alto Tajo, que segó la vida de 11 personas, los miembros del retén de Cogolludo, y arrasó 13.000 hectáreas. La justicia determinó que el origen estuvo en una barbacoa en la Riba de Saelices condenando como responsable a un excursionista a dos años de prisión y a pagar 10 millones de euros de multa.
Hace un año, las televisiones volvían al lugar para captar la realidad de la zona una década después. Hoy la noticia es que lejos de cámaras y flashes la vida continúa en un lugar marcado para siempre. Apenas 70 personas pasan el invierno en La Riba de Saelices. Los veranos son más animados porque la población se triplica. David Moreno, de la Asociación Cultural de esta localidad, recuerda que hace once años estaba en Hungría de viaje y piensa en “la ansiedad de que te llegara un SMS diciendo que había fallecidos…Sabes que siempre hay gente del pueblo apagando el incendio. Te pones en lo peor”.
Más de una década después, el incendio no forma parte de las conversaciones del pueblo. “No se habla de ello. El duelo no ha terminado”. La gente más mayor fue la más afectada por la historia que arrastra el propio pinar. Y es que era el único patrimonio para aquellos que vivieron de la resina. “La gente lloraba en aquellos días porque era una forma de vida. Algo por lo que se había luchado para que perteneciera al pueblo”. Recuerda también el caos y la descoordinación en mitad de la que pasó lo peor: la muerte de personas. “Yo siempre digo que no fueron once sino trece porque hubo dos más que fallecieron durante la saca de madera”.
A las zonas afectadas se les prometió un Plan de Intervención Medioambiental, con dos fases, del que Moreno dice no tener noticias de su ejecución real. Después, comenta, “llegó la crisis y pese a que gobernó el PP que tanto había reclamado al PSOE, no hizo nada. No creo que las partidas de regeneración medioambiental se hayan gastado por completo”, sostiene.
También se ideó otro plan para el desarrollo de la zona, incluyendo medidas sociales para los habitantes del lugar. Ocurrió lo mismo. “Mi sensación ahora es que tras el incendio el pueblo perdió una oportunidad de desarrollo”. El turismo era lo único que lo revitalizaba con la ayuda del pinar y aquello se perdió.
“El operativo apenas ha cambiado y algunas cosas han ido a peor”
El Sindicato de Bomberos Forestales recuerda estos días lo ocurrido en su perfil de Facebook, donde se comenta como se construyó una central de biomasa en Corduente “que abrió en verano del 2009 y cerró en 2012 (según Iberdrola por pérdidas económicas). Aquella zona siguió en el olvido como antes de la tragedia”. Y también explican que “muchos compañeros dejaron este trabajo después de aquel infierno”.
No es el caso de Raúl Antón, bombero forestal que trabaja en Geacam y actualmente es delegado del Sindicato Autónomo de Trabajadores de Incendios Forestales (Satif), uno de los que surgieron a raíz del incendio. Ahora revive lo ocurrido en 2005 como algo “doloroso” que se gestionó “muy mal”, tanto a nivel emocional como político. “Hubo muchos intereses tanto del PP que estaba en la oposición y lo usó como bandera, como del PSOE que sabía que el operativo era un desastre pero intentaba taparlo”.
En su opinión eso provocó que “todo el proceso de duelo y curación de heridas” no se afrontase hasta que transcurrieron nueve años. Fue en el invierno de 2014. Dispositivos de incendios de toda España se reunieron en la localidad de Mazarete para analizar lo ocurrido y extraer conclusiones. “Fue la primera vez que se hablaba del incendio de La Riba. Éramos 10 ponentes y a mí me tocó explicar cómo había cambiado el dispositivo en la región desde el incendio”.
Relata como cuando comenzó en los retenes, apenas un año antes del incendio, se trabajaba durante cuatro meses al año. “Era casi como un campamento de verano, sabías que era peligroso pero no pensabas que podías morir. Ahora sí. Y cuanta más información tienes te das cuenta de que el operativo apenas ha cambiado y de que algunas cosas han ido a peor”.
En el año 2005 no había bomberos forestales profesionales. “Era un complemento a otros trabajos o a los estudios”, comenta. Ahora se trabaja todo el año. “La gente vive de esto y se implica”. Pero aunque el colectivo se haya profesionalizado, Raúl Antón explica que se ha pasado de 2.300 bomberos forestales a 1.300 en Castilla-La Mancha. Los retenes ya no están formados por 11 personas sino por cuatro.
Tampoco los incendios son lo mismo. El del año 2005 en Guadalajara supondría el inicio de una nueva época en el ámbito de la prevención y extinción pero también pondría en evidencia cambios en la naturaleza con los que no se contaba. “Ahora son más fuertes, más virulentos y arrasan muchas hectáreas”. Es algo que no solo tiene que ver con el cambio climático, con olas de calor más largas, sino con el abandono del campo. Por ejemplo, dice este bombero forestal, apenas hay pastores cuyos rebaños limpien el monte.
Ahora es habitual que un incendio provoque desalojos de zonas pobladas. Por eso, y aunque los bomberos reconocen mejoras en los dispositivos “no están en correlación con la peligrosidad y el aumento de incendios”. En este sentido, critica el “bajo nivel” formativo que, asegura, no ha mejorado en relación al año 2005.
Lamenta la falta de “voluntad política” en el conjunto del país porque hay un monumental “caos operativo”. Después, cada Comunidad Autónoma funciona como un ‘Reino de Taifas’, no hay categorías profesionales unificadas ni inversión suficiente. “Compramos camiones muy bonitos, están más adaptados que el que se quemó en Guadalajara, pero no son para los incendios forestales. No servirían para refugiarnos”.
Y a pesar de que lo ocurrido en Guadalajara “marcó” el inicio de una nueva etapa, el proceso terminó desinflándose. “Fue un golpe sobre la mesa nacional porque hablábamos de un gran incendio con medios precarios. Y todos estábamos más o menos igual en toda España. De repente ocurrieron cosas pero eso no se mantuvo. Las legislaturas se acaban, entra otro gobierno… No hubo un sentir nacional”.
Algo que, dice, tiene su reflejo más claro en el papel que juega la UME, la Unidad Militar de Emergencias creada tras el incendio de Guadalajara. “Ellos funcionan por otro canal y con otro sistema de órdenes que no se puede coordinar. Por eso, cuando llegan a un gran incendio forestal se les deja en una zona con poco impacto a la espera. Meterles en zona de actuación no es posible. No es operativo”.
Un desastre natural cuya regeneración es “impresionante”
Alberto Mayor, de Ecologistas en Acción en Guadalajara, recuerda que junto a la tragedia humana llegó un “desastre natural y ambiental de grandes consecuencias”. Eran bosques centenarios, un territorio protegido por la Red Natura 2000 que fue arrasado por las llamas. Habla de “ejemplares únicos” de tejo, en el Valle de los Milagros, de cientos de hectáreas de un roble raro en la zona, el Quercus Pétrea, de miles de hectáreas de pinares, alguna encina, enebros, sabinas, arces de Montpellier… “Son especies que necesitan mucho tiempo para crecer y además las condiciones climatológicas en las que desarrollaron ya no son las mismas”, comenta. A esto se unen los miles de animales silvestres muertos por las llamas o asfixiados. “Y en estos casos nunca se pueden evaluar los daños”.
Cree que las medidas que se tomaron para la reforestación fueron “suficientes”. Especialmente destaca que se optase por la regeneración natural cuya evolución once años después es “impresionante” porque “se ha creado un bosque mixto de pinares, robles, quejigares y otras especies arbustivas, creando más biodiversidad y en un futuro más difícil para la propagación de incendios”.
Sin embargo, alerta sobre la necesidad de no bajar la guardia y realizar “más campañas de concienciación”, así como dotar de más recursos humanos y materiales a quienes se enfrentan a los incendios. Y sobre todo que “todo el peso de la ley y de la justicia caiga sobre los negligentes y los provocadores de incendios”.