A menos de hora y media de Madrid en coche se encuentra la ciudad visigoda de Recópolis. Construida entre los siglos VI y VII d.C., no solo es especial por ser uno de los parques arqueológicos de Castilla-La Mancha -y una de las escasas manifestaciones bien conservadas de esta civilización- o porque su densidad en edificios fuera inusual en la Europa de la época, sino porque ha permitido relacionar el cambio climático con la crisis del reino visigodo en la península ibérica y la posterior expansión islámica.
Lo que ocurrió en Recópolis hace más de diez siglos ha sido uno de los “marcos” del estudio La sequía como posible contribuyente a la crisis del Reino Visigodo y la expansión islámica en la Península Ibérica que acaba de ser publicado en ‘Nature Communications’.
“Durante la investigación en Recópolis nos encontramos con una intensa deforestación del entorno de yacimiento y con datos que apuntaban a la escasez de precipitaciones y temperaturas frías. Es decir, con un ambiente estepario”, señala Manuel Castro profesor de la Universidad de Alcalá (UAH) y miembro del equipo investigador. Eso dio una pista a los científicos.
Hasta ahora, los yacimientos arqueológicos estudiados durante las últimas décadas del periodo visigodo aportaron información útil sobre estrategias agrícolas, el urbanismo, el control territorial o la organización social, pero la rápida caída del reino visigodo “sigue siendo objeto de debate”.
Una de las hipótesis tiene que ver con el clima. ¿Tuvo que ver en la expansión islámica desde el norte de África hasta el norte de Iberia? Era algo que no había sido investigado. “Hasta la fecha, la escasez de registros paleoclimáticos de alta resolución y de estudios centrados en el impacto de los cambios climáticos en los reinos medievales tempranos durante los siglos V-X d.C. ha impedido evaluar si los cambios climáticos controlaron el declive del reino visigodo y el reino islámico”, señala el estudio.
El estudio ha contado con la participación de investigadores de la Universidad de Granada, el CSIC, la Universidad de Alcalá, la Universidad de Oulu, en Finlandia y de la Universidad Mid-Atlantic americana.
Todos ellos han abordado la cuestión desde ámbitos tan diversos como las Matemáticas, la Biología, la Geología, la Historia o la Arqueología. “Tenemos una visión muy distinta del cambio climático con variables diferentes según las disciplinas de investigación y es muy curioso”, señala Manuel Castro.
Este profesor ayudante doctor de Arqueología en la Universidad de Alcalá (UAH) apunta que “para los geólogos y biólogos el cambio climático es inexorable y tuvo que provocar necesariamente una serie de cambios”. Y eso se complementa con otras visiones como la de los arqueólogos. “Pensamos que el cambio climático existe y es inevitable, pero incidimos también en que se produjeron procesos de adaptación que pudieron ser más o menos traumáticos”.
O con la que aportan los historiadores que beben de las fuentes medievales. “Sinceramente en la época eran muy catastrofistas”, comenta Castro.
El polen fosilizado como indicador de precipitaciones
Los científicos han analizado, entre otras cosas, 107 muestras de polen fosilizado a lo largo y ancho de toda la península ibérica. Pero no solo se han fijado en los yacimientos arqueológicos o en su entorno, sino también en lugares como las cuevas “porque son especialmente sensibles a los cambios de temperatura y sus procesos sedimentarios son uno de los mejores indicadores de cambio climático que existen”.
Después, explica el profesor de la Universidad de Alcalá, “elegimos emplazamientos donde las muestras estaban bien datadas por radiocarbono”. Y es que el polen es un indicador de las precipitaciones. “Hemos logrado una cronología bastante precisa de lo que ocurrió”.
El estudio de los cambios ambientales del pasado que se produjeron en un área específica es esencial para comprender cómo el clima podría haber afectado la estabilidad política de una región
Gracias a la combinación de datos, los investigadores han podido concluir que aunque la crisis social y política visigoda pudo haber comenzado antes, “la extrema y persistente sequía de finales del siglo VII y principios del VIII d.C. en la Península Ibérica pudo haber tenido un impacto negativo en la producción de alimentos, dañando la economía principalmente agrícola y las actividades pastoriles”.
Y no solo eso, también desencadenó, al menos parcialmente, “la inestabilidad social y política que podría haber afectado la decadencia del reino visigodo, y las primeras fases de la consolidación de al-Andalus”.
El artículo explica cómo la expansión musulmana en la cuenca mediterránea fue uno de los cambios culturales “más relevantes y rápidos” de la historia de la Humanidad. En la península ibérica supuso la sustitución del reino visigodo por el Califato musulmán omeya y el Emirato musulmán de Córdoba durante el siglo VIII d.C., y los investigadores se han preguntado qué influencia tuvieron los cambios climáticos en todo ese proceso.
Los científicos creen que “el estudio de los cambios ambientales del pasado que se produjeron en un área específica es esencial para comprender cómo el clima podría haber afectado la estabilidad política de una región”.
Abordan el que consideran “uno de los períodos más interesantes, y todavía relativamente desconocido desde el punto de vista climático”: la expansión islámica en el norte de África que culminaría con la conquista de la península ibérica y la formación de al-Andalus.
Se produjo a partir del año 711 d.C. provocando la “rápida” desaparición del reino visigodo que había dominado durante unos 300 años, entre los siglos V y VIII después de Cristo (d.C.)
Los musulmanes intentaron expandirse hacia el norte, pero fueron detenidos por los francos en la batalla de Poitiers (Francia, 732 d.C.). Ocho años después el levantamiento bereber iniciado en el norte de África y en al-Andalus/Hispania generó varias guerras civiles, hambrunas y despoblaciones de determinadas zonas, promoviendo la ruptura de al-Andalus con el califato abasí (de dinastía islámica) y derivando en un Emirato independiente (Emirato de Córdoba) en el 756 d.C. Según la crónica mozárabe, durante los años 748-750 d.C. “una horrible hambruna desoló todo al-Andalus/Hispania”.
“Ya lo señalaban las fuentes escritas, pero hemos comprobado que el periodo de sequía fue intenso entre los siglos VI y VIII, aunque las condiciones climáticas fueran muy distintas a las de ahora. En la Alta Edad Media la falta de lluvias iba acompañada de bajada de temperaturas”, explica Manuel Castro.
La combinación de falta de agua y frío en aquella época influyó en las producciones agrarias. “Debió de provocar problemas en el tamaño de las cosechas. Hablamos de un clima estepario en toda la península ibérica. El cambio climático es una apisonadora, pero existen variables climáticas que dependen del componente geográfico”.
En todo caso, el investigador de la Universidad de Alcalá incide que no puede ignorar el hecho de que unas comunidades respondieran mejor que otras a las condiciones climáticas y ambientales para adaptarse. Y aquellas que no lo hicieron no lograron sobrevivir. “La sequía fue un factor que jugó en contra de los visigodos y de los musulmanes”, comenta.
Además, sostiene que “aunque no se produjeron cambios en cuanto a la ocupación del territorio, tuvieron que enfrentarse a condiciones que les obligaron a cambiar cultivos o a trasladarse, por ejemplo, al fondo de los valles. No detectamos un descenso demográfico drástico sino una fuerte capacidad de adaptación que terminó por introducir el sistema de regadíos en la península ibérica a partir del siglo VIII”.