Viaje de doble recorrido

Extravagante, fantasioso, esteta, desmesurado... Jean-Pierre Jeunet es un cineasta que convoca los adjetivos, un auteur cuyos rasgos de estilo resultan fácilmente identificables. Sin embargo, este sello personal suele provocar apreciaciones reduccionistas de su obra y argumentos demasiado simples por parte de sus detractores, empeñados en limitar las capacidades narrativas del director y en preponderar sus aciertos visuales. Bien es verdad que Jeunet no pretende ser un intelectual, su cine carece de discursos y está movido por el espíritu libre y lúdico de los antiguos juglares, aquellos que trataban de distraer al público a cambio de unas monedas.

Es por eso que la filmografía de Jean-Pierre Jeunet se asemeja a un inventario donde se acumulan ideas, sueños y ocurrencias de toda clase, una amalgama poco ortodoxa que rompe los moldes tradicionales que separan la forma del contenido, para fusionarlos en una sola pieza. Más que un cineasta en el sentido estricto del término, Jeunet puede ser considerado como un ilustrador de momentos, un prestidigitador de la imagen, un fabulador en potencia.

Estas mismas cualidades sobrevuelan “El extraordinario viaje de T.S. Spivet”, película de estructura cartográfica en la que se traza un doble recorrido. Por un lado cuenta la historia de un niño con aptitudes excepcionales que crece en el lugar menos idóneo para desarrollarlas: un rancho en mitad del estado de Montana, en Estados Unidos. El muchacho que da título al film debe recorrer los miles de kilómetros que le separan de la ciudad de Washington para recibir un importante premio científico, un viaje que es en realidad una escapada de su excéntrica familia y de su improbable destino como cowboy.

Por otro lado está el periplo de un director francés, Jean-Pierre Jeunet, que atraviesa el Atlántico para rodar una película en unos escenarios y en un idioma que no son los suyos, adaptando una novela de Reif Larsen que parece hecha a su medida. Esta segunda aventura, que no se ve en la pantalla pero que impregna cada uno de los fotogramas, se debe al afán por explorar caminos nuevos. Son dos viajes que avanzan simétricos y cuyos pasos se complementan a ambos lados de la cámara. Porque la América que retrata el film no es una América real sino la que puede imaginar un loco, un niño o un extranjero. Jeunet tiene algo de las tres cosas. Los paisajes y las situaciones que aquí se narran participan del cómic y de la ilustración, del teatro y la pantomima, del musical, la literatura, la fotografía... referencias que siguen engordando el imaginario del director después de más de veinte años de carrera y que vuelven a converger en “El extraordinario viaje de T.S. Spivet”.

De nuevo encontramos el ritmo dinámico, el juego visual, el montaje sorprendente. De nuevo el humor como válvula de escape y como alivio a los dramas internos de los personajes. De nuevo la crítica, esta vez a la cultura del triunfo estadounidense y a la voracidad de los medios de comunicación. Y como ya sucediera antes, la denuncia de Jeunet corre el peligro de desactivarse bajo la retórica y la exuberancia de las imágenes. Justo a tiempo aparece el Jeunet cuentista, amante de las moralejas y de los finales aleccionadores, el autor de “Delicatessen”, “La ciudad de los niños perdidos”, “Amélie”... una galería fascinante a la que ahora se añade el pequeño T.S. Spivet, explorador inquieto como Jean-Pierre Jeunet de sus propios márgenes. Cineasta meticuloso como pocos, siempre pone a prueba sus límites hasta conseguir hacer realidad lo que en un principio no podía ser más que un sueño. Ese es el poder de su cine.