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Maroto ejerce de 'neosegoviano' pidiendo el voto por Mañueco, a quien debe el acta de senador

Víctor Honorato

10 de febrero de 2022 22:14 h

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Ya pocos vecinos lo recuerdan, pero en Sotosalbos, en Segovia, a los pies de la Sierra del Guadarrama, se sembraba lino en unas pozas en el margen del pueblo, junto al arroyo. De aquello hace casi 50 años, y el único vestigio que queda hoy es el nombre de una calle, la de las Pozas, que da acceso a una urbanización de reciente construcción y rústico empaque. Desde hace no mucho vive –es una forma de hablar– aquí un vecino ilustre, el portavoz del PP en el Senado, Javier Maroto, que aterrizó en el pueblo en 2019 con cierta polémica, porque el empadronamiento le sirvió para ser designado in extremis senador por las Cortes de Castilla y León, tras perder el cargo público en su tierra natal, Euskadi.

El neosegoviano Maroto dijo entonces que se le vería mucho por el lugar, y cuentan los pocos vecinos que pasean estos días por el pueblo, 137 habitantes en el censo de 2021, que es así, al menos los sábados y domingos. “Come mucho con el marido y amigos en el restaurante los fines de semana”, dice Fredi, que regenta la taberna del Arcipreste. Las referencias a Juan Ruiz, arcipreste de Hita, son muchas aquí, porque el Libro del buen amor refiere un escarceo del autor con una lugareña de camino al cercano puerto de Malangosto. Esto y la iglesia románica son los principales reclamos turísticos de Sotosalbos, destino de fin de semana.

El domingo hay elecciones autonómicas y todo parece indicar que el PP volverá a ganar, aunque está por ver con qué margen. En Sotosalbos lo tienen hecho, como viene siendo habitual desde que se vota. “A mí me llaman rojo porque compro El País”, dice Fredi, que este lunes no abrió el bar y solo ha venido porque le van a traer una tonelada de leña. Todo está cerrado el lunes, salvo un restaurante que da cocido, donde conocen a Maroto, que es amigo y va a menudo, pero quieren ser discretos. Que en el pequeño municipio al que debe el escaño no haya prendido la campaña no quiere decir que el portavoz en la Cámara Alta no se haya lanzado a la carretera por Mañueco.

De momento lleva ocho actos de campaña, la mayoría en la provincia que lo acoge, Segovia, pero también se ha desplazado a Zamora y Palencia. El pasado día 5 hizo doblete y también programó paseos por pueblos, incluido el de adopción, Sotosalbos, donde se le vio el pasado día 30. Todo se explica por los favores que le debe al aún presidente regional, candidato a la reelección y máximo líder del PP de Castilla y León. En las generales de abril de 2019 Maroto se presentó como cabeza de lista del PP por Álava, su provincia de origen, donde fue alcalde de su capital, Vitoria, durante cuatro años (entre 2011 y 2015). Pero el batacazo que sufrió su partido, que obtuvo su peor resultado de la historia, con solo 66 escaños, le afectó directamente porque el PP no logró ni un solo representante por Euskadi.

Para tratar de tener representación institucional Maroto se tuvo que empadronar en Castilla y León. Era el lugar que le permitía poder lograr un escaño en Madrid y, en concreto, en el Senado, sin necesidad de pasar por las urnas, ya que una parte de los senadores lo son por designación de los parlamentos regionales. En su caso, Maroto consiguió que Mañueco, líder del PP castellano y leonés, lo eligiera a él como senador de las Cortes tras empadronarse en Sotosalbos.

Aquí la campaña electoral está siendo modesta. Aparte de ese paseo de la comitiva del PP en el primer domingo tras la pegada de carteles, las señales de que el domingo vota Castilla y León se reducen a una pancarta. Es del PP y la colgó en el exterior de la casa familiar Pedro Jimeno, que fue alcalde hasta 2011, cuando renunció a repetir. “O dejas la alcaldía o quitamos las vacas”, le emplazó el padre, según cuenta su madre, Máxima Jimeno, auténtica autoridad social del pueblo por encima incluso del nuevo censado ilustre, a sus 87 años, que se sienta en un banco frente al muro de la finca, al sol. La familia estuvo en tiempos a cargo del reparto de correos. Máxima recuerda tiempos menos venturosos, cuando solo se comían patatas viudas. Se trabajaba mucho. “Ahora no se sabe, la vida…”, evoca.

La pandemia, la cercanía a Madrid y la polémica de Maroto en los medios han puesto el pueblo de moda. Los fines de semana se llena. Gente de dinero se está construyendo casas. “El año pasado se hicieron once. Y en la general están haciendo otras tres”, cuenta Máxima. Jacques y Danny, una pareja francesa que vive en el pueblo de al lado, han venido a una casa en obras para hablar con los obreros, muy solicitados. “Desde la pandemia no se encuentra un albañil”, se queja ella.

Antonio Arribas, de 77 años, no ha oído ni siquiera el habitual coche de propaganda electoral con megafonía. Cuenta que no se habla mucho de política, aunque sí, ciertamente, la gente es más de derechas, concede. Arribas muestra su colección de fotografías con retratos de ministros de Sanidad, colgada en el garaje. Trabajó muchos años en el parque móvil del Estado, casi siempre asignado a ese Ministerio, y las sacó el día que se jubiló, a modo de recuerdo. La primera foto es de Federica Montseny (“la tengo tapada porque era socialista”, bromea). La última, de Ana Pastor.

“Un vecino más y ya está”

“Ha tapado muchas bocas”, dice de Maroto al teléfono el actual regidor, Feliciano Isabel Jimeno, primo del anterior, a quien la atención mediática en 2019 le sentó mal. “Es un vecino más y ya está”, explica, y admite que en la campaña poco ha influido quién viva en Sotosalbos. Aunque sea la voz del PP en el Senado.

Paseando al perro viene Juan Antonio Hidalgo, de 48 años, que vive aquí, aunque sigue censado en Bernuy de Porreros. “Da igual, también es España vaciada”, ironiza. Coincide con otros en que en el pueblo “de política no se habla” y señala el alto poder adquisitivo de los domingueros: “Ayer esto parecía un concesionario de la BMW. X1, X2, X3. Los tenían todos”. El pueblo está muy cuidado, limpio, no se ve un papel en el suelo ni una fachada sucia. Las construcciones respetan las formas tradicionales. Hay columpios, pistas deportivas. Los niños pueden ir al colegio en autobús, a Torrecaballeros. El Instituto está en La Granja. Segovia está a menos de 20 kilómetros.

Cuando Máxima se levanta del banco, para dar un paseo, empieza a oírse de lejos una melodía extrañamente familiar. Al cabo de unos segundos no cabe duda: es el himno del PSOE, que sale de los altavoces de la furgoneta de campaña. Conduce un veinteañero, al que le ha tocado repartir propaganda por la mitad oriental de Segovia. Es de un pueblo de 30 habitantes un poco al norte, pero pide que no se revele su nombre porque se está saltando las clases en la universidad para conducir la furgoneta. Saca bolígrafos, piruletas, caramelos, juguetitos para el perro, paquetes de mascarillas. “¿Usted tiene nietos, señora?”, le dice a Máxima, a quien por más merchandising que ofrezca no va a convencer del voto a los socialistas. “Estos prometen mucho”, despacha ella, que da una vuelta al vehículo y prosigue su paseo.

El joven voluntario es militante socialista, pero para la campaña le pagan. “El curro está en Madrid, pero yo me quiero quedar”, suspira. Estos días sale de casa a las 8.00, vuelve al anochecer. “De noche y temprano por la mañana los carteles no pegan, no sé si es por la escarcha”, cuenta. En la furgoneta lleva un listado de los pueblos y las instrucciones para el fijado. No se puede pegar en todas partes; cada municipio tiene sus reglas. En Sotosalbos resulta que solo se pueden pegar en las farolas o en los cubos de la basura, que están en un cerrado, con poca visibilidad. Allá se va el hombre, sin muchas esperanzas. “Me dijeron: ‘a todo el que te pare, le das la propaganda’. ¿Y sabes quién me para? ¡Nadie!”.