1,88 de altura y 107 kilos. Kalo, jugador fiyiano de rugby del VRAC, se coloca las manos sobre la cabeza imitando a un conejo. No, no está bailando el Meke —danza tradicional de Fiyi— ni es un ritual previo a un partido: está buscando a uno de los alumnos que también imitan a un conejo para jugar al 'piedra papel o tijera'. Kalo es uno de los jugadores que enseña inglés en Pajarillos, un barrio vallisoletano en el que conviven 40 nacionalidades.
Los clubes del VRAC y El Salvador van cada dos semanas a dar apoyo a los chicos que quieran acudir a las clases de inglés. La iniciativa empezó con los jugadores del VRAC hace dos años, aunque este curso se ha incorporado el equipo de El Salvador. Sobre todo van jugadores extranjeros y algunos españoles que tengan buen nivel de inglés. Acompañados por estudiantes de Educación, los del rugby ayudan a los niños a acostumbrar su oído a distintas formas de hablar.
Estos laboratorios de idiomas permiten a los chicos conocer también otras formas de vivir, culturas o tradiciones. “Es más compartir que impartir”, sostiene una de las jugadoras del Crealia El Salvador, Trina Moir. Ella también es profesora de inglés en una academia y coordina los equipos del rugby femenino regional y de la División de Honor. “Lo más gratificante es que vuelvan a clase, porque si realmente no les interesa, no asisten”, ratifica Moir, que recuerda que ahora los chicos son más puntuales que cuando empezaron los laboratorios.
Estos chicos (de 5º de Primaria a 2º de la ESO) van voluntariamente por la tarde a varios talleres que organiza la asociación Pajarillos Educa, que trabaja en la cohesión social y participación comunitaria. “Solo con que vengan ya muestran voluntad de aprender. Si quieren, lo tienen súper fácil; porque si no quieren venir, no vienen y ya está”, explica uno de los tres coordinadores del proyecto, Álvaro Clemente.
Los alumnos de Educación Primaria con mención de inglés de la Universidad de Valladolid (UVa) se turnan para acudir al Centro Social Santiago López —antiguo colegio— a dar clase dos veces a la semana a los chicos, que pasan una hora oyendo hablar en inglés, aunque entre ellos se mezclen el dariya —árabe marroquí— y el castellano. Hay dos grupos: uno de primaria y otro de secundaria.
El alumnado —compuesto sobre todo por chicas marroquíes— dice adiós a los libros: el objetivo es que mejoren su expresión y comprensión oral con futuras docentes y con jugadores de rugby extranjeros y españoles que tienen el inglés como lengua materna o que dominan el idioma, puesto que algunos jugadores extranjeros de rugby son neozelandeses y sudafricanos. ¿Cómo? Mediante inmersión lingüística y juegos que impliquen movimiento físico para que los chicos estén motivados y quieran ir a clase. Cada sesión es distinta, porque este cuatrimestre los maestros han ido rotando. En los primeros meses del curso, un grupo de universitarios realizaron sus prácticas en el centro.
Matt Smith coordina la participación de los jugadores de El Salvador y destaca la gran evolución que ha visto en el curso. Recuerda especialmente el caso de una de las niñas, Soukaina, que cuando llegó a España no hablaba castellano ni inglés, sino que se comunicaba en marroquí o en francés. “Yo llevo en España cinco años y sigo aprendiendo, si pudiera mejorar mi español como ellos su inglés...”, comenta.
Kalo lleva en el programa desde que empezó hace dos años y destaca la importancia que tiene que los chicos escuchen también otros acentos distintos del británico. “La mezcla de orígenes es muy grande y así ellos podrán ir a cualquier país de habla inglesa y entenderles”, explica Matt Smith. El jugador neozelandés de El Salvador reconoce a veces dificultades para entender a alguno de sus compañeros, aunque su lengua materna sea la misma. Kalo, del VRAC, recuerda que el año pasado les explicaron de dónde venían y cosas de su cultura, lo que les permite ver “otras formas de vivir”. “Recuerdo que les dije que nosotros cocinábamos bajo tierra [el 'lovo' es un horno hecho en la tierra] y alucinaron”, ríe.
Los chicos, que van a colegios e institutos del entorno, se mostraban “nerviosos” cuando empezaron las clases hace dos años, aunque ya lo tienen muy asumido e incluso los mayores meten prisa a los pequeños para que terminen y poder empezar ellos. “Me gusta mucho porque nos divertimos y aprendemos”, dice Khadija, de quinto de primaria.
Carmen Fernández Aguilar es otra de las jugadoras de rugby que ha acudido a los laboratorios de inglés. “Conocer mujeres deportistas e independientes puede servir para luchar desde la base contra este tipo de desigualdades, aún existentes”, asegura. Carolina Lobera, de 17 años, considera importante que se implique gente joven porque así los niños no los ven tanto como 'mayores' y les ven más cercanos.
Algunos alumnos, como Soukaina, no se manejan del todo con el castellano ni con el inglés y a veces necesita que sus compañeras le traduzcan algún juego. Precisamente Soukaina es de las que más atención presta, aunque este es su primer año en las clases de inglés. Otros niños, si se lo están pasando bien, deciden alargar el inglés una hora. Nora y Hind, alumnas de secundaria, llevan desde que empezó el proyecto y se muestran contentas con las clases de inglés, aunque se quejen —entre risas — y tomen el pelo a los monitores.
Judith, Andrea y Ángela participan en una de clases como profesoras. Ellas tienen claro que estas clases no solo sirven a los pequeños: “En la Facultad te preparan para una situación idílica, en la que los niños están quietos y callados, pero luego cada situación es diferente: sus formas de socializar o de hablar no son las mismas y hay que adaptarse a ello”, explica Judith. A su lado, Ángela destaca que los niños van interiorizando poco a poco el inglés, “aunque ellos digan que no”. Moir destaca la importancia de adaptar y personalizar las sesiones. “Los chicos ven que se puede aprender de forma divertida y dinámica, algo que permiten los grupos pequeños que hay”, agrega.
Adaptar la metodología de enseñanza
“La idea es que los universitarios sean conscientes de la situación de vulnerabilidad que existen y las distintas familias que componen la sociedad”, explica una de las profesoras de Educación que lidera la rama didáctica del programa. De esta forma, los futuros maestros aprenden a “adaptarse” a distintos estilos de aprendizaje para que todos los niños “tengan las mismas oportunidades”. Cada mes, los alumnos abordan un tema para que los niños aprendan vocabulario y mejoren su expresión oral: el curso termina en mayo con la ecología, sostenibilidad y las aves, pero han hablado de las fiestas del mundo, deportes, inventos, artes, el universo...
En una de las clases a las que acude esta periodista está también presente un profesor de la Universidad del Salento (Lecce, Italia), que está de profesor visitante en la UVa. Gianfranco Molfetta también es maestro y ha trabajado durante más de una década en escuelas con niños vulnerables. “Lo que se hace aquí es incluso más importante que la escuela”, afirma. El maestro destaca la importancia de este tipo de iniciativas, y ensalza el papel que juega la Universidad. “Los alumnos aprenden que no se puede enseñar igual a todos y aprenden el respeto a todos los niños”, subraya Molfetta.
Jugadores que viven en la zona más problemática
El Laboratorio de Idiomas es solo una de las iniciativas en las que participan los equipos vallisoletanos de rugby: también refuerzan el ejercicio físico y algunos, incluso, residen en viviendas gestionadas por el Ayuntamiento en el 29 de Octubre. “Kirk [Tufuga] vive allí con su familia y la experiencia ha sido muy buena. Es una oportunidad para que los jugadores se sientan partícipes de la zona en la que viven”, explica la vicepresidenta del Club El Salvador, María Morán, que asegura que este tipo de proyectos evita que los jugadores “pierdan la percepción social de su entorno deportivo y académico”. “La acogida por parte de los jugadores ha sido bastante buena e incluso un poco por encima de las expectativas”, continúa el presidente del VRAC, Chema Valentín.
Las clases de inglés están integradas en los Laboratorios de Artes y Transformación Educativa (LATE), que son actividades de ocio, deportivos, culturales, educativas y sociales proyectadas en horario extraescolar y se complementan con un apoyo-refuerzo escolar. Algunos de los proyectos con más éxito son los talleres de circo y cine, en los que prima la integración de los niños. “Es complicado y puede acabar siendo un 'moros contra gitanos', como dicen ellos”, explica la coordinadora de proyectos Asociación Pajarillos Educa, Mónica Salcedo.
“La idea era meternos en el tumor de la exclusión y crear un tránsito de gente distinta a la que está acostumbrada el 29 de Octubre. Pero el espacio retrae mucho a gente paya que vive en el barrio, así que estamos pensando en utilizar un sistema más mixto y trabajar en otros espacios municipales del barrio”. Es la respuesta que da Alberto Rodríguez, 'Bertoni', el director del Colegio Cristóbal Colón de Valladolid —el más guetizado de la ciudad— y una de las almas de Pajarillos Educa.
Otros laboratorios y programas
Con financiación de la Junta de Castilla y León, se ha creado un observatorio para ir identificando buenas prácticas en el laboratorio y ver las prácticas que se hacen en otros “'Pajarillos' de España”, explica Salcedo. El primer ejemplo que viene a la mente de Bertoni al hablar de éxitos es el de Pajarillos Queda Deporte: se forma a los adolescentes como entrenadores de fútbol para que luego entrenen a los niños más pequeños, que tienen que ir a clase para poder ir al entrenamiento. De esa forma los pequeños van a clase y los mayores reciben una formación y se convierten en referentes de los niños.
Pajarillos Educa no solo trabaja con chicos en edad escolar, también se realizan proyectos de inserción sociolaboral y emprendimiento social como los talleres de costura dirigido a mujeres sin estudios y en situación de dependencia económica, laboral y familiar.
Los preadolescentes, como tales, se escudan en el sarcasmo y la ironía, pero suelen salir más contentos de los que entran a los laboratorios. Antes de empezar los talleres, los niños se ponen en círculo y realizan una asamblea en la que hablan de cómo están o debaten sobre temas sociales. Al entrar en el aula colocan un emoticono junto a su nombre para que los monitores sepan cómo se sienten: si están tristes, felices o ni fú ni fá. Y al terminar, una petición que parece habitual y que ya tiene una entonación propia: “el emoji antes de salir de clase, porfa”.