La España vaciada sale (poco a poco) del armario
En los últimos diez años el número de asociaciones LGTBi en Castilla y León se ha multiplicado. Si en 2008 solo había tres organizaciones en toda la comunidad, hoy existe casi una docena. Pero la expansión ha sido desigual, porque en tres de las nueve provincias no hay asociaciones y en las zonas rurales y poco pobladas las agrupaciones tienen dificultades para llegar, por lo que su actividad se centra sobre todo en las capitales. Muchos jóvenes de pueblos pequeños de Castilla y León se ven obligados a vivir su sexualidad en secreto hasta que tienen edad suficiente para marcharse a zonas más urbanas.
Andrés Blázquez se fue de Macotera (Salamanca), un pueblo de apenas 1.000 habitantes, cuando cumplió 19 años. Durante su adolescencia sufrió acoso en el instituto por su orientación. “De niño se reían de mí porque era el típico chico gordito y afeminado. Pero los problemas de verdad empezaron en la adolescencia”. Cuando pasó la pubertad se convirtió en el blanco fácil de los ataques en su instituto. En casa tampoco encontró la comprensión que necesitaba. “En mi familia el comentario de que en la televisión solo salían putas y maricones era algo habitual, así que imagínate”.
Tuvo que llevar su homosexualidad en secreto. Su vía de escape fue internet y su único contacto con otras personas LGTBI, a través de los chats de los programas de televisión. La homofobia, imbricada a nivel familiar y social, hace muy difícil la autoaceptación en estas zonas, así que Andrés sobrevivió como pudo, contando los días que quedaban hasta su mayoría de edad. Ahora tiene 32 años, vive en Madrid y ha hecho su vida junto a otro chico.
Al principio, ni siquiera en Madrid pudo huir de las habladurías del pueblo. Una noche se encontró con un conocido en Chueca. “Al día siguiente me llamó mi hermana para decirme que me habían visto en el barrio gay”. Durante mucho tiempo, Andrés sintió rencor hacia sus raíces. No quería volver y trató de dar la espalda a sus orígenes. Pero eso empezó a cambiar cuando le concedieron el título de Mr. Gay Salamanca el año pasado.
“Volver fue una forma de perdonar a mi tierra después de todo lo que había sufrido allí”. La relación con su familia ha mejorado poco a poco, sus padres le aceptaron y conocen a su novio. Ahora participa en charlas en colegios e institutos de Castilla y León con la asociación Iguales Salamanca (una de las primeras que se fundó en toda la Comunidad Autónoma) para que los chavales no pasen por lo mismo que él.
“Si hay una comunidad donde impulsar colectivos LGTBI es complicado esa es Castilla y León”, sentencia Ignacio Paredero, de la Federación Castellanoleonesa de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales e histórico activista de la comunidad. “Somos la comunidad con menos matrimonios igualitarios de toda España y una de las cinco que no tiene ley específica antidiscriminación”, recuerda Paredero.
Por sus características poblacionales, es la región más envejecida tras Asturias y la que más municipios poco poblados tiene en todo el país. Y sociológicas, porque es una sociedad tradicional donde el Partido Popular ha arrasado desde hace treinta años, la aceptación de la diversidad sexual y de género está, todavía, muy por detrás de otras comunidades.
Álvaro París (Venta de Baños, Palencia) tiene 24 años y sigue viviendo en su pueblo de 6.000 habitantes. “Uno de los problemas de los sitios pequeños es que te faltan referentes LGTBI. No conoces a casi nadie y eso complica mucho que te aceptes, sobre todo durante la adolescencia”. Cree que abandonar el pueblo fue indispensable para desarrollar la personalidad que tiene hoy. “De adolescente estaba muy centrado en salir de aquí, me decía que nada iba a cambiar y que tendría que encontrar una vida fuera. Necesitaba una perspectiva diferente”. Ahora, terminados sus estudios, ha regresado Venta de Baños y ve las cosas de otra forma.
“Tenía tantas ganas de irme que no me fijaba en que aquí también había personas que estaban pasando por lo mismo que yo. Ves que hay vida y empiezas a pensar que puedes ser tú parte del factor del cambio”. Ahora participa activamente en la asociación Chiguitxs de Palencia. Álvaro no sabe cuánto tiempo se quedará, pero a corto plazo no piensa en volver a marcharse, a pesar de las complicaciones que supone vivir en un municipio de estas características.
Gema Segoviano y Ana Cabeza viven en Encinillas, un pueblo de 300 habitantes de la provincia de Segovia. Fueron las primeras mujeres lesbianas en casarse en esa provincia y, aunque son de Madrid, decidieron dejar la capital para vivir una vida más tranquila (y más económica) en este pueblo segoviano. “Al principio a los vecinos les chocaba vernos. Nos preguntaban si éramos tía o sobrina”, cuenta Gema. Poco a poco, conforme fueron haciéndose visibles en el pueblo, los comentarios fueron reduciéndose, aunque no han desaparecido.
“Sigue habiendo miradas y comentarios. Una homofobia inocente que a veces cansa. Por ejemplo, una noche en un bar nos preguntaron, sin venir a cuento, cómo teníamos sexo”. En Encinillas hay tres matrimonios de lesbianas y una pareja de hecho formada por dos chicos homosexuales. La normalización va llegando. “Hay avances, pero los estereotipos siguen estando presentes. No salimos de fiesta todos los días ni llevamos crestas. Somos panaderos, profesores, médicos. Parece que eso cuesta entenderlo”.
Algo como ligar es todo un reto para el colectivo LGTBI en la España vacía o vaciada. “Los estudios dicen que somos el 10% de la población. En un sitio pequeño eso significa que vas a encontrarte a muy poca gente LGTBI”, explica Ignacio Paredero. Álvaro lo resume bien: “Además, aunque haya gente homosexual no quiere decir que todos tengamos los mismos intereses. No todo es la orientación. Si sumamos esto con que los jóvenes suelen irse fuera a estudiar, la búsqueda todavía es más difícil”, remata.
Ante esta situación, las aplicaciones para ligar se convierten en el mejor aliado para conocer gente nueva. Francisco (prefiere no dar su nombre real), es de Valencia de Don Juan, en la provincia de León. Utiliza varias de estas aplicaciones móviles para conocer a otros hombres. En ellas no usa su nombre real ni tampoco su foto. “Prefiero ser discreto porque aquí muchos solo quieren sexo y yo busco algo más”, explica. La dispersión de los municipios castellanos y leoneses dificulta a veces que las personas se puedan encontrar, sobre todo fuera de las ciudades. “Estas aplicaciones te pueden poner en contacto con gente homosexual a cuarenta kilómetros, y eso, sin coche es un mundo”, asegura.