“A todos vosotros, en esta noche de Navidad, os queremos enviar nuestro mensaje de paz aunque al hacerlo corramos el riesgo de ser detenidos”.
El mensaje lo firmaba un grupo de jóvenes y se leyó en varias iglesias catalanas durante la misa del Gallo en la noche de Navidad de 1975. Anunciaban que se negaban a hacer el servicio militar y que, como contrapartida, llevaban ocho meses inmersos en un proyecto social de ayuda a los vecinos en el barrio de Can Serra, en L’Hospitalet de Llobregat. Ofrecían labores de alfabetización, cuidado de ancianos y un servicio de guardería, entre otras actividades.
El mensaje corrió por todo el país y con él empezó el movimiento de desobediencia civil más grande que ha habido en Europa. Después del mensaje de Can Serra, los grupos de objetores comenzaron a florecer por toda España y acabarían implicando a más de un millón de jóvenes durante casi 30 años. Buena parte de ellos prefirió ingresar en prisión a cambio de visibilizar una reivindicación -acabar con la mili- que se extendió como una mancha de aceite al albor de la Transición.
“Can Serra fue capital”, rememora Pepe Beúnza, uno de los jóvenes que firmó el manifiesto y el primer objetor de conciencia por motivos políticos del país. Beúnza ya había pasado entonces por varias cárceles por negarse a hacer la mili, pero su reivindicación no tenía suficiente impacto. “Hasta ese momento solo habíamos hecho acciones individuales y el manifiesto lo cambió todo: convirtió nuestra reivindicación en algo colectivo e imparable”.
Más allá de los motivos pacifistas y antimilitaristas para oponerse a la mili, la experiencia suponía, para muchos, un momento traumático de la juventud. Abusos, vejaciones y accidentes eran la rutina en unos cuarteles a los que llegaban veinteañeros despavoridos desde todos los rincones del país.
El servicio militar no solo suponía una mala experiencia: cada año morían y quedaban mutilados cientos de reclutas en accidentes. Los heridos se contaban por miles y los suicidios eran habituales hasta el punto de convertirse en la principal causa de muerte. Según una encuesta de 1985, el 20% de los que iban a la mili interrumpía sus estudios, el 15% perdía el empleo y el 13% la pareja.
“Otra de las cosas que logramos cambiar fue esa convicción que había en nuestra sociedad de que uno no se convertía en un hombre hasta que pasaba por la mili”, añade Martí Olivella, otro de los objetores de Can Serra.
Esta es la historia sobre cómo un mensaje navideño removió las conciencias de los jóvenes de todo un país y proyectó una lucha, la de la desobediencia civil, de la que han bebido todo tipo de movilizaciones posteriores: desde el activismo antiglobalización pasando por el 15-M e incluso por el independentismo catalán en octubre de 2017.
Los años de preparación
Hay un tipo francés que se llama André y que a día de hoy no es consciente de la influencia que ha tenido en la objeción de conciencia en España. André vivía en una comuna ecologista en Francia y viajó a Valencia para aprender a cultivar arroz a mediados de los 60. Allí, en un bar de la calle de la Nau, conoció a un grupo de barbudos universitarios que solían charlar de política. Entre los que escuchaban estaba Pepe Beúnza, un joven estudiante de Ingeniería Agrónoma.
“Es increíble porque a día de hoy él no sabe que fue el primero en hablarnos de la objeción de conciencia por motivos políticos”, recuerda Beúnza. En esa época, los únicos que se oponían a la mili eran los testigos de Jehová, que ingresaban en la cárcel porque se negaban a hacer el servicio militar por motivos religiosos.
André les habló de una comunidad en Francia llamada El Arca, fundada por el filósofo y discípulo de Gandhi Lanza del Vasto. Eran objetores de conciencia, ecologistas y pacifistas. Hacían yoga y cultivaban sus propios alimentos. “Nos dejó a todos impresionados”, afirma Beúnza. El verano siguiente, 1967, se planta allí con un amigo y le cuentan que en el Pirineo hay otro grupo de hippies objetores que hacen un servicio de desarrollo rural como alternativa al servicio militar. “Me pareció formidable y ahí empezó todo”.
Durante los siguientes cuatro años, Beúnza se convertirá en el primer objetor de conciencia de España por motivos políticos. Antes de negarse a hacer la mili viaja y busca apoyos internacionales. Aprende a hacer yoga y a tocar la flauta asumiendo que pasará años entre rejas. En enero del 71 se niega a vestir el uniforme y entra en prisión. Meses después se le condena a 15 meses de cárcel en un consejo de guerra. Una marcha a pie desde Ginebra hasta Valencia le da eco internacional a su caso, pero en ese momento hay pocos jóvenes españoles dispuestos a pasar por prisión.
Hasta 1975 Beúnza entrará y saldrá de la prisión en varias ocasiones. Le indultan en noviembre del 71 y vuelve a negarse a hacer el servicio militar. En diciembre de ese año se va al barrio de Orriols, en Valencia, y pone en marcha un servicio civil como alternativa a la mili. Es detenido y regresa a la cárcel. Le mandan a un batallón disciplinario en el Sáhara. En marzo del 74 vuelve a ser libre después de tres años y dos meses en los que ha pasado por dos calabozos, diez cárceles y el mencionado batallón. En ese momento aún tiene pendiente hacer la mili.
Beúnza se pasa el año siguiente dando charlas por todo el país explicando su caso. Cada vez hay más gente dispuesta a seguir su camino. En abril de 1975 se forma el primer grupo de objetores de conciencia con el apoyo del activista Gonzalo Arias. Ese verano se retiran durante tres días al monasterio de Montserrat, acogidos por los monjes benedictinos, y acaban de diseñar su plan. En ese momento son cinco pero vendrán muchos más.
El barrio de Can Serra
Uno de los del grupo, Martí Olivella, vive desde hace dos años en una comunidad parroquial en el barrio de Can Serra, en L’Hospitalet de Llobregat. Allí han contribuido a crear la asociación de vecinos y la “casa de la reconciliación”, un local parroquial en el que se hacen actividades de todo tipo para los habitantes del barrio.
“Can Serra tenía un movimiento vecinal muy fuerte coordinado con la comunidad parroquial”, recuerda Beúnza sobre ese distrito en pleno proceso de reconversión, con cada vez más viviendas, menos campos de cultivo y todavía sin apenas equipamientos. “Hubo una parte progresista de la iglesia, especialmente en Catalunya, cuyo papel fue muy importante para la objeción de conciencia”, añade Olivella.
Los objetores se van a vivir juntos a un piso de ese barrio. Duermen en el suelo con una colchoneta y un saco de dormir. Algunos trabajan para mantener a los demás, otros se dedican a preparar la acción y buscan vías para financiarse y todos colaboran en el servicio civil que han puesto en marcha en el barrio.
Enseñan a leer a los abuelos (en ese momento en España había siete millones de analfabetos), montan unas colonias de verano para los niños que vagan por las calles del barrio, hacen talleres de artesanía, arreglan un local del barrio, ponen en marcha una guardería para los hijos de las mujeres trabajadoras…
A pesar de que en can Serra les acogen bien, tanto Beúnza como Olivella reconocen que buena parte de los vecinos los veían como bichos raros, en un momento en el que buena parte de la oposición de izquierdas todavía veneraba la lucha armada de ejércitos como el cubano o los revolucionarios sudamericanos. “Teníamos la incomprensión de la derecha y de la izquierda”, rememora Olivella. “De alguna manera nos sentíamos muy solos”.
Paralelamente van preparando la campaña de comunicación. Pensando en el momento en el que les llevarán a la cárcel, graban un pequeño documental junto a una cooperativa de cine del barrio y preparan un librillo de casi treinta páginas en el que explican su caso y los perfiles de cada uno. Cuando ya llevan unos meses en el barrio habilitan un segundo piso en el que irá a vivir un segundo grupo de objetores que tomarán el relevo cuando encarcelen al primer equipo.
“Esos meses fueron intensísimos”, apunta Beúnza, “la cohesión era muy potente, éramos un grupo que se preparaba para el sacrificio porque todos sabíamos que acabaríamos entre rejas”. Olivella recuerda con nostalgia esos meses en los que un grupo de desconocidos que solo tenían el pacifismo como denominador común se fueron a vivir juntos a un piso del extrarradio barcelonés. “Es cierto lo que dice Pepe, fue muy intenso”.
La noche de Navidad de 1975
Días antes de esa noche, Beúnza y Olivella recorren la ciudad en moto repartiendo por distintas iglesias el pequeño librillo que han publicado gracias a los conocimientos de Olivella, que trabaja en una imprenta. El librillo está cuidadosamente editado y describe el proyecto, explica qué es la objeción de conciencia, resume los motivos para oponerse al servicio militar e incluye una pequeña biografía de cada uno de los objetores. El manifiesto se titula ‘Un camino hacia la paz’.
Hace apenas un mes que ha muerto Franco y el contexto internacional también es favorable: la guerra fría, la resaca del mayo del 68, el movimiento contra la guerra del Vietnam… El mundo está cambiando, España todavía más y los objetores lo saben. “Nos juntamos el grupo adecuado en el momento adecuado”, resume Olivella.
El grupo de objetores pasa esa noche en la misa del Gallo en Can Serra, donde se lee el manifiesto. El texto será leído en distintas parroquias catalanas que tienen a curas progresistas. Los objetores no saben si les detendrán esa misma noche, aunque acabarán volviendo a su piso sin problemas. Pasará más de un mes hasta que los agentes irrumpirán de madrugada en su domicilio y les llevarán a la cárcel.
“No teníamos miedo porque llevábamos mucho tiempo preparando el momento”, señala Beúnza. “El miedo lo tienes cuando te escondes de algo, pero nosotros buscábamos que nos detuvieran para que la reivindicación tuviese más impacto”, añade Olivella, que formaba parte del grupo de relevo y no firmó el primer manifiesto.
Los objetores de Can Serra son detenidos e ingresan en la cárcel después del manifiesto, pero el objetivo está cumplido. Después de esa noche navideña surgen proyectos de servicios civiles alternativos a la mili en Málaga, Vic, Madrid, Bilbao… La ley de amnistía de la Transición permitirá a los objetores de Can Serra salir de la cárcel, pero el servicio militar seguirá existiendo y cada vez habrá más objetores.
El proceso continuará durante décadas. Primero serán los objetores hasta que en 1988 se aprueba una prestación social sustitutoria a la mili. La alternativa, sin embargo, dura el doble que el servicio militar. Empezará entonces el movimiento de los insumisos que llevará consigo una explosión cultural -publicaciones, grupos de música- especialmente fuerte en Catalunya y el País Vasco. A principios de los 90 se calcula que dos tercios de los internos de la cárcel de Pamplona eran jóvenes insumisos.
En 2001 finalmente se elimina el servicio militar obligatorio. “Ni en los pensamientos más optimistas cuando entré por primera vez en prisión llegué a pensar que en 30 años acabaríamos con la mili”, explica Beúnza sobre el momento en que recibió la noticia. Se calcula que desde que los objetores de Can Serra publicaron su manifiesto hasta que se eliminó la mili hubo un millón de objetores, más de 50.000 insumisos y un millar de jóvenes que pasaron por la cárcel.
Si usted se ha librado de la mili, debería estarle agradecido a estos jóvenes que una noche de Navidad de hace 45 años iniciaron un camino sin retorno.