El veterano activista Josep Maria Domingo, presidente del Centro Social de Sants, respira tranquilo. Las últimas semanas, nos explica, los medios de comunicación le han agobiado hasta el punto de tener que rechazar varias propuestas de entrevista. Y es que pocas semanas habían sido tan intensas en Sants, su barrio de toda la vida, después del derribo de Can Vies por parte del Ayuntamiento de Barcelona, una acción que tacha de “error terrible”. Para él, este centro okupado era un símbolo de libertad para el barrio y cumplía una función vacante: “TMB tenía el espacio desaprovechado y estos jóvenes cubrieron la necesidad de construir un espacio autogestionado para jóvenes”.
El papel que ha jugado esta asociación de vecinos ha sido clave para serenar el ambiente y marcar el ritmo de la recuperación de la normalidad. Ante la distancia insalvable entre los perfiles políticos del activismo de raíz asambleario y los dirigentes del consistorio, la capacidad de mediación del tejido vecinal histórico de este barrio ha sido un aporte digno de mencionar. Sobre todo, en un momento en que el modelo de ciudad está cuestionado y donde el tejido asociativo y vecinal más histórico no está actuando de manera homogénea en todos los barrios de Barcelona. “Nosotros hacemos política para no tener que depender de la política, en cambio, algunas asociaciones de vecinos –nos pide que no hagamos públicos los ejemplos que pone– están politizadas o se dejan politizar por el gobierno”, reflexiona.
Para el sociólogo, Ivan Miró, no se puede hacer “un retrato homogéneo” del tejido asociativo de Barcelona, aunque “cuando hay confluencia entre el tejido asociativo tradicional y las formas emergentes de participación encontramos la verdadera fuerza”, y pone el ejemplo de la recuperación de la Rambla del Poblenou. En cambio, si nos desplazamos de Sants hasta el barrio Poble-sec, en el mismo distrito de Sants-Montjuïc, vemos cómo el debate sobre la reforma de la avenida del Paralelo, impulsada por el Ayuntamiento de Barcelona de la mano de la Fundación El Molino (FEM), nos encontramos con una radiografía diferente. Mientras colectivos como la Assemblea de Barri Poble-sec, el Ateneu Cooperatiu La Base o la asociación de arquitectos y urbanistas Raons Públiques –y otras entidades–, han impulsado una plataforma vecinal opositora –Aturem el Pla Paral·lel–, otras organizaciones de raíz más tradicional, como la Unión de Vecinos o la Coordinadora de Entidades, están teniendo dudas sobre cuál es su lugar en el debate.
En este punto, pedimos opinión a otra activista, Itziar González, la ex concejala de Ciutat Vella, que tuvo que dejar la política tras constatar, en su propia piel, las limitaciones de la democracia cuando se pellizca el poder económico. Para ella, “desgraciadamente”, la administración “se ha creído que las asociaciones de vecinos sólo están para hacer fiestas mayores y gestionar subvenciones”. Según González, hay que entender que la función de crítica de los colectivos asamblearios emergentes y los ateneos es exactamente la misma que hicieron las asociaciones de vecinos de los años 60“. Ahora bien, insiste en que algunas de esas asociaciones de vecinos perdieron independencia después del diseño del sistema de participación formal que impulsó el Ayuntamiento democrático de Barcelona. ”El poder, de alguna manera, las desactivó a base de generar dinámicas clientelares“, concluye.
El #EfecteCanVies, según Domingo
Después de dos semanas de calma tensa, Domingo hace balance de cómo está el panorama entre el colectivo de Can Vies y el Ayuntamiento. “Se trataba de bajar el soufflé, y entre todos lo hemos conseguido. Can Vies está rehaciendo lo que la administración conscientemente –y, ”inconscientemente“, añade– ha destrozado”. Según el activista, los cuatro puntos que fijó el Centro Social para desatascar el conflicto, junto con la FAVB, se han cumplido. “Se detuvo el derribo, se permitió la entrada de la gente de Can Vies, se ha hecho una comisión mixta para evaluar los daños y, finalmente, se acabaron los disturbios y se retiró el cordón policial”. Y concluye, “a efectos prácticos, Sants está recuperando Can Vies”.
Aún así, Domingo nos detalla la “mala gestión y la falta de previsión”, que, según él, tuvo el consistorio, al que advirtieron del riesgo de desorden público si se tocaba el espacio. “Can Vies no quería dejar el edificio hasta que se les garantizara un período de no desalojo, mientras que el Ayuntamiento decía que primero tenían que salir. Nos sorprendió mucho que mientras este debate seguía abierto se procediera al desalojo y posterior derribo”, explica. Por más que lo piensa, no entiende en base a qué criterios el Ayuntamiento envió la grúa a derribar el edificio y, menos aún cuando se le pregunta el motivo por el cual, pasados unos días, el equipo municipal permitió de nuevo la entrada. “Es una contradicción absurda, el Ayuntamiento sabe que se equivocó y no sabe cómo arreglarlo”, subraya.
El tono de Josep María Domingo cambia cuando ponemos encima de la mesa el tema de los disturbios ocurridos en el barrio las tres noches posteriores al derribo. Antes de decirnos qué piensa, nos advierte: “muchos periodistas me han intentado sacar la condena de la boca, y no lo han conseguido”. El activista insiste en que el Centro Social de Sants “lamenta” todo tipo de violencia, pero pone a la misma altura la quema de contenedores y el hecho de enviar una grúa a derruir un edificio como Can Vies. “Igual de lamentables son las imágenes de la furgoneta ardiendo de TV3, como la de las agresiones policiales a La Directa”, reflexiona, y señala la gran manifestación pacífica en apoyo a Can Vies. “Sólo cuando terminó salieron los de siempre a hacer bulla”.
En cuanto al futuro de Can Vies, el activista se muestra optimista. Y eso que, en la última comparecencia de los responsables municipales sobre este tema, se dejó claro que el edificio debería derribarse al cabo de 24 o 30 meses porque la zona está directamente afectada por la tercera fase de las obras de la cobertura de las vías de Sants, un proyecto aprobado en 2006 y que figura en el Plan General Metropolitano (PGM). “El concejal Jordi Martí y el alcalde Trias no han dicho la verdad absoluta. Una parte del edificio no es zona verde, sino zona edificable. Y, si quieren hacerlo todo zona verde, se debe modificar el PGM. Y esto no es cosa de un día”, recuerda.
El modelo de ciudad dual
La Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona (FAVB) denuncia en su último número de La veu del carrer que, cada vez son más los barrios que dicen “basta”. Y ponen el acento de su crítica en el distanciamiento de los que mandan con los problemas de la ciudadanía. Citamos textualmente: “Buena parte de los que mandan no viven los barrios. Y les cuesta tanto relacionarse con los movimientos sociales como reconocer que su cultura es otra; no es de la calle, es de despacho. Y desde allí priorizan los intereses de los lobbys y del poder económico, los ejes comerciales del lujo y del turismo. Es en contra de este modelo de ciudad que Barcelona se rebela”.
En la misma línea se manifiesta el presidente del Centro Social de Sants, que vincula el conflicto de Can Vies con el tipo de ciudad que se proyecta desde el gobierno municipal. Aunque su crítica abarca la gestión de gobierno que socialistas –con el apoyo de ERC e ICV-EUiA– hicieron de la ciudad durante 30 años. “No nos gusta que la mejora de la ciudad pase por el turismo a costa de que unos pocos se enriquezcan y muchos se empobrezcan. La visión alternativa de la ciudad se enmarca en la desobediencia civil, dentro del Ayuntamiento nunca ha sido una alternativa real. Desde los Juegos Olímpicos, tenemos una Barcelona de escaparate”, critica.
En paralelo, investigadores y sociólogos advierten que vivimos en una ciudad de dos velocidades, lo que en sociología urbana se conoce como la ciudad dual. El sociólogo, Ivan Miró, nos dibuja dos Barcelonas: “hay una Barcelona, la oficial, que promueve un modelo de desarrollo a favor de la apropiación privada del capital, y otra que se empobrece a causa de una falta de redistribución de la riqueza”. En este contexto, el liderazgo de la crítica social y urbana y el modelo de participación ciudadana, están en juego. Nuevas formas de activismo piden su espacio ante un tejido asociativo y vecinal tradicional que, como en el caso de Sants, ha encontrado su lugar a caballo de la mediación sin abandonar el espíritu crítico. La Barcelona de los barrios y la marca Barcelona se disputan, hoy más que nunca, el timón de la ciudad del futuro.