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Las personas seguras, las guerras y los desposeídos

Pere Brunet

Centre Delàs d'Estudis per la Pau —

El mundo actual está lleno de guerras. Guerras que obligan a miles de personas a desplazarse y a pedir refugio. Guerras que convierten en peligrosa y a menudo imposible la ayuda humanitaria, que fomentan el comercio de armas y que alimentan la corrupción de muchos gobernantes locales.

Los estados-nación del siglo XIX iban a la guerra para conquistar nuevos territorios o para defender las regiones coloniales que ya habían conquistado. Estaban interesados en extender las fronteras y en captar recursos naturales. Poco a poco, sin embargo, se fueron vendiendo a las empresas y grandes corporaciones, mientras dejaban los valores de la democracia en un cajón. Ha sido un proceso lento, que comenzó hace más de cien años pero que se ha mostrado con toda su evidencia y crudeza a partir de los años 80 con la aparición del neoliberalismo.

Hemos pasado del concepto político de estado como unidad jurídica de los individuos que viven en un territorio y que se dotan de leyes para alcanzar el bien común, a los estados actuales que siguen los dictados de las grandes corporaciones, a menudo internacionales. Se ha producido una inversión en la jerarquía: los estados que gobernaban las empresas y las instituciones se han convertido en estados que ahora trabajan para el beneficio de ellas. Las corporaciones y sus grupos de presión dan constantemente directrices a los gobernantes, abiertamente y sin esconderse. Y, dado que quieren asegurar los suministros en los países del Norte, exigen la protección de los ejércitos y la “neutralización” de cualquier resistencia. El neoliberalismo ha creado las condiciones que hacen que nuestros gobiernos hayan sido cooptados por las corporaciones internacionales, con estrategias militarizadas a corto plazo que quieren beneficios y que no pueden dar respuestas justas a la gente.

El libro del TNI sobre las personas seguras y los desposeídos, editado por Ben Hayes y Nick Buxton, que ahora también puede leerse en edición castellana de Fuhem, explica esta inversión del poder con muchísimos ejemplos y con exquisita claridad. Muestra, por ejemplo, como Kopernicki, vicepresidente de la división naviera de Shell, dio un nuevo impulso a la industria armamentística en 2010, diciendo que había un “agujero enorme en la estrategia de defensa del Reino Unido”, y exigiendo un aumento en el gasto naval para avanzar la adquisición de una nueva generación de barcos de guerra que en ese momento estaban programados para 2020. la intervención de Kopernicki se produjo en un contexto de recortes públicos de austeridad que golpearon a millones de personas, pero el gobierno del Reino Unido le hizo caso. Los barcos de guerra sirvieron para proteger los intereses de la Shell. Tenemos muchísimos más ejemplos relacionados con los intereses estratégicos de los despliegues militares: Níger y sus recursos de uranio por parte de Francia, Irak y Libia, Arabia Saudita por parte española y muchos más. Hayes y Buxton dicen que debemos plantearnos un cambio práctico y discursivo que nos lleve desde un modelo impulsado por las compras corporativas de recursos como la energía y el agua hacia un modelo donde el beneficio deje de ser la preocupación clave. Es un cambio que, en el contexto actual de cambio climático, es cada vez más urgente. En el capítulo sobre seguridad energética, Emma Hughes lo dice bien claro: “Los problemas actuales se verán exacerbados como consecuencia de la creciente financiación de las infraestructuras energéticas, ya que los comerciantes y los especuladores miran hacia los oleoductos, las plataformas petrolíferas, los pozos de gas y las turbinas eólicas como fuente de beneficios... El concepto de 'seguridad energética' se utiliza para dar prioridad a los intereses empresariales, nacionales y militares por encima de la cooperación internacional y de las necesidades de las personas”. Es la terrible constatación de que nuestros gobernantes han olvidado las personas y sus necesidades, y que han abandonado la defensa del común y de los derechos humanos. Rosa Montero, citando un estudio de los profesores Vitali, Glattfelden y Battiston que analizaba un total de 43 mil empresas multinacionales, explica que observaron que el 80% de ellas estaban controladas por sólo 737 personas. Como parece que el mundo lo controlan menos de ochocientos individuos, Rosa Montero se pregunta por qué los políticos no se ponen de nuestra parte, de parte del 99,999% de los ciudadanos, para intentar controlar a los potentados.

El mundo se está dividiendo cada vez más entre los “seguros”, en el Norte, y los desposeídos, en el Sur, con una grieta que se irá ampliando si no hacemos nada. Como que hay que fortificar islas de prosperidad en medio de océanos de miseria y como que hay que asegurar los beneficios de las grandes corporaciones (extractivas, comerciales y financieras), la seguridad debe mantenerse por la fuerza. Es la seguridad del castillo de los poderosos, la “seguridad nacional” que requiere una “adaptación militarizada”. Las guerras son necesarias para continuar expoliando los que casi no tienen nada, para mantener nuestro nivel de vida y para impedir que nos vengan a molestar. Y no sólo eso. Hay demasiada gente en el mundo que pueden amenazar nuestro status, y por tanto hay que expulsar de sus hábitats una fracción de la humanidad que está de más y que es prescindible. Hay hombres y mujeres que son descartables, como dice el Papa Francisco.

La política se ha privatizado, se ha rendido a las grandes corporaciones y al complejo militar-industrial, y está abandonando sus objetivos democráticos. El gran reto actual es devolverla a las personas. Emilio Lledó se pregunta: “¿Quién privatiza los políticos? ¿Quién nos devolverá, en el futuro, la vida pública, los bienes públicos, que nos están robando?”. Y, en otro artículo: “La creación del terrorismo, como peligro universal, es una de las fuentes más lucrativas para mantener encendido el fuego de la guerra. Una guerra que no cesará mientras, como decía el poeta, 'haya alguien que saca provecho’ ”.

Las guerras actuales son guerras que matan civiles mientras hacen ricos a unos pocos que quieren aprovecharse incluso del cambio climático para hacer más beneficios. Guerras que expolian los desposeídos para incrementar el nivel de vida de los más ricos y seguros. Marina Garcés dice que “Las guerras actuales son las guerras de los terroristas, los narcos, pero también de los financieros, los fondos buitre, de las grandes corporaciones y de las industrias extractivas”. Quienes son los que trabajan para ganar y sacar dinero del calentamiento global? ¿Quién se beneficia del expolio y de las guerras? ¿Quién las financia?

El mundo actual está lleno de guerras. Guerras que obligan a miles de personas a desplazarse y a pedir refugio. Guerras que convierten en peligrosa y a menudo imposible la ayuda humanitaria, que fomentan el comercio de armas y que alimentan la corrupción de muchos gobernantes locales.

Los estados-nación del siglo XIX iban a la guerra para conquistar nuevos territorios o para defender las regiones coloniales que ya habían conquistado. Estaban interesados en extender las fronteras y en captar recursos naturales. Poco a poco, sin embargo, se fueron vendiendo a las empresas y grandes corporaciones, mientras dejaban los valores de la democracia en un cajón. Ha sido un proceso lento, que comenzó hace más de cien años pero que se ha mostrado con toda su evidencia y crudeza a partir de los años 80 con la aparición del neoliberalismo.