Lograr el espacio neutral ha formado parte de la lucha de los civiles en situación de guerra a lo largo del siglo XX, espacios en los que pudieran sentirse protegidos físicamente de los estragos de los conflictos armados. La guerra y sus agentes se veían limitados por la geografía y las limitaciones físicas que se generaban en torno al conflicto, estas barreras han sido derribadas en el transcurso del pasado siglo en su mayor parte por el uso de nuevas tecnologías, complicando la recién nacida búsqueda del espacio neutral y mostrando su flexibilidad para adaptarse a nuevos entornos geopolíticos y sociales como si de un organismo vivo se tratara.
Los ejecutores de la guerra, incentivados por las nuevas preocupaciones militares, han dejado las cuestiones territoriales y fronterizas de lado para centrarse en los espacios globales de guerra y cómo se van a definir y militarizar esos espacios. Para lo cual Palestina se convierte en territorio de experimentación.
Lo que para nosotros es territorio palestino, para Israel es un espacio únicamente por el poder que reivindica sobre él, es terreno de juego, espacio utilitario y de experimentación. El patio trasero de una guerra que dura ya décadas.
Esta noción de espacio para Israel es aplicada en el interior de las zonas palestinas mediante la teoría de geometría inversa, concepto acuñado por una serie de generales de las Fuerzas Armadas Israelíes que ha influido en otros ejércitos como el británico o el de los Marines de EEUU.
Los soldados evitan utilizar avenidas y jardines, espacios que ordenan y dirigen la estructura y el movimiento de las ciudades, al contrario, se mueven en sus entrañas, allí donde habitan los civiles. Sobrepasan los límites físicos, echan muros abajo y atraviesan cocinas, excavan a través del espacio interno de la ciudad último refugio de los civiles, que ven así su espacio negado y transmutado. Se niega la necesaria búsqueda del ansiado espacio neutral.
Esta violación del espacio civil como técnica de guerra para los ejércitos, ha sido analizada por la OTAN en su informe “Urban Operations in the Year 2020” (aquí un análisis accesible sobre el informe), en el que se estudia la militarización de los espacios urbanos desvirtuándolos de su existencia original.
La presencia de los ejércitos es una realidad cada vez más común para tratar problemáticas de seguridad ante la aparición de resistencias, manifestaciones o emergencias humanitarias, como lleva tiempo ocurriendo en África, y es ya tendencia creciente en países de Europa, como fue el caso italiano durante la crisis de las basuras de Nápoles en 2008, para el cual Berlusconi aprobó el despliegue de 3000 soldados en diversas ciudades italianas.
Encontrarnos con la progresiva militarización de nuestras calles nos coloca en un espacio completamente ajeno al que conocemos, en una situación de conflicto en la que lo civil y lo militar se difuminan peligrosamente. Se nos deja sin refugio aparente en un estado de guerra sin declarar, pero haciendo frente a sus agentes desplegados a plena potencia.
Nuestra lucha en el siglo XXI ya no es sólo reivindicar nuestros espacios de neutralidad en contexto de guerra, sino desmilitarizar las calles y desmantelar sus campos de experimentación para incentivar el diálogo social y construir nuevos camino hacia la seguridad.
Lograr el espacio neutral ha formado parte de la lucha de los civiles en situación de guerra a lo largo del siglo XX, espacios en los que pudieran sentirse protegidos físicamente de los estragos de los conflictos armados. La guerra y sus agentes se veían limitados por la geografía y las limitaciones físicas que se generaban en torno al conflicto, estas barreras han sido derribadas en el transcurso del pasado siglo en su mayor parte por el uso de nuevas tecnologías, complicando la recién nacida búsqueda del espacio neutral y mostrando su flexibilidad para adaptarse a nuevos entornos geopolíticos y sociales como si de un organismo vivo se tratara.
Los ejecutores de la guerra, incentivados por las nuevas preocupaciones militares, han dejado las cuestiones territoriales y fronterizas de lado para centrarse en los espacios globales de guerra y cómo se van a definir y militarizar esos espacios. Para lo cual Palestina se convierte en territorio de experimentación.