Del 10 al 19 de febrero se celebró el Festival Internacional de Cine y Derechos Humanos en Valencia, en el que el Centre Delàs fue invitado a participar en un coloquio sobre el documental peruano When two worlds collide (Cuando dos mundos chocan) de la directora peruana-alemana Heidi Brandenburg y Mathew Orzel, que cuenta los hechos devastadores del conflicto en la ciudad de Bagua (o “Baguazo”, como comúnmente se le conoce), y que podemos calificar como el peor conflicto social de la historia reciente del Perú.
Como peruano, es doloroso recordar los hechos vividos en la Amazonía aquella mañana del 5 de junio del 2009, que dejaron como saldo 33 personas fallecidas (23 policías y 10 civiles), un agente desaparecido (el mayor de la Policía Nacional del Perú Felipe Bazán), y la impunidad de los responsables políticos. La herida continúa abierta a 4 meses de cumplirse 8 años del lamentable hecho. Encuentro pertinente reflexionar sobre dos escenarios de violencia cultural que hay alrededor de este conflicto. Vamos con el primero.
Por el año 2007 el entonces presidente Alan García escribió un artículo titulado “El Síndrome del Perro del Hortelano”. En él dejaba plasmado su pensamiento neoliberal y el modelo de desarrollo que quería para Perú: “Así pues, hay muchos recursos sin uso que no son transables, que no reciben inversión y que no generan trabajo. Y todo ello por el tabú de ideologías superadas, por ociosidad, por indolencia o por la ley del perro del hortelano que reza: ”Si no lo hago yo que no lo haga nadie“. No es de extrañar que con el concepto ”perro del hortelano“ hiciera referencia a todas esas comunidades indígenas opuestas a un modelo de desarrollo salvaje como el que proponía García. Las medidas tomadas por el expresidente en la Amazonía, bajo esta doctrina de pensamiento, enarbolaron una lucha que empezó siendo pacífica en defensa de un desarrollo generoso con la tierra y respetuoso con el derecho a la propiedad comunal, el derecho a la identidad cultural y a la consulta.
La receta para curar este síndrome del que hablaba Alan García consistía, en líneas generales, en la necesidad de imponer la propiedad privada y segura para la Amazonía, la tierra, el mar y la minería; y con eso generar inversiones y mayores puestos de trabajo: “Debe dejarse a los mercados y a la competencia de los privados la fijación de condiciones y dejar de lado todo tabú o prejuicios ideológicos”. Este tipo de discursos, sostenidos por un presidente, en vez de aunar a su población, la confronta. Y despierta todo tipo de violencias estructurales y directas en un mundo que vive para la tecnociencia y que mira al medio ambiente no como un valor que puede ser usado para preservar la subsistencia del planeta, sino como un valor de cambio para generar plusvalías que benefician a las transnacionales. Y es esto mismo lo que empuja a la humanidad hacia la depredación porque, como explica muy bien Jorge Luis Gordillo en el Diccionario de la Guerra, la Paz y el Desarme elaborado por el Centre Delàs, crecer económicamente para una región significa valerse del decrecimiento de las otras regiones a través de una lucha desesperada por la apropiación de los escasos recursos.
La idea del enemigo sería el otro escenario de violencia cultural sobre el que valdría la pena reflexionar. El mismo diccionario del que he hecho mención explica que enemigo es un término militar que hace referencia a la persona, grupo, o estado que es antagónico a uno y que amenaza su existencia e identidad. En este punto, verdaderamente, el pensamiento de García encontró un apoyo considerable en una buena proporción de la sociedad peruana que justificó que se configurasen decretos legislativos que vulneraban los derechos de las comunidades nativas. Y es aquí donde se despierta el adormilado enfrentamiento histórico entre las dos repúblicas peruanas: la república de los blancos y la república de los indios. Un nudo colonial instaurado hace siglos por los conquistadores españoles, pero cuya vigencia es “marca Perú”, porque desde el 28 de julio de 1821 somos un país independiente que, por acción u omisión, ha elegido no deshacer este nudo. Es la falta de un proyecto nacional serio e inclusivo el que nos distancia al momento de elegir el tipo de desarrollo que queremos para el país.
Es por este motivo que aquellos que buscan preservar sus tierras, su agua y sus montañas son considerados por otros como “ciudadanos de segunda categoría”, “salvajes”, “primitivos”, “opuestos a la modernidad”, sembrando en la población indígena el sentimiento de no pertenencia a la república peruana. Precisamente, el documental nos invita a recorrer el proceso a través del cual estas dos formas de pensamiento chocaron en la Amazonía y, lo que comenzó como un movimiento pacífico, acabó convirtiéndose en una matanza que afectó tanto a los nativos como también a los policías.
Recordemos las palabras del cuerpo policial que aparecen en el documental: “Señores, estamos de acuerdo con su protesta, pero lamentablemente no les podemos apoyar”. Recordemos también los gritos de los nativos: “¡Señores policía, la lucha no es con ustedes!”. ¿No podríamos entender a partir de estas palabras que ni los policías estaban en contra de los nativos, ni los nativos en contra de la policía, sino que ambos fueron utilizados como peones políticos?
Los nativos reclamaban su justa dignidad y el respeto a la tierra; los policías buscaban establecer orden ante la toma de carreteras durante más de 50 días que perjudicaba el envío de alimentos y demás mercancías. Ambos grupos fueron víctimas. En primer lugar, víctimas de un sistema económico que nos hace ver como enemigos para favorecer los intereses de unos pocos, y que genera desigualdad, pobreza y guerra. Y, segundo lugar, víctimas de la irresponsabilidad y la incapacidad de un gobierno que prefirió dar una “solución” policial a un problema que era de carácter político.
¿No habría podido hacerse de otra manera? ¿Por qué, como decía Sartre, cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres los que mueren? Lo sucedido en Bagua será recordado como el día del desencuentro. Donde se prefirió ningunear a la diferencia y a los diferentes con las balas y las bombas lacrimógenas para que las muertes la pagaran quienes no estaban en el poder. Aquel 5 de junio del 2009 dos mundos chocaron, ¿no pudimos, entonces, construir un tercer espacio, el espacio dialógico de la conciencia intercultural?
Del 10 al 19 de febrero se celebró el Festival Internacional de Cine y Derechos Humanos en Valencia, en el que el Centre Delàs fue invitado a participar en un coloquio sobre el documental peruano When two worlds collide (Cuando dos mundos chocan) de la directora peruana-alemana Heidi Brandenburg y Mathew Orzel, que cuenta los hechos devastadores del conflicto en la ciudad de Bagua (o “Baguazo”, como comúnmente se le conoce), y que podemos calificar como el peor conflicto social de la historia reciente del Perú.
Como peruano, es doloroso recordar los hechos vividos en la Amazonía aquella mañana del 5 de junio del 2009, que dejaron como saldo 33 personas fallecidas (23 policías y 10 civiles), un agente desaparecido (el mayor de la Policía Nacional del Perú Felipe Bazán), y la impunidad de los responsables políticos. La herida continúa abierta a 4 meses de cumplirse 8 años del lamentable hecho. Encuentro pertinente reflexionar sobre dos escenarios de violencia cultural que hay alrededor de este conflicto. Vamos con el primero.