Si alguna vez habéis estado en París y habéis paseado por los Campos Elíseos, quizá os ha sorprendido encontraros, junto a japoneses y japonesas buscando la boutique de Louis Vuitton, patrullas de soldados uniformados de arriba abajo, con traje de camuflaje y fusil de asalto incluidos. Y probablemente, si habéis viajado en tren o en avión, os los habéis vuelto a encontrar en la estación o el aeropuerto. Contra lo que un turista despistado podría pensar, en realidad Francia no está bajo ninguna ocupación militar extranjera, ni tampoco se prepara para la invasión de una potencia enemiga (al menos a corto plazo). Entonces, ¿por qué el ejército se pasea por el centro de las ciudades francesas? La respuesta tiene un nombre: Vigipirate.
Esta palabra, formada a partir de la contracción de vigilance (vigilancia) y pirate (pirata), designa un dispositivo gubernamental de vigilancia, protección y prevención permanentes contra el terrorismo, e incluye todos los ministerios así como también gobiernos regionales, ayuntamientos y los ciudadanos. Según la web del gobierno francés dedicada a los “riesgos” de la sociedad (www.risques.gouv.fr), el Vigipirate tiene tres objetivos: 1) Asegurar de manera permanente la protección de los ciudadanos, del territorio y de los intereses de Francia contra la amenaza terrorista; 2) Desarrollar y mantener una cultura de la vigilancia del conjunto de actores del país con el objetivo de prevenir cualquier acción terrorista; 3) Permitir una acción rápida y coordinada en caso de amenaza terrorista para reforzar la protección, facilitar la intervención, y asegurar la continuidad de actividades de importancia vital, y limitar los efectos del terrorismo.
Los orígenes de este dispositivo se remontan a los años setenta, cuando se instaura un mecanismo de alerta permanente contra el terrorismo que permite una respuesta rápida y coordinada de los diferentes niveles de la administración. En 1995 se crea el Vigipirate propiamente, el cual armoniza las medidas desarrolladas durante las dos décadas anteriores y se definen las tareas y responsabilidades de los actores. Desde entonces, se ha actualizado en cinco ocasiones (2000, 2002, 2003, 2006 y 2004). Actualmente consta de dos niveles: el nivel de vigilancia permanente, de duración ilimitada y que incluye todo el territorio y todos los sectores de actividad, y el nivel de atentado, temporal y geográficamente definido y que prevé medidas más severas. El primer ministro es responsable de decidir qué nivel es el adecuado en cada momento.
Las medidas establecidas por este dispositivo son diversas. La más evidente es la presencia del ejército patrullando por las calles de las ciudades y algunos edificios públicos, como estaciones de tren y aeropuertos. Sin embargo, también incluye adaptar el mobiliario urbano (las papeleras públicas de París son bolsas de plástico transparentes), la gestión del espacio (prohibición de aparcar delante de determinados edificios), el control estricto del acceso a algunos edificios considerados vulnerables (incluyendo las escuelas), o llevar a cabo controles de identidad más frecuentes. Además, los ciudadanos también son apelados a ejercer la vigilancia permanente, y se les recomienda avisar a los agentes de seguridad si detectan cualquier comportamiento “anormal”.
A pesar de que estas medidas se presenten como de “sentido común” en los documentos oficiales, el Vigipirate es una respuesta política al fenómeno del terrorismo. Por lo tanto, como tal ha sido y es objeto de crítica por la evidente militarización del espacio público y las consecuencias negativas que esto conlleva. En primer lugar, este dispositivo de vigilancia supone un control permanente de los potenciales terroristas, identificados, según el discurso antiterrorista mayoritario, con las comunidades musulmanas. El establecimiento de un continuo “migrante-musulmán-potencial terrorista” define esta nueva quinta columna que representa el terrorismo internacional, presente en ningún lugar y en todas partes al mismo tiempo, y refuerza la exclusión y la desconfianza hacia estos sectores de la sociedad. En segundo lugar, el Vigipirate crea espacios excepcionales donde se mezclan los ámbitos policiales y militares, los tiempos de paz y los de guerra, con el peligro de que se lleven a cabo prácticas “excepcionales” fuera de la legalidad. En tercer lugar, el Vigipirate utiliza el miedo como instrumento de control social, donde la población es al mismo tiempo el medio donde prolifera la amenaza y el cuerpo que se tiene que proteger, y por lo tanto tiene que estar alerta y desarrollar un espíritu de defensa y desconfianza hacia el resto de conciudadanos, ya que el enemigo podría ser tu vecino.
En vista de esto, deberíamos reflexionar sobre si los ciudadanos no tenemos que estar atentos también a la militarización que suponen ciertos dispositivos de seguridad que teóricamente tiene que protegernos.