La salida de Manuel Valls del Ayuntamiento de Barcelona no ha sido una sorpresa para nadie. Él mismo lo había ido avanzando durante los últimos meses, primero cuando aseguró que no optaría a la reelección, en marzo pasado, y después, en mayo, cuando indicó que su etapa de concejal se había acabado, por lo que renunciaría “en breve”. El adiós definitivo ha llegado al inicio de un curso político que él no comenzará, después de dos años de los que él mismo tiene poco que reivindicar más allá de haber “frenado al independentismo” favoreciendo la investidura de Ada Colau. Después de eso, Valls, un alcaldable aupado por las élites barcelonesas y que llegó a verse alcalde, no ha sido capaz de brillar en el consistorio ni de escapar a la irrelevancia municipal.
El exprimer ministro francés ha tratado de mantener a flote su movimiento político, BCN pel Canvi, como un espacio de centro-derecha muy significado contra el independentismo pero capaz de llegar a acuerdos con todos los demás sectores. Sin embargo, ese objetivo tampoco ha estado a su alcance y las salidas y deserciones han sido prácticamente constantes, hasta el punto de que, tras la marcha de Valls, es difícil que su plataforma no acabe extinguiéndose. El hombre que le tomará el relevo, Óscar Benítez, es un completo desconocido en política proveniente de Lliures, una de las muchas corrientes salidas de la explosión de CiU y ni siquiera una de las más exitosas.
El viaje de Valls en Barcelona se inició durante la larga resaca de los hechos de octubre de 2017, cuando el movimiento contrario a la independencia se encontraba en el punto de máxima movilización. Eso provocó el encuentro entre dos mundos: las entidades como Societat Civil Catalana, que ya habían invitado al político a algunas manifestaciones junto a figuras como Mario Vargas Llosa o Josep Borrell, y una parte de las élites barcelonesas que veían con preocupación como la alcaldía de su ciudad se disputaba entre Colau y el independentismo. El nexo de unión fue Ciudadanos, un partido que acababa de ganar las elecciones catalanas y al que todas las encuestas le sonreían en el Congreso.
Ruptura con Cs y fragmentación interna
Manuel Valls apareció en octubre de 2018 en Barcelona y pronunció las palabras mágicas: “Quiero ser alcalde de Barcelona”. Era una figura de peso incontestable (nada menos que un primer ministro francés) y llamado a representar el punto de unión entre muchas tendencias dispersas en el mapa político catalán, desde el catalanismo moderado desencantado con el PSC a las corrientes puramente conservadoras pero que veían al PP lastrado por la corrupción. Y, como no, también a todas las familias de la burguesía catalana que, si bien un día habían confiado en Jordi Pujol, tras la DUI salían corriendo de cualquier cosa que pudiera sonar a nacionalismo catalán.
La marca “BCN pel Canvi” debía ser capaz de reunir todo eso, pero pronto quedó claro que ni siquiera estaba garantizada su cohesión interna. De la lista de seis concejales que entraron en una candidatura construida a medias con Cs, Valls y otros dos apostaron por investir a Colau, mientras que los otros tres se mantuvieron fieles a la consigna de Albert Rivera y optaron por un “no”. El grupo se rompió, por lo que el exprimer ministro francés tuvo que comenzar su andadura municipal solo junto a Eva Parera, una concejal que acabó engrosando la lista del PP a las autonómicas mientras mantenía el acta del Ayuntamiento. El pasado mayo por fin fue el secretario de organización, Fernando Carrera, quien fichó por el PSC y ahora forma parte del Gobierno municipal.
Durante los últimos dos años, Valls se ha ido quedando sin partido y sin círculo de confianza, más allá de algunos apoyos externos que este mismo martes exhibía en su adiós. Los apoyos mediáticos y económicos que, en su día algunos, círculos empresariales le brindaron fueron desapareciendo según su figura se apagaba en la política local. De hecho, Valls ha hecho poco por hacerse un hueco propio en el consistorio de Barcelona. En los primeros seis meses, el político acudió únicamente dos veces a las comisiones. También al inicio de la pandemia fue polémica su marcha a Menorca para pasar el confinamiento en una imponente finca de recreo propiedad de su esposa, Susana Gallardo.
Con apoyos menguantes y críticas cada vez más frecuentes en Barcelona, el exprimer ministro volvió en la primavera pasada a Francia con la vista puesta en las presidenciales del próximo año. Además publicó un libro, 'Pas une goutte de sang français' ['Ni una gota de sangre francesa'], con el que proclamaba su compromiso personal y político con el país galo. Un primer paso para una vuelta a la primera línea pública en Francia que, por el momento, no se ha traducido en ningún fichaje por ningún partido.
Apoyo a los presupuestos de Colau
Más allá de la investidura, sus amagos con dejar el Ayuntamiento y sus polémicas, Valls deja poca obra política en la ciudad de sus antepasados. Quizás su propuesta más exitosa fue la creación de la Mesa reAct, de proyectos tractores de la economía y el empleo para la reactivación de la ciudad. BCN pel Canvi fue también un aliado del Gobierno municipal para sacar adelante el fondo COVID. Ha sido en las cuestiones económicas donde el centrista ha acabado alineándose más con el teniente del alcadía del PSC, Jaume Collboni, que también se ha destacado en la defensa de iniciativas como el Museo Hermitage, que no salió adelante o, más recientemente, de la ampliación del aeropuerto de El Prat.
Valls también ha tratado de sacar partido a guerras de tipo cultural, como la retirada de la medalla de la ciudad al expresidente del Parlament Heribert Barrera por sus afirmaciones racistas de hace dos décadas. Con esta iniciativa, BCN pel Canvi consiguió meter el pie en el debate sobre el cambio de nombre de calles y plazas que abandera el Ejecutivo municipal, y provocar de nuevo un choque entre independentistas y Comuns.
Por su parte, Colau y su partido han tratado de alejarse lo máximo posible de Valls, tratando de borrar el peaje de haber usado sus votos para mantener el Gobierno barcelonés. Los Comuns han priorizado durante toda la legislatura los acuerdos con ERC e incluso con Junts, una alianza que ha sido fructífera en temas como los presupuestos o el inicio de las obras del tranvía de la Diagonal. El propio Valls ha optado por frustrar la foto cada vez que Colau y Collboni han pactado con Ernest Maragall, como ocurrió en los últimos presupuestos, cuando el exprimer ministro francés optó por votar favorablemente pese a que no había negociado ni una sola partida.
El hombre que un día soñó con la alcaldía de Barcelona se ha despedido este martes reivindicando de nuevo su primera y única gran gesta: haber bloqueado la existencia de un edil abiertamente independentista en Barcelona. Aquel movimiento, dos años y medio después, ha perdido potencia política por lo que respecta a ERC, que ya han asumido que no volverán a tener una oportunidad de ganar la alcaldía hasta 2023. Sin embargo, aquella inesperada maniobra aún tiene efectos colaterales en Barcelona en Comú y, concretamente, en la trayectoria de la alcaldesa. Después de una investidura que necesitaba reunir a una mayoría del pleno, la alcaldesa, aunque quisiera, no podría dejar la alcaldía a medio mandato sin someter a su sucesor a repetir la amarga experiencia de recibir los votos de la formación. Una situación que, deseada o no, atornilla a Colau a la silla que preside del pleno al menos dos años más.