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Sin agua por la noche en el pueblo que pierde la mitad en fugas: “Mientras sobraba, todo valía”

Elisabeth Carbonell, vecina de Cabrera d'Anoia, junto a una tubería de agua instalada para solventar una fuga. Kike Rincón.

Pau Rodríguez

Cabrera d'Anoia (Barcelona) —
30 de enero de 2024 22:08 h

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Hasta hace pocos días, la madre de Asun Sansa, de 95 años, tenía que lavarse por la noche con el agua fría de una garrafa. “No es aceptable para una mujer de su edad”, se lamenta su hija, que vive con ella. En su pueblo, Cabrera d'Anoia, que se ha convertido en uno de los puntos negros de las restricciones por la sequía en Catalunya, los grifos solo abren de día. 

Pero su falta de agua no se debe solamente a que sus pozos se han secado. O a que no están conectados a la red de los principales embalses. También tiene que ver con las fugas de sus tuberías. A día de hoy, este pueblo, pese a estar sujeto a cortes de suministro desde mayo, sigue echando a perder la mitad del agua por filtraciones de se detectan en una canalización deteriorada que lleva años pendiente de sustitución.

“En el pueblo ha sido una constante ver ríos de agua por la calle, todo el día, sin que a nadie le preocupara”, relata Asun. Al lado de su casa, explica, aparece un charco de agua cada cierto tiempo debido a un escape que ya todos los vecinos tienen identificado. “En los últimos 20 años habré llamado unas 30 veces para que venga la operadora a arreglarlo”, asegura esta mujer. 

A pocas horas de que que la Generalitat declare la emergencia por la sequía, debido a una escasez récord de lluvias, las medidas de ahorro de agua son una de las principales prioridades de todas las administraciones. Pero también el estado de las infraestructuras juega un papel decisivo. Se estima que en Catalunya se pierde una cuarta parte del agua debido a filtraciones, con casos graves como los 180.000 litros diarios desperdiciados en Badalona.

Del 80% al 46% de desperdicio

Cabrera d'Anoia es el otro gran ejemplo de la sangría que suponen las fugas en época de escasez. Lo cuenta sin tapujos el alcalde, Juan Manuel Díaz (Junts). Hace dos años, antes de sufrir las primeras restricciones, detectaron gracias a un estudio que el municipio solo aprovechaba el 20% del agua. El resto se perdía por el camino. Actualmente, tras numerosas actuaciones y pequeñas obras, el aprovechamiento es todavía del 46%. “Mientras sobraba el agua, todo valía”, reconoce el edil. 

Pero ahora el agua escasea. Al secarse el único de los cinco pozos del que captaban agua, perteneciente al acuífero Carme Capellades, en mayo se vieron obligados a cubrir el suministro con camiones cisterna. Por entonces tenían solo cinco horas de agua al día. Eran meses en los que los ayuntamientos todavía no habían desplegado planes de supervisión de los consumos. “El primer día todo el mundo se puso a llenar piscinas y regar jardines y el agua se agotó en menos de una hora”, recuerda Elisabeth Carbonell, de la plataforma Cabrera per l’Aigua, en pie de guerra por la dejadez del consistorio.

Cabrera tiene una densidad de población que no favorece las conexiones de suministros básicos. Con 1.600 habitantes sobre el papel, ha casi triplicado su población en los últimos 20 años. La mayoría de sus hogares son chalés y casas adosadas diseminadas por urbanizaciones de calles interminables. Algunas no tienen alcantarillado. Y, por si fuera poco, el municipio está conformado por tres núcleos urbanos, separados entre si por varios kilómetros, pero conectados a una misma red de agua. 

“¿Ves esos hierbajos tan frondosos y esas flores que crecen en el arcén? Eso es una fuga”, señala Carbonell mientras conduce su 4x4 por las calles del pueblo, llenas parches en el asfalto (fruto de antiguas obras de reparación) y de tuberías negras a la vista que con las que se salvan los tramos con escapes.

Para esta vecina y activista, la emergencia hídrica del pueblo acabará no solo cuando llueva, sino cuando se sustituya la red de abastecimiento, que se instaló en los 80 y está hecha de fibrocemento. “Como somos solo unos pocos habitantes y encima no hacemos suficiente ruido, pues todas las administraciones se nos quitan de encima”, denuncia Carbonell. 

Un cuarto del presupuesto local en camiones cisterna

La Agencia Catalana de l’Aigua (ACA) se limita a afirmar que se trata de un problema del suministro de agua en baja, el que va desde los depósitos a los usuarios, y que es competencia del municipio. Desde la operadora y encargada del mantenimiento, Aigües de Barcelona (la que gestiona el ciclo del agua en la capital catalana), declinan hacer valoraciones. Y desde el consistorio aseguran que la obra está aprobada y tiene un coste que asciende a los 698.000 euros, pero que está pendiente del plan de trabajo por exposición al amianto. 

El Ayuntamiento, con las cuentas intervenidas desde hace años por el mal estado de las finanzas, ya ha tenido que hacer frente al coste de los camiones cisterna que abastecieron el pueblo de mayo a septiembre (cuando se puso en marcha un nuevo pozo del que beben ahora). El montante ascendió a 478.000 euros, una cuarta parte de los 1,8 millones de presupuesto anual del consistorio. 

Pero los gastos de la sequía no acaban ahí. La intención del municipio es conectarse a la red de abastecimiento del sistema Ter-Llobregat, el que transfiere agua de los pantanos del Interior de Catalunya a Barcelona, pero para ello habrá que desembolsar otros 1,8 millones. A lo que habría que añadir, por último, las obras de renovación de la canalización para poner fin a las filtraciones. 

“Somos un pueblo pequeño con un presupuesto modesto y no podemos afrontar solos estas obras”, advierte el alcalde Díaz. Para ganar fuerza, en los últimos meses ha sumado a su ejecutivo municipal el PSC (el partido que se ha alternado en el gobierno local históricamente junto a ERC). Desde que les golpeó la sequía, han recibido de la Generalitat unos 150.000 euros para cubrir costes de las cubas y 363.000 para renovar una parte de las tuberías. De la Diputación de Barcelona, por su parte, han ingresado 250.000 euros para pagar los camiones.

Mientras tanto, los vecinos tienen pocas esperanzas de que la situación se normalice en los próximos meses. Prueba de ello es que muchos se han comprado depósitos de agua que se llenan durante el día –cuando hay suministro– y la pueden bombear por la noche si es necesario. Asun Sansa es una de las que se han dejado más de 1.000 euros para instalar uno de estos tanques de 600 litros. “De mi bolsillo”, aclara.

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