“¿Ves lo que me haces hacer?”. Alejandro Palomas, el conocido y premiado escritor barcelonés, recordará esta frase hasta el día en que se muera. Está seguro de ello, dice. Han pasado más de 40 años desde que la escuchó en repetidas ocasiones de quien asegura que fue su abusador, un fraile de la escuela La Salle de Premià de Mar, en Barcelona. El novelista tenía apenas 9 años por aquel entonces y aquello le marcó para siempre, pero pese a haber dejado pistas en sus libros y en algunas entrevistas, nunca había dado el paso de contarlo públicamente. Hasta hoy.
Los abusos que denuncia Palomas, y que relata con todo detalle, incluyen numerosos tocamientos, intentos de masturbación e incluso una violación durante unos campamentos de verano. Todo entre los años 1975 y 1977 por parte del Hermano L., afirma, un fraile y profesor de esa escuela religiosa y para chicos que era La Salle de Premià de Mar.
Transcurridos tantos años, Palomas explica que ha decidido relatar el infierno que vivió en aquel colegio por varias razones. En primer lugar, porque su madre ya falleció. “Ella se sentía incómoda por no haber hecho lo que creía que debía”, explica el escritor. También porque leyó recientemente en El País que la institución de La Salle se negaba a abrir una investigación general por abusos a menores en los centros, y aquello le indignó. Y, por último, porque simplemente quería explicar “la verdad”. “Yo no estaba mintiendo, pero sí ocultando algo al mundo que puede hacer que algo cambie. No quiero morirme sucio, con esto dentro”, se sincera ahora.
Premio Nadal en 2018 por el libro Un amor, Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 2016, Palomas ha publicado más de una veintena de novelas y tiene miles de lectores. En una de sus obras, Un hijo, el protagonista, el joven Guille, cuenta que quiere ser Mary Poppins. “Muchas veces me han preguntado por qué”, comenta Palomas. La respuesta, añade, se remonta a la noche de colonias en la que asegura que el hermano L. le agredió sexualmente. “Yo pensaba: si pudiera llegar a la ventana y tirarme, pero no matarme. ¿Cómo lo hago? Tengo que saber cómo se hace para ser Mary Poppins”, recuerda el escritor.
Yo no he estado mintiendo, pero sí ocultando algo al mundo que puede hacer que algo cambie. No quiero morirme sucio, con esto dentro
Ante el señalamiento público de los abusos, el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle) ha respondido con un comunicado en el que asegura que han activado “inmediatamente” un protocolo para recabar más información sobre el caso y trasladarlo a la Fiscalía. Este medio ha pedido además hablar directamente con el Hermano L., que tiene hoy 91 años y vive en una residencia de la institución, pero la entidad religiosa lo ha rechazado alegando que está “incapacitado”.
Primero, los tocamientos en el coche
Palomas recaló en la escuela de Premià a los seis años, después de que su familia se mudase de Barcelona a la localidad vecina de Vilassar de Mar. Era un niño tímido, hipersensible, afeminado. Cuenta Palomas que sufrió acoso escolar desde el día que entró hasta el que salió. Pero aquello no fue lo peor. Lo peor, señala, fue que en 4º de EGB el Hermano L., profesor de Lengua, responsable de deportes del centro y figura “muy querible” y “muy querida” por todos, le escogió como su blanco, denuncia. Ese hombre era además amigo de su padre, que estaba implicado en la asociación de padres.
Al ser cercano a la familia, relata Palomas, era aquel hermano quien solía llevarle a casa en coche, de Premià a Vilassar, cuando él se ponía enfermo en clase. Algo que le pasaba a menudo, afirma. Fue en esos trayectos entre las dos localidades cuando comenzaron los primeros abusos, explica. “Yo me estiraba en el asiento de atrás, porque solía tener mucha fiebre. Mientras él conducía me iba tocando y metiendo mano con una mano. Lo hacía un rato y, cuando no lo hacía, se masturbaba él a través del bolsillo. Él hacía ver que te hacía cosquillas, pero te metía mano, te tocaba los testículos, intentaba meterte el dedo en el culo…”, cuenta Palomas. “Intercalaba los tocamientos con la masturbación”, resume.
Mientras él conducía me iba tocando y metiendo mano con una mano. Lo hacía un rato y, cuando no lo hacía, se masturbaba él a través del bolsillo
Aquello ocurrió varias veces, manifiesta Palomas hoy, pero no sabe precisar cuántas. Sí recuerda que en una ocasión fue a más. “Él paró el coche en una riera. Se bajó y se sentó conmigo en la parte de atrás. Estando yo estirado, me puso la cabeza en sus rodillas”, describe. “Me bajó los pantalones, los calzoncillos y me quedé sin nada. Entonces intentó masturbarme a la vez que él se masturbaba debajo de mi cabeza”, prosigue. “Esa vez terminó, se corrió y se puso de mal humor. '¡Ves lo que me has hecho hacer!', me dijo. Se cabreó, me metió en el coche y me llevó a casa”.
El infierno en los campamentos
Aquello duró hasta que acabó el curso, explica Palomas, pero fue en verano, durante unos campamentos que se celebraban en alguna casa de campo de La Salle, donde el hoy escritor dice que sufrió el episodio más brutal de todos los abusos sufridos. Uno de esos días de colonias lo terminó Palomas en la enfermería porque le habían golpeado con una piedra en el ojo y se le habían clavado los cristales de las gafas. “¿Y quién se encargaba de la enfermería? El Hermano L.”, recuerda.
Ese hombre, cuenta, le hizo quedarse por la noche en la enfermería, supuestamente para que estuviese en observación. “Lo que hizo fue atarme con una correa las manos y me dijo que era para que no me tocase el ojo, porque me podía hacer daño”, explica. Palomas se quedó tumbado mirando a la ventana, esa ventana por la que hubiese querido salir volando, como Mary Poppins, tal como escribiría años después.
“Él apareció tres veces esa noche”, enumera Palomas. En las dos primeras explica que le “manoseó” e intentó “meter el dedo en el ano”. “Pero no lo consiguió, porque yo me movía en la cama”. “La tercera vez me introdujo el pene. Me penetró, creo que no hasta el fondo porque dolía mucho. Y no lo hizo en seco, venía con algo que estaba viscoso, no sé si jabón… No tengo pruebas, pero creo que se corrió, porque me limpió mucho”, describe.
Me introdujo el pene. Me penetró, creo que no hasta el fondo porque dolía mucho. Y no lo hizo en seco, venía con algo que estaba viscoso
Aquello le provocó sangrados, asegura. Al cabo de un día coincidía con que recibían en el campamento las visitas de los padres y él pidió irse.
De las permanencias a la confesión
Al año siguiente, en 5º de EGB, Palomas cuenta que los abusos continuaron, pero de otra forma. Durante unos meses, señala, ocurrieron en las llamadas “permanencias”. Unas horas no lectivas después de comer que él pasaba en el despacho del Hermano L., bajo el pretexto de perfeccionar la escritura. Ese año, además, el fraile era su tutor. “Hacíamos muchas redacciones y a él le encantaba cómo yo escribía. Después de comer, que teníamos un recreo largo, él me venía a buscar y me llevaba a arriba”, relata.
“No hubo ninguna violación, pero me tocaba todo el rato. Me llevaba la mano a su pene, me metía la mano en el culo, me hacía cosquillas… Sobre todo en ese momento quería que yo le tocase”, explica. Y añade: “Cuando se corría me decía: '¿Ves lo que me haces hacer?' Yo me moriré con esta frase. Se enfadaba conmigo, se ponía de mal humor y me decía que volviese al patio”, explica el novelista.
Aquello duró unos meses. “Hasta un día, antes de Navidad, en que me escapé”. Recuerda Palomas que se marchó del colegio al mediodía y cogió el tren solo para volver a casa. Fue entonces cuando se lo contó a su madre. “Ella estaba planchando y tenía la radio puesta. Me dijo '¿cómo estás?' y yo me puse a llorar y a llorar. Todo lo que no había llorado. No podía parar”, narra. Palomas hace memoria y detalla: “Le dije que el Hermano L. me hacía cosas y que me hacía daño”. Su madre, añade, le tranquilizó y le propuso ir a merendar y comentarlo junto a su padre cuando él llegase a casa. Los detalles de esa conversación posterior asegura que no los conserva.
Un tiempo después, su madre le explicaría a Palomas que su padre había trasladado lo sucedido al colegio. “Allí le habían dicho que no volvería a ocurrir, que el colegio se había encargado de poner fin a la situación pero que pedían discreción porque era una cuestión interna”, explica. Sin embargo, el Hermano L. no fue apartado. Siguió siendo su tutor ese año y siguió desempeñando la docencia durante años.
A mi padre le dijeron [en la escuela] que no volvería a ocurrir, que ponían fin a la situación pero que pedían discreción porque era una cuestión interna
Ante la negativa de la institución a facilitar el contacto con el hermano, este medio ha pedido recabar la versión de otros profesionales del centro de la época, para saber si alguien tenía constancia de los abusos trasladados por la familia, pero un portavoz de La Salle responde que por ahora están recabando la información.
“Somos muy conscientes de que los hechos que se han atribuido a personas vinculadas con nuestra Institución son deleznables y causan un profundo dolor a todos aquellos que los han sufrido. Por lo tanto, respetando la presunción de inocencia tal y como nos obliga la ley, solo nos queda expresar nuestra máxima repulsa y aflicción por lo ocurrido y pedir perdón por el sufrimiento padecido”, añaden.
Una vida condicionada por los abusos
Desde que se lo contó a sus padres, el escritor cuenta que el fraile pasó a tener una actitud de rechazo y hasta de castigo hacia él. “Me convirtió en alguien inexistente y me hacía pasar por malas situaciones frente a los demás”, cuenta. En cuanto a los tocamientos, los volvió a padecer solamente en una ocasión, una vez que coincidió con él a solas, ese mismo curso, en los vestuarios de gimnasia. “Otra vez las cosquillas, me arrinconó… Pero tuve la suerte de que terminó la hora y llegaron unos mayores. Y entonces paró”, explica el novelista.
Palomas cursó toda la EGB en la Salle de Premià, hasta los 14 años aproximadamente, y luego pasó por varios institutos. Durante años, nunca habló de lo ocurrido. Tampoco en casa. “Esto lo silenciamos hasta que tuve más de 20 años. No hablábamos de mi época en La Salle”, reconoce. Entre otras cosas, está convencido de que su padre, que a los 65 años se divorciaría de su madre y que falleció también recientemente, se avergonzaba de ello. “Para él creo que fue una mancha dentro de su estatus, de las asociaciones de padres… Sentí que no lo hablábamos porque le había manchado el currículum”, explica.
Con su madre sí que lo compartió nuevamente. Ya de mayor. “Ella me decía que tendría que haber ido ella” a denunciarlo a la escuela, explica.
Los abusos y las agresiones sexuales que denuncia haber recibido por parte del Hermano L. le condicionaron su crecimiento como persona adulta, sus relaciones sociales y sentimentales y su escritura. Sus obras, especialmente su trilogía más conocida –Un perro, Un hijo y Un amor–, suelen desarrollarse en torno a los conflictos de familia: los silencios, las esperas, la desconfianza, las inseguridades. Nunca había escondido Palomas que en todas esas historias se plasmaba parte de su personalidad. Pero lo que no había contado nunca era el origen de ese carácter.
“Yo me veo como alguien solo. Soy impar y siempre lo seré. No me fío de nadie, ni de mi mejor amigo. No puedo… Vivo en una campana de cristal. Cuando voy a abrazar a un amigo, toco cristal. Después toco al amigo, pero primero, cristal. No sé explicarlo de otra forma”, concluye.
Yo me veo como alguien solo. Soy impar y siempre lo seré. No me fío de nadie, ni de mi mejor amigo. No puedo… Vivo en una campana de cristal
Hace diez años, se planteó hacer esta misma declaración pública, pero dio marcha atrás. “Me daba miedo que terminase con mi carrera de escritor, convertirme en ese que está sucio”, reconoce. Pasó así más tiempo hasta que dio con la noticia de los abusos en otros colegios de la misma institución. “Me dije: ya está. Me da igual. Basta. No puedo seguir viendo estas noticias y pasarlas. No puedo más”.