Alejandro Palomas habla de la vida tras los abusos: “El sexo se convierte en un infierno”
Cuando has sufrido una infancia de abusos sexuales y violencia, lo máximo a lo que aspiras no es a la felicidad, sino al alivio, dice Alejandro Palomas. Este es el estadio al que ha logrado llegar el afamado novelista, después de que a principios de 2022 denunciase públicamente que fue violado en un colegio de La Salle, en la provincia de Barcelona. Romper el silencio sirvió para que aparecieran muchas otras víctimas del Hermano Jesús Linares, como investigó elDiario.es, y le dio pie a Palomas a sacar hacia fuera sus pensamientos y vivencias sobre el después de los abusos: la falta absoluta de confianza en el otro, el sexo sin placer, la relación con la familia, con la literatura, con los animales…
De todo ello habla en el libro Esto no se dice (Destino), y también de un recuerdo que permanecía enterrado y que se le desbloqueó por aquel entonces. Su padre, que siempre lo había “despreciado” por ser un niño amanerado, también cometió con él lo que hoy se considerarían abusos sexuales. Durante unos días en los que su madre, que era chilena, estaba de viaje, el hombre se manoseó y se llegó a masturbar frente a él, aunque sin mediar palabra, como si el niño no estuviese ahí. Unas escenas que a Palomas solo le dejan interrogantes sin respuesta.
“Mi padre es una nube de preguntas. Nunca permitió un acercamiento, no sabía comunicarse”, explica. La publicación del libro coincide además con la muerte del hermano Linares, lo que cierra la vía judicial que se podría haber abierto contra él. La noticia la recibió el escritor cuando estaba a punto de empezar una charla en Santa Coloma de Gramenet. “Fui al baño y vomité. Lo necesitaba”, describe días después.
Su libro ahonda en cómo es la madurez de quien fue abusado en la infancia, pero antes de hablar de ello, usted en su infancia sufrió más violencia que la que le ejerció Linares. Por un lado, el acoso escolar y las palizas de sus compañeros de clase.
Sí, eso fue después de los abusos, con lo que era todavía más perverso. Después de vivir una violación, crees que estás a salvo, pero entonces llegan estos episodios, más largos en el tiempo y para los que no estás preparado. Entonces aprendes que existe la relatividad, lo aprendes a través el sufrimiento. No creo que ellos supieran de mis abusos, pero yo entonces creía que sí. Vivía en silencio y rodeado de fantasmas y monstruos. Yo pensaba que sí sabían que había sido un juguete de ese hombre.
¿Le acosaban por ser homosexual?
Sí, era sobre todo eso. Era mi amaneramiento, que era un niño delicado, que no me dedicaba al futbol sino a la lectura. Tenía altas capacidades, era un empollón… Y eso me ayudaba poco.
El otro gran trauma de su infancia es la relación con su padre. Desvela que se masturbó frente a usted estando solos en casa. Esto es también un abuso sexual.
Lo es, lo es. Lo tenía totalmente bloqueado y me ha salido a raíz de todo esto. Salió una noche mientras rodaba un documental sobre mí. Es curioso porque recibí algunas críticas que me reprochaban que solamente daba la cara por los niños abusados en la Iglesia, que dejaba de lado la violencia intrafamiliar. Pero también he sido víctima de esta violencia, aunque me marcó mucho más la otra.
Lo percibía [los abusos del padre] como una prolongación de lo que había vivido con Linares. Estaba tan confundido que yo pensaba que algo estaba mal en mí, que yo lo provocaba
¿Cómo era la relación con su padre?
Me trataba muy mal. Era un modelo de hijo que él no había deseado y me lo hacía saber. Era un hombre muy castigador, creo que porque su padre lo había sido con él. No sabía expresar el amor con nadie y en mí veía las cosas que no le gustaban de él, sus inseguridades, y descargaba en mí su furia. Les pregunto a mis hermanas cómo recuerdan mi relación con mi padre y me dicen que me detestaba.
Durante una semana, su padre se desnudó delante de usted, mientras leía el periódico en el salón, y se tocó los genitales y se llegó a masturbar. ¿Qué le pasó por la cabeza a usted durante aquellas escenas?
Lo percibía como una prolongación de lo que había vivido con Linares. No sabía qué hacer, cómo interpretarlo. Piensa que él hizo esto después de que yo le contara lo de Linares. No sé si era un castigo… Estaba tan confundido que yo pensaba que algo estaba mal en mí, que yo lo provocaba. Y sabía que no podía decirle esto a mi madre porque la mataba. Llegué a pensar que lo que tenía que hacer para ganarme a mi padre era lo mismo que lo que le hacía al hermano de la Salle. Pero de todas formas, tampoco recuerdo eso como lo peor que me hizo, sino una pieza más en el telar de los abusos.
¿Qué fue lo peor?
Las muestras constantes de que no me quería.
¿Cómo supera la adolescencia y entra en la adultez alguien que ha sufrido estos abusos?
En primer lugar, muy solo. Tienes la sensación que todo lo humano, todo lo que tocas, lo estropeas, con lo que prefieres encapsularte. El abusado aprende muy rápido que no solo es un niño abusado, sino que no puede hablar y tendrá que lidiar con eso solo. Y en mi caso, he vivido con un fino cristal a mi alrededor en todas mis relaciones. No me sé vincular. No tengo esa capacidad. La única forma que me lo permite es la literatura, a través de contar mis experiencias al mundo. Pero en el plano real no puedo, no me fío de nadie, directamente no sé hacerlo.
¿Cree que se habla mucho de los abusos y muy poco de lo que ocurre después?
A mí me daba miedo que lo que pasó en enero [su denuncia pública] se quedase en algo de actualidad, en algo anecdótico. La única forma de que no prescriba es ponerlo negro sobre blanco. Porque no estamos hablando de abusos infantiles como algo que nace y muere en la infancia. En este país hay cientos de miles de niños que siguen sintiéndose abusados, pese a que ahora tienen 40 o 50 años. El mundo tiene que entender que no es algo que sencillamente pasa.
En este país hay cientos de miles de niños que siguen sintiéndose abusados, pese a que ahora tienen 40 o 50 años. El mundo tiene que entender que no es algo que sencillamente 'pasa'
“Hay hombres y mujeres con infancias tan rotas que la medida de la felicidad a la que aspiramos es el alivio”. ¿Lo ha alcanzado?
Sí. Y he sido consciente de que el umbral de mi felicidad es esa. El estar en paz. Poder tener un diálogo conmigo mismo. Eso me ayuda a seguir vivo.
Usted reconoce que a lo largo de su vida ha tenido pensamientos suicidas.
He vivido épocas de mi vida pensando en formas de morir. Pero nunca las he siquiera intentado llevar a cabo, porque siempre he tenido mucha ayuda y me sentido acompañado por mis terapeutas. El problema es que mucha gente que pasa por eso no tiene acceso a esta misma ayuda. Y se quedan por el camino.
Otra huella que le dejan los abusos y que perdura es la que atañe al sexo. ¿Nunca ha podido disfrutar del sexo?
Nunca. Siempre he sido el vigilante en la relación. Cuando partes del aprendizaje sexual que viví yo, el ser el objeto de alguien que te culpa por darle placer, el sexo se convierte en un infierno. Te relacionas con el otro a través del asco. Cuando he tenido parejas, siempre hombres, nunca he estado allí presente durante el sexo. Hay un Alejandro que está y otro que se desdobla y está arriba mirando, pendiente de que no aparezca el monstruo. Nunca he dejado de temerlo.
Esto hace que automáticamente mientas para ser la persona que el otro quiere que yo sea. Para que no lo descubra. Pero cuando no disfrutas de las relaciones acabas no queriendo, y finalmente justificando que la pareja busque fuera lo que no encuentra en ti.
¿Se puede decir que a usted le salvó la literatura?
Es literal. Sin la lectura y la escritura yo no estaría aquí. Ver cómo la literatura me transportaba a un sitio en el que sí podía existir, vincularme con el otro, con personajes no peligrosos, me dio la vida. Y luego llegó el momento de sentir la necesidad de ser yo el creador de esos vínculos.
Sin la lectura y la escritura yo no estaría aquí. Ver cómo la literatura me transportaba a un sitio en el que sí podía existir, vincularme con el otro, con personajes no peligrosos, me dio la vida
Su otro gran salvavidas, explica, sin contar por supuesto a su madre, han sido los animales. Y en especial sus perros.
Son mi otra forma de vincularme. Los perros no hacen juicios previos. Te enseñan que alguien puede mirarte sin juzgarte. Sin expectativas. Sin presión. Me di cuenta de que despertaban en mí la necesidad de expresar cariño físicamente, de acariciar, tocar cuidar… Una relación muy física y no peligrosa. Creo realmente que una de las formas de sanar y tratar a los abusados es con la compañía de un animal.
Tras denunciar sus abusos, se convirtió en una de las caras conocidas del activismo contra los abusos a menores. Se llegó a reunir con el presidente Pedro Sánchez. ¿Qué opinión la merece la respuesta de la Administración a este problema?
Pues pasa lo mismo que me ha pasado a mí en la vida: son incapaces de vincularse. No entienden su dimensión y saben que atajarlo, levantar alfombras y lidiar con ello mueve demasiados hilos. Es un árbol con unas raíces inmensas. Y requiere una inversión, trabajo y voluntad que hoy no existen.
Jesús Linares murió la semana pasada ¿Qué pensó cuando conoció la noticia?
Estaba a punto de entrar en una charla que tenía que dar. Fui al baño y vomité. Lo necesitaba. Y después, por la noche, tuve pesadillas. Pero más allá de eso, hay una parte de mi que tiene una sensación de orfandad. me deja huérfano de lo real. Solo quedo yo con el recuerdo y con mi vivencia.
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