A Ana Tijoux (Lille, Francia, 1977) no le gusta que le digan que ha vuelto. Porque nunca se fue. La rapera francochilena acaba de lanzar su nuevo disco, 'Vida', el primero en una década. Pero estos 10 años ha seguido creando: música, un libro. Incluso ha sido madre. Pero “la superproductividad del mercado” exige una exposición constante. Tijoux ha seguido sus ritmos propios y ha decidido sacar su nueva obra cuando ha querido. Cuando se ha sentido preparada. Y es que 'Vida' va, en realidad, de muerte. De la de diversas personas cercanas. Esas pérdidas han inspirado este trabajo, que, a pesar de partir de una ausencia, asegura que es el “más alegre” que ha compuesto jamás.
¿Cómo le ha tratado esta última década?
Es loco. Siento que 'una década' es un periodo de tiempo bastante gigante, pero a mí estos últimos 10 años me pasaron volando. Quizás es por la edad, que hace que la temporalidad tome otra velocidad. Una propia. También es cierto que durante este tiempo me tocó maternar y tampoco paré. Escribí un libro y me embalé en otras cosas además de la música, y ya tenía ganas. Pero es loco sacar un disco, es como tener un hijo. Hay toda una ovulación creativa, es algo muy de la entraña. Y lo interesante viene ahora, después de nacer, el disco empezará a tomar vida propia, una identidad que será, quizás, distinta a la que yo le di.
¿Cuándo empieza esa gestación creativa?
Hace mucho, porque sentía mucha presión. Hay una que es muy bonita y otra que no lo es tanto. Entiendo que el público aprecie el oficio de uno y espere que vuelva con un nuevo trabajo. Eso es bonito, pero en lo interno hay un montón de procesos como ser madre, la ola que supone criar y maternar, con toda su locura, el trabajo, la pandemia, la revuelta en Chile, la crisis mundial... Ha sido una década muy intensa y, aunque que te pidan que vuelvas es bonito, también es duro. Y un buen día, dije: “Ya, que salga el disco y que sea lo que sea”. Sin tanto enrollarse, sin tanta cabeza.
¿Le ha pasado factura esta presión?
¡Nah!, no en lo personal. Mucha gente me preguntaba qué estaba haciendo, como si por no estar sacando música me hubiera muerto. Igual con las redes sociales: me salí ocho meses y la gente no paraba de preguntarme si estaba bien. Y yo estaba mejor que nunca. Pero eso siempre pasa con el desaparecer, que tiene que ver con la superproductividad del mercado, el tener que estar, que mostrarse permanentemente. Que te vean para existir.
Hablemos del disco. Descríbame 'Vida'.
Creo que es el disco más alegre que he hecho en mi vida.
Sin embargo, trata de la muerte.
Pasaron un montón de cosas durante este tiempo. Se me fue mucha gente muy querida. Fallecieron amados, amades, compas, panas... Por todo tipo de muertes. No sé si es la edad, pero uno va cachando que va para allá. Lo único que tenía claro es que tenía ganas de sentir esa muerte y bailarla. De ahí el nombre del disco. Viene de una conversación muy linda que tuve con un amigo que trabaja con Payasos en Rebeldía en campos de refugiados. Me dijo que la mejor venganza ante la muerte es la vida. Eso me retumbó. Y el disco es una amalgama de conversaciones y reflexiones con panas. Poco más.
Esa mirada de la muerte es poco corriente todavía. Al menos en culturas como la nuestra. ¿Hay culpabilidad en el hecho de celebrar la muerte?
Soy antifascista y anticulpa. Aunque me cuesta, una parte de mi lucha es contra la culpa, que es una cuestión muy cristiana. Cada quién vive su duelo de manera distinta, puedes llorar mucho, pero mientras te acuerdas de muchas cosas de esas personas: de cuando os cagasteis de la risa o de cuando os emborrachasteis y quisisteis cambiar el mundo a las tres de la mañana. Esa es una memoria que te llena de vitalidad y también de la ausencia de esa persona. La muerte es triste, da pena, es terrible, es cierto. Pero además es que no estamos preparados para afrontarla. Somos torpes.
Estamos creando una sociedad muy adolescente, de personas que tienen 50 años, pero que son inmaduras para asumir responsabilidades afectivas
Ha dicho en diversas ocasiones que nos falta educación para afrontar la muerte. ¿En qué tipo de educación piensa?
En una que incida en el respeto a la emoción, en general. Es un tema muy despreciado en la educación tradicional. Se forma a los niños para que tengan una carrera, que se especialicen, pero no se les enseña a lidiar con quiebros amorosos, el rechazo, el ego... Son cosas súper humanas que nos atraviesan a todos, da igual de dónde provengas. Pero estamos creando una sociedad muy adolescente, de personas que tienen 50 años pero que son inmaduras para asumir responsabilidades afectivas.
¿Se siente más preparada para afrontar la muerte ahora, después de toda esta reflexión, que antes de empezar el disco?
¡Ni a palos! Me siento súper torpe.
Siempre ha hecho letras que remitían a luchas colectivas, como el antirracismo, el anticolonialismo o el feminismo. En cambio, este disco es muy personal. ¿Cambia la manera de dirigirse a su público?
No. Yo canto de política y lo personal es político. No haría una diferencia entre lo colectivo y lo personal, entre lo interno y lo externo: todo proceso íntimo implica una reflexión con el otro y un proceso colectivo implica reflexión con uno mismo. La política se lleva hasta la muerte.
¿La maternidad le ha cambiado la perspectiva de la muerte?
De la muerte y del peligro. Siento que ojalá no me pase nada, pero no por mí, sino por mis hijos.
¿Les está educando distinto a como la educaron a usted?
Lo intento, pero me equivoco todo el rato. Siempre procuro preguntarle a mi hijo algo que nunca hicieron conmigo y algo que nunca hice yo con otros vínculos cercanos, que es tomarme un tiempo para preguntarle cómo está. Pero cómo está de verdad. Cómo está el alma. Estamos en una sociedad muy angustiosa y nos hace falta tomarnos tiempo para saber cómo estamos.
Otra de las constantes en su música es el feminismo. ¿Hay perspectiva de género en la muerte?
Es una muy buena pregunta... Y no tengo idea. Tendría que prepararme un poco eso. Es evidente que estamos en una década en la que hay muchos temas sobre la mesa que conversan entre sí. Sin embargo, aunque desconozco las estadísticas, la sensación que me da es que la violencia sigue más fuerte que nunca. Los feminicidios, el acoso a las personas trans, el auge de la extrema derecha... Todo ello hace que la perspectiva de género deba ser aplicada a todos los aspectos de la vida.
Menciona la extrema derecha y usted siempre se ha definido como antifascista. ¿Cómo afronta esta nueva oleada ultra?
Es complejo en lo interno. Es un avance mundial y estamos viendo cosas que jamás pensamos que pasarían. La normalización del odio y la violencia me da miedo y desolación. Pero siento que no nos podemos quedar en la emocionalidad, porque nos estancaremos. Veo un montón de colectivos de pie y que, aunque no se definan como antifascistas, lo son por necesidad. Hay que tejer lazos, levantarse y vencer la retórica del sistema de que el antifascista es alguien violento. Mira las postales de los antifascistas de los años 20: era gente súper bien vestida, del mundo académico y político. ¡Y hoy se nos acusa de terroristas! Es importante instalar el pensamiento crítico en todos los espacios y seguir con la esperanza de que podremos cambiar las cosas.
Uno de los grandes movimientos populares recientes ha sido, precisamente, el levantamiento chileno. ¿Le tocó vivirlo allá?
Andaba entrando y saliendo. Chile es tectónico en todos los aspectos. La falla de San Andrés recorre un país muy joven y hace que se mueva todo el rato y sea muy loco. Pasa del desierto más seco del mundo al Polo Sur patagónico. Tuvo un historial sindicalista único y también una dictadura muy dura que fue ejemplificante para el resto de Latinoamérica. El levantamiento llevaba tiempo cocinándose y muchas cosas daban señales, pero no sabíamos que iba a explotar así. Pero, así como salió, supimos que no iban a tardar en ponerle una mano encima.
Éramos demasiados. Habría sido demasiado que un país tan pequeño fuera capaz de cambiar una constitución instaurada por los Chicago Boys, por Milton Friedman, por el pinochetismo y los marines golpistas. El colonialismo y el imperialismo iba a ser ejemplificador. Luego vino la pandemia y, con ella, una crisis mundial. Y las necesidades del pueblo fueron otras. Traer comida a la mesa, aunque sea muy político también, pasó por encima de todo lo demás. Y, de repente, olvidamos a los presos mapuche que están en huelga de hambre o a las víctimas de trauma ocular en los disturbios que se han suicidado. Ha habido un olvido total, una capa de silencio.
Si me preguntan, no tengo tapujos en hablar de política. A diferencia de otros colegas a los que les va bien y tienen miedo de perder el trabajo
¿Por parte de quién?
Del Estado, sobre todo. Pero también de la sociedad. Me gustaría decir a la gente que lea esta entrevista, da lo mismo a qué se dedique, que es muy importante que en este momento de la humanidad, frente a un genocidio en 4K en Gaza, se posicionen por la vida y denuncien cualquier violación de los derechos humanos. Sin miedo. Yo tengo un oficio que me permite hablar y, si me preguntan, no tengo tapujos en hablar de política. A diferencia de otros colegas a los que les va bien y tienen miedo de perder el trabajo.
¿Cree que falta compromiso político entre los artistas?
Es miedo. El silencio es cómplice. Lo vemos en el genocidio en Palestina: a ver quién ha dicho algo. Hay miedo de posicionarse en el mainstream y en la industria cultural.
Usted también pertenece a esa industria. De hecho, en octubre Billboard la nombró la tercera rapera de habla hispana más influyente de la historia, siendo la primera mujer de esa lista.
Soy muy contradictoria y siempre espero que se me cierren puertas. Pero hay que recordar que el rap es heredero de un movimiento afroamericano muy politizado. Quizás muchos raperos no lo sientan así ahora, pero es así. 2Pac era hijo de tres Black Panther, hubo muchos raperos que se significaron durante las revueltas de Ferguson. Hay todo un legado subcutáneo imposible de borrar.
Es con esa certeza que recibo y abrazo esos premios. Obviamente los agradezco un montón, pero tengo claro que el hip-hop es comunidad y no se trata de ver quién es mejor que el otro. Aun así, me parece interesante ver a quién van a nombrar este año y ojalá sea a una compañera, una mujer latinoamericana que dé caña, una compa gitana...
Usted es latinoamericana, pero también francesa y ahora, después de tantos años en Barcelona, también catalana. ¿Cómo le afecta esta triple nacionalidad y la vida en constante movimiento?
El ser humano es migrante natural. Estoy acá porque venía a probar y me quedé no sé por cuánto tiempo. No sé si va a ser la última estación, pero me hace mucho sentido estar acá. Llevo años observando el hecho migratorio, aunque mi situación sea muy privilegiada en comparación con amigas mías que han llegado sin papeles y les ha tocado la fila de extranjería. Yo tengo pasaporte francés y eso me hace privilegiada, pero no sé si es por mi cara o qué, sigo sintiendo el racismo amable.
¿Cómo es el racismo amable?
Es una manera de hablar. El típico “no soy racista, pero...” o el “¡Vaya! No pensaba que hablaras francés”. Es amable, aceptable, pero racismo. Vivimos en un momento de mucha migración: la mayoría se van por cuestiones de crisis climática, que también es política, escapando del hambre, de las guerras o la violencia. El mundo se mueve a mil por hora y hay una nueva tendencia entre los migrantes de tercera o cuarta generación. Quizás se ve más en Francia o Estados Unidos, pero me parecen muy curiosos esos chicanos que se sienten más latinoamericanos que yo sin hablar palabra de castellano. Es una tendencia alrededor del mundo que constata que somos un mundo mestizo.