“Si en nuestra familia tenemos a una persona mayor, tratemos de que salga lo menos posible. Si nos hemos de organizar para hacer la compra, procurémosle lo que necesita, pero que tenga los mínimos contactos”. Así instaba Ada Colau a arrimar el hombro con los ancianos de la ciudad de Barcelona para protegerles del coronavirus, una enfermedad que tiene mucha mayor incidencia en ellos. En la misma línea, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, recomendaba encarecidamente a las personas mayores que traten de salir lo menos posible a la calle y no acudir a lugares concurridos. ¿Pero quién ayuda a los que viven solos? ¿Y cómo?
Amalia González, vecina de 80 años de la plaza Vicenç Martorell, es una de los cerca de 90.000 jubilados que viven solos en la capital catalana –dos millones en toda España–, una cifra récord debido al envejecimiento progresivo de la población. Como tantas otras personas de su edad, no esconde que está preocupada, aunque hasta el jueves seguía haciendo su rutina diaria de comprar comida en los comercios cercanos, tomar un rato el sol y pasar por su cafetería de cabecera antes de volver a pasar la tarde. “No estoy aislada, pero voy a todos los sitios con el difusor de jabón líquido”, explica.
Adonde sí ha dejado de ir, aunque lo hacía poco, es al centro de día de mayores, porque ha cerrado (como todos en la ciudad). Consciente de que las noticias sobre el coronavirus evolucionan a diario –o cada hora– sabe que puede llegar un escenario de confinamiento, pero no tiene miedo. “Tengo familiares que me llaman para ver si estoy animada y los siento como si estuvieran aquí”, incide sobre el hecho de vivir sola.
Estos días, y siempre a la espera de cómo evolucione la epidemia, Amalia y otras tantas personas mayores que viven solas verán cómo se reducen las visitas presenciales que recibían de entidades sociales, en su caso Avismon. Los voluntarios de esta asociación visitan semanalmente a unas 100 personas para acompañarlas, compartir alegrías y penas. En ciertos casos, van con ellas a los centros de salud para visitas programadas, aunque en este caso las no urgentes ya se están viendo aplazadas, según las autoridades.
“Lo que estamos haciendo a partir de ahora, con nuestros voluntarios, es reducir las visitas presenciales pero aumentar las llamadas, que serán diarias. Sobre todo para aquellas personas solas que puedan estar más asustadas y acongojadas”, detalla la coordinadora de este programa de Avismon, la trabajadora social Ester Pascual. “Por ahora lo viven con serenidad, pero se saben población de riesgo y, si tienen algunos síntomas, no es lo mismo llamar a un familiar directo que no tenerlo”, resume, y por ello insiste en que estarán disponibles, siempre en horario de día.
Desde el Ayuntamiento de Barcelona han asegurado estos días que reforzarán en la medida de lo posible el Servicio de Atención Domiciliaria (SAD) y en especial el acompañamiento a esta población de riesgo que no tiene demasiada red familiar. Esto afectará sobre todo al Servicio Municipal de Teleasistencia, un canal en principio pensado para problemas urgentes de estas personas –y otras dependientes– que funciona las 24 horas del día con un botón conectado a una línea telefónica municipal. Esto en el caso de Barcelona.
“Tendremos un contacto más intensivo con los 100.000 usuarios de la teleasistencia para saber cómo están, si han entendido los protocolos y para ayudarlos en lo pertinente”, expresaba la alcaldesa Ada Colau. Se harán llamadas proactivas, como las que ha puesto en marcha también la Cruz Roja de Catalunya con sus 45.000 usuarios vulnerables, muchos de ellos ancianos. “No están en aislamiento, pero les recordamos los protocolos de higiene y les decimos que han de evitar su acceso a espacios concurridos, con amigos, reuniones y otras actividades que les expongan a mucha gente”, explica la coordinadora de Salud de la entidad, Julia de Miguel. Para aquellos que no tienen ninguna red social, o una discapacidad severa, sus voluntarios les seguirán asistiendo y llevando comida “con precauciones”.
Sin embargo, empiezan a surgir voces de trabajadores sociales que piden a las autoridades instrucciones más precisas sobre qué usuarios priorizar y cómo hacerlo. Así ha ocurrido en Castilla-La Mancha, donde el Colegio Oficial de Trabajo Social de la comunidad ha reclamado a la administración establecer un criterio general para decidir qué atenciones quedan en funcionamiento, y que ellos consideran que deberían ser los casos urgentes sin apoyo familiar que requieran ayuda para levantarse, cambiarse, aseo personal y alimentación.
Vecinos que se organizan
La concejal de Salud de Barcelona, Gemma Tarafa, apelaba además a la conciencia ciudadana para que se organice y solidarice con estas personas al margen de las autoridades. Ponía como ejemplo: “hay una vecina del Eixample que es usuaria de teleasistencia y que tenía miedo de salir a comprar. Pues bien, los vecinos se han organizado y los lunes compran para ella los del 1º 1º, los martes los del 1º 2ª... El Ayuntamiento no desatenderá a nadie, pero es importante generar redes comunitarias”, animaba la concejal.
Una de estas redes, y en este mismo barrio del Eixample, es la que están poniendo en marcha un colectivo de vecinos jóvenes que se han autodenominado 'Colze a colze' (“Codo a codo”, en castellano), y que se ofrecen a asistir tanto a personas mayores como a niños y niñas cuyos progenitores trabajen. “Hemos creado dos grupos que funcionan como bolsas, una de ellas para familias y gente mayor que necesite cualquier cosa, y otra con voluntarios. Lo que haremos será traspasar la información de uno a otro”, explica Oriol, uno de los estudiantes que ha organizado esta iniciativa que, según dice, ya reúne a medio centenar de personas en cada grupo.
El joven explica también que se han puesto en contacto con personal sanitario para que les den directrices para poder asistir a la gente mayor sin ponerlos en riesgo.
Preocupación, pero sin aislamiento
Beatriz Lozano, 92 años, sigue al dedillo el recuento de infectados y muertos. Sabe cuántos casos había a principios de semana en Catalunya y cuántos nuevos este jueves. El televisor de su domicilio en el barrio de l’Eixample, en Barcelona, está siempre encendido. “No me gusta nada lo que está pasando”, comenta con cierta angustia. A pesar de su intranquilidad, el jueves por la mañana todavía no había modificado demasiado su rutina. Solamente ha cancelado su asistencia a una comida de un club gastrónomico para gente mayor que tenía el miércoles siguiente.
Tanto el martes como el miércoles salió a hacer la compra, como cada día, y también pasó por la farmacia para comprar alcohol para limpiar las manos. El último bote que tenía se lo dio a la mujer que le viene a limpiar a casa los lunes para que se lavara las manos. “El metro es un foco de infección y me preocupa un poco más”, señala. “Pero salir a la calle no me da miedo”. Esta anciana asegura estar tranquila, también porque tiene la nevera y el congelador lleno. “Si de golpe nos prohíben salir tengo yogures, patatas, pescado y carne para días”, explica. “Con esto aguanto lo que haga falta”.