El predominio masculino en las empresas de Silicon Valley es más fuerte a medida que se sube en puestos de mando. “Hay poquísimas mujeres vicepresidentas, alrededor de un 2% en puestos directivos”, alerta la catalana Anna Navarro (Olot, 1968), que es una de las pocas ejecutivas que ha conseguido colarse en ese mundo. Navarro es la vicepresidenta de la tecnológica NetApp, que provee a las empresas de software para las nubes de datos informáticos. Su trabajo le ha valido el reconocimiento de la revista 'Analytic Insight' como la mujer más influyente del mundo en la tecnología.
Además de la barrera del género y de llegar a Estados Unidos “con muy poco”, Navarro ha tenido que superar otro obstáculo que puede parecer infranqueable: viajar al corazón –y a la cúspide– de la tecnología desde el mundo de las letras, como licenciada en Filología Alemana e Inglesa que renegaba de los ordenadores y defendía las máquinas de escribir. Dentro de la empresa, lidera el grupo 'Women in Technology'. También cofundó 'Women in Localization', que apoya a las mujeres que abren nuevos mercados y sedes de empresas.
¿Cómo ha cambiado su vida este reconocimiento?
Antes se me conocía en Silicon Valley y ahora en Catalunya también. Mi cara ha salido en todas partes.
¿Cree que esa visibilidad puede ayudar a que haya más mujeres en puestos de poder?
Va de eso, sí. Cuando empecé en la primera empresa tecnológica en Cisco, en el año 95, no se veían mujeres en lo alto. Veía a hombres de la India, a hombres de la China, pero las mujeres eran recepcionistas o gente de márketing. Poco a poco, traduciendo interfaces para la empresa, me dieron un cargo para explorar la entrada en otros países, en un equipo que todo eran hombres menos yo.
¿Existen políticas públicas de igualdad en Estados Unidos?
No. Estos días he estado en un acto de mujeres y tecnología en Barcelona, con la Cámara de Comercio. Allí no tenemos estas cosas. Trump no tenía ni una política de igualdad, si no eres un hombre blanco de 50 años que juega al golf no le interesas. Lo que sí hay son grupos de afiliación dentro de las empresas: grupos de personas de varias orientaciones sexuales, las mujeres o las mujeres asiáticas crean se apoyan y protegen. Eso nos hace avanzar. Dentro de NetApp lidero un equipo de 1.300 mujeres, nos ayudamos y cada día recibo correos o llamadas de mujeres preocupadas o estresadas. Y a veces hay que llamar a un jefe, que también puede ser una mujer, y decirle 'no puedes decir esto'.
¿Qué tipo de correos o mensajes recibe en su consultoría con mujeres?
Cada día escriben mujeres que quieren cambiar de trabajo o pedir más dinero. Llevo 30 años escuchando historias parecidas. Es necesario que seamos más para que la mesa sea más grande. A veces son cosas sutiles, como compañeros que dicen 'ah mira, esta se sabe explicar'. ¿Cómo no se va a saber explicar si tiene tres carreras? Siempre recomiendo a cada persona que hable con su jefe pero a veces tienes que mediar. Luego hay que aclarar que hay mujeres muy severas y hombres que ayudan mucho.
¿Y qué es lo que más le preocupa?
Que cueste tanto encontrar a mujeres vicepresidentas. Son mujeres muy fuertes que corren maratones, hacen escalada, tienen a parejas que las apoyan o están solteras... Pero cuando tienes 20 o 30 años no te planteas llegar tan arriba, yo no me lo planteaba.
¿Y supone mucha presión?
Sí, Silicon Valley es capitalismo puro. Y para las mujeres es más presión y menos puestos directivos. Hay presión para los hombres también, porque arriba hay muy pocos puestos, pero las mujeres nos quedamos embarazadas, cuidamos de los hijos, damos de mamar, te quedas unos meses en casa y puedes perder la posibilidad de un ascenso.
¿Cómo fue tener a su hijo en Silicon Valley?
Pues cuando lo tuve yo ya era jefa y fue muy fuerte porque seis semanas después de que naciera tenía que volver al trabajo y me sentía muy culpable de dejar a alguien de seis semanas en casa. Eso es la presión. Tuvieron que venir mis padres y mis suegros de Europa, pero en un contexto donde todo el mundo viene de fuera cuesta mucho encontrar esa red.
Aún es más complicado para las migrantes pobres.
Sí. Para ellas muchas veces cruzar la frontera ya es llegar a un lugar más seguro y California es un entorno agradable. Se unen mucho, a lo mejor viven tres familias en un apartamento pequeño y lo dan todo por los hijos y los nietos para que puedan tener educación y una vida mejor.
En estos tiempos se habla mucho de la transformación digital. ¿Puede absorber todo el paro que dejan otros trabajos sin ahondar en la precariedad?
Sí, pero hay que saber cómo hacerlo. Las cosas aquí en Catalunya y en España son más tradicionales, más tranquilas. En Silicon Valley hay más ansiedad y obsesión por la innovación y surgen muchas aplicaciones nuevas, cada vez más parecidas, la verdad. Veo a muchos catalanes haciendo aplicaciones, pero habrá que ver si pueden llegar a todo el mundo, porque hay gente que se adapta más despacio a los cambios. Además, el diálogo político de aquí se aleja mucho de responder a las necesidades. Allí la gente está loca con esto, con la innovación.
La gente de letras, como es su caso, ¿puede tener cabida en este mercado?
Cuando haces cosas tan diferentes a la gente le da mucho miedo dar ese paso. Soy una disrupter, no estoy al borde de la innovación, estoy dentro. Con 18 o 19 años me ganaba la vida haciendo traducciones y ahora las hace Google Translate. Los traductores pierden parte del trabajo de esas traducciones, pero tienen que ser ellos quienes entrenen la inteligencia artificial. Estudia cómo entrenar un motor de traducción, diría yo. Pero hay una curva mundial de early-adopters, quienes se adaptan rápidamente la innovación, y es un 1% de la población. Lleva un tiempo para que los cambios lleguen a toda la población.
Hay miedo a la tecnología.
Sí, y mi trabajo es quitarle el miedo a la gente, para captar a buenos trabajadores aunque no lo sepan todo sobre tecnología. Hay que ver cómo cambia el trabajo y hablar con los que están haciendo cosas diferentes. Cuando hice mi tesis doctoral con una máquina de escribir y mi prima se compró un ordenador le dije que nunca en mi vida tocaría un ordenador. Y aquí estoy, que puedo montarlo y desmontarlo y como vicepresidenta en una empresa que se dedica al software de las nubes de datos.
También hace falta formación para romper estas barreras.
Sí, claro. A mí me dicen que soy filóloga pero es como si hubiera estudiado cinco carreras tecnológicas en las empresas. Primero estudié cómo se instala un router en Cisco; en VerySign me explicaron el mundo de la seguridad en internet y en Xerox cómo se instalan las impresoras. Ahora cómo funciona el cloud. Todo esto lo he estudiado dentro de las empresas, que tienen estructuras y departamentos muy fuertes para entrenarte en lo que es necesario. Cuando me vieron cualidades de líder, me enviaron a un campamento de tres semanas de liderazgo. Otras cosas las estudias por tu cuenta sobre la marcha, pero un jefe te puede dar dos días para empaparte de un tema o hacer unos cursos.
¿Y cómo llegó a este mundo?
Un primo de mi madre tenía una empresa de informática y me dijo que fuera a hacer traducciones. Me metieron en una mini-oficina y me dieron un tocho de libro sobre una pieza de software. Cuando lo empecé a leer, eran los años 80, no entendí nada. Ponía algo de una data table y pensaba que hablaban de una mesa. Hoy la gente me pregunta, sobre el cloud, si de verdad todos los datos están en la nube.
¿Van los datos hacia la desaparición física de los dispositivos?
Totalmente. Todo tiende a ir a la nube.
¿Y qué riesgo tenemos de perder nuestros datos cuando están en la nube?
Nosotros damos el software pero luego cada empresa y regulación es diferente. Tenemos un servicio que se encarga de adelantarse a los problemas que puedan surgir, pero gran parte de la responsabilidad de los datos es de las empresas que contratan nuestros servicios. Lo mismo con la privacidad. Tenemos clientes como la Bolsa de Japón o la de Estados Unidos y las principales potencias de gestión de nubes brindan el servicio con nosotros.
¿No hay competencia?
Sí, algo hay. Pero a veces los compramos. Así funcionan las empresas americanas, ven a alguien que está haciendo algo interesante y lo compran.
Usted dice que si yo, como usuario, subo mis datos a la nube de Google por ejemplo, NetApp no es responsable sobre si me espían o me roban esta información.
En teoría no tiene porque ser así. Yo no soy experta en seguridad ni en espionaje pero nosotros ayudamos a instalar unas bases de datos que son de las empresas. Va al cliente. Luego hay una gran parte de la privacidad que es responsabilidad del usuario. Hay que leer bien las instrucciones, estar muy informado, para saber qué opciones de privacidad activas o qué datos compartes.
Pero no todo el mundo puede estar informado.
Es verdad, me sabe mal por la gente mayor, este es un mundo que cambia siempre, además las empresas se compran y muchas veces no todo el mundo lo sabe. Yo preferí no trabajar con Whatsapp por el escándalo de Cambridge Analytica. No me pareció bien. Te metes en Facebook para reencontrarte con gente que no veías y acabas vendiendo tus datos a los rusos y predisponiendo a la gente a un voto u otro con propaganda electoral limitada. Intento trabajar con empresas que sean éticas.
¿Cómo ha sentado el cambio de gobierno de EE. UU. en Silicon Valley?
Nos ha dado muchísima tranquilidad. Hay muy poco apoyo a Trump en Silicon Valley. Aquello era un Trump descarrilado. Coincide que donde hay más innovación es donde menos apoyo a Trump hay.
Después de casi 30 años en EE. UU., ¿cómo ve la inestabilidad política catalana?
Con preocupación. Veo TV3 cada día desde que salió la aplicación hace 15 años y siempre es el mismo follón. No lo entiendo. Estaba en el acto de la Cámara de Comercio, todos eran catalanes, todos blancos, todos hablaban el mismo idioma pero ya veías todas las posturas políticas y parecía que ese era el tema central. Es un país muy pequeño y está muy dividido, eso me pone triste.
En todo este tiempo debe haber visto una gran transformación en Silicon Valley.
Sí, cuando llegué eran 10 edificios y de golpe eran 20 y de repente empezaron a dar visados a empresarios y directivos. Cuando llegué Google no existía y estaba lleno de naranjos, limoneros, cerezos, era precioso. Aún lo es.