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ENTREVISTA

Anna Pacheco se cuela en los hoteles de lujo: “Los turistas ricos pueden ser igual de ruidosos y sucios”

Anna Pacheco, autora del libro 'Estuve aquí y me acordé de nosotros', en la Rambla Catalunya de Barcelona

Pau Rodríguez

16 de marzo de 2024 23:10 h

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Anna Pacheco (Barcelona, 1991) ha sido tramoyista por un día en uno de los mayores teatros del mundo: el de la Barcelona turística. Durante seis meses, la periodista y escritora, especializada en desenmascarar las dobleces del discurso corporativo y la industria de la felicidad, se ha hecho pasar por empleada de tres grandes hoteles de lujo de la ciudad para asistir a eventos de empresa, cenas de Navidad y reuniones de los trabajadores con los directivos.

Con la complicidad de los empleados, ha tratado de comprender la identidad y los conflictos de quienes levantan ese decorado cada día y desentrañar, sin prejuicios, sus aspiraciones y anhelos. Y con la mirada antropológica, el colmillo periodístico y el pulso literario que la caracterizan, Pacheco, también conocida por codirigir el podcast Ciberlocutorio, ha dado cuenta de ello en Estuve aquí y me acordé de nosotros (editorial Anagrama).

Para el libro se ha colado en hoteles de lujo, tanto en las reuniones de empleados como en eventos corporativos, con la complicidad de algunos trabajadores. Antes lo hizo en una feria inmobiliaria, The District, o en fiestas nocturnas de congresistas del Mobile World Congress. ¿Por qué se sirve de este método? 

Porque si me presentara como periodista o escritora habría ciertas barreras que no podría desmontar. Además, para mí es una puerta de entrada lúdica, porque me lo paso bien y siento que llego a otros sitios que de otro modo no podría. Justo pensaba en que el artículo de El niño [publicado en este diario, sobre una particular conversación con un hater menor de edad] también tiene algo de infiltración, en el sentido de que intentaba comprender la mente de ese niño que es un pequeño fascista. Siendo empática y comprensiva para ver hacia donde me puede llevar. 

¿Qué tienen los eventos empresariales y corporativos que le atraen tanto? 

Hace años que llevo pensando en torno al trabajo. Ahora se habla mucho de ello, pero hasta hace poco sentía que se trataba de un ámbito de la vida privada, íntimo. A menudo nos quedamos en la primera frase del a qué te dedicas o qué haces, pero después yo no sé nada de la cultura de tu empresa, de sus mecanismos internos, de las cosas que se dicen en los mails o en el Slack [el aplicativo de mensajería interna]. Por mi parte hay fascinación para observar esos espacios donde pasamos tanto tiempo de nuestra vida. 

La escena inicial del libro es un evento corporativo de un hotel. Una charla motivacional en la que ya observa la distancia que hay entre el relato de los directivos y la realidad de los empleados. 

Es un evento en el que hay una épica, muy habitual en estos casos, pero que es de mentira y muy fácil de desmontar. Ves a un director de Recursos Humanos diciendo que “somos los mejores de Barcelona” frente a una audiencia totalmente cansada a la que le cuesta repetir el lema de su empresa. 

En esos eventos da la sensación que todo el mundo sabe que se trata de una gran farsa. 

Hay un punto de performance, sí. Es que el espacio de trabajo no es solo el sitio donde se trabaja, sino también donde se finge que se trabaja. Por eso está tan devaluado cuando alguien está con mala cara. Se considera que su actitud no es proactiva. Muchas veces es peor demostrar que no quieres hacer algo, mostrarte pasivo y desmotivado, que no hacerlo. Por eso en estos lugares todo el mundo pretende y finge algo. No es que haya una asunción acrítica de esa locura y de esa parafernalia, sino que todos fingen que lo entiende y que están de acuerdo. Pero los trabajadores no son idiotas y en los susurros y rincones ya ves que les parece una fantochada. 

El espacio de trabajo no es solo el sitio donde se trabaja, sino también donde se finge que se trabaja. Por eso está tan devaluado cuando alguien está con mala cara

Para el libro, o en reportajes anteriores, ¿le ha resultado difícil compadrear con directivos de empresas que no son de su entorno? 

Me resulta sorprendentemente fácil, y a veces me preocupa, lo bien que se me da compadrear en esos entornos. Eso lo vi más en el Mobile World Congress o en The District. Creo que tengo un pijo-passing, una  melena de pija que, a la que me pongo una ropa normal o estándar, me hace pasar desapercibida. También me beneficio de ser una mujer joven en entornos tan masculinos. Una chica en un entorno lleno de trajes es bien recibida, aunque por supuesto te traten con paternalismo y condescendencia. 

En su trabajo de campo en los hoteles barceloneses ha entrevistado a decenas de empleados de distintos departamentos, y sus opiniones y visiones sobre su identidad de clase o sus aspiraciones sociales son muy diversas. ¿Le ha sorprendido?

Me interesaba no mostrar una clase trabajadora homogénea y estanca, perfectamente alineada con lo que se considerarían sus intereses. Me interesaba explotar sus contradicciones. Lo dice Richard Sennett en La corrosión del carácter. Ojalá todo el mundo o todos los obreros se reconocieran empáticamente, pero él dice: la vida real no actúa con tanta generosidad. Por eso en las empresas vemos mandos intermedios que actúan como si fuesen los amos, obreros de origen migrante que son racistas con los recién llegados o trabajadores que han interiorizado la cultura del gimbro y de los caminos de la emprendeduría como salvación. En mi caso, creía que si hacía un relato de épica sencillamente obrera, aunque también tenga algo de eso, me perdía cosas interesantes para entender por qué a veces nos resulta difícil movilizarnos en entornos laborales. Y más allá obviamente de las políticas de empresas que alimentan y contribuyen a ello. 

Muchos de los trabajadores de esos hoteles no se consideran de clase baja. Esta aspiración de ser clase media, presente también en su libro Listas, guapas, limpias, ¿por qué cree que está tan extendida?

No es algo exclusivo de este sector y nos explica a todos. La clase media, y esto se ha repetido hasta el aburrimiento, es un sitio cómodo en el que estar. Me gusta como lo dice Daniel Treviño: es la mayor tribu urbana de la historia. Pero a la que preguntas a alguien qué es ser clase media, algunos te dirán que en función de lo que cobres, o según donde trabajes…

Si tienes un piso en propiedad o vives de alquiler.

Según tus consumos, los viajes que haces o los restaurantes donde comes… En esa inconcreción es fácil que todo el mundo, si quiere, pueda adherirse. Eso se ve reflejado en el libro. Aunque es cierto que luego ves que muchas camareras de piso, que son las que tienen las condiciones más precarias, tienen mayor conciencia de clase. Los comités sindicales los ocupan mayoritariamente mujeres y racializadas. 

Estamos hablando de habitaciones que pueden costar hasta 15.000 euros la noche. Me parece interesante la obscenidad de quien puede pagar ese dinero en contraste con el que limpia la habitación

Destaca la diferencia de sindicación en un mismo hotel entre los trabajadores llamados manuales, o no cualificados, y los considerados más creativos. 

Eso sorprende mucho. Yo no compro la clasificación tradicional entre trabajadores manuales e intelectuales. Me parece ineficiente y que no sirve a día de hoy. Yo lo que veía es que los comités sindicales pedían a la gente de las oficinas que bajen literalmente a sus reuniones. En el hotel se ve de forma muy concreta esa separación entre plantas. Y eso a pesar de que las de abajo sienten que los de arriba también tienen problemas y sueldos bajos. 

A la hora de escoger los hoteles en los que desarrollar su trabajo de campo, ¿por qué optó por los de lujo? 

Me parecía interesante por la distancia que experimentaba yo al pasar por delante de ellos. ¿Qué habrá ahí dentro? Estamos hablando de habitaciones que pueden costar hasta 15.000 euros la noche. Me parece interesante la obscenidad de quien puede pagar ese dinero en contraste con el que limpia la habitación. Esa tensión que existe. 

Una tensión que aflora es la de los empleados que no sienten ese espacio como suyo hasta el punto de que si la empresa les regala una noche de hotel, no se sienten cómodos. 

Hay momentos en los que se invierte el ritual y el trabajador pasa a ser huésped por un día. Y es interesante cómo interactúan con ese entorno elitista. Para algunos es el mejor día de su vida y otros se dejan esa noche sin gastar, porque no creen que sea para ellos. También tenía interés por ver sus ganas de expropiar y colectivizar esos espacios. Ahora con la sequía, por ejemplo, que se habla de que si los ricos tienen piscinas deberíamos socializarlas, quería ver qué sentimientos se activan estando en sitios como esos. Si hay odio de clase, resentimiento, si dan ganas de tirarse a la puta piscina… 

¿Y vio ganas de tirarse a la puta piscina?

No [ríe]. No mucha. ¿Qué percepción te ha dado a ti?

Que no mucha. O, al menos, no más que en cualquier otro sector. 

Exacto. Lo que sí hay es esa cierta sensación de frustración y de rabia. Y algunos que sí que te dicen que estaría de puta madre y que durante las conversaciones que he mantenido con ellos se planteaban cómo pensar ese espacio de otra manera. Cómo ocuparlos, qué podrían ser si no fuesen espacios de lujo para turistas. 

Hoteles ocupados por gente sin hogar los hay. En Calella había uno que ya desalojaron. 

Tengo la sensación de que cada vez habrá más resistencia en las ciudades, porque la sensación es de estar en un tablero de juego donde operan agentes extranjeros y en el que somos personajes secundarios. Porque el problema del turismo no es el guiri que te ocupa la acera, es que te suben el alquiler o directamente te quedas sin casa. 

En la feria The District fui a una charla de directivos de hoteles y me pareció muy violenta la forma en la que se vendían los lugares como si fuese una pescadería. “Sudamérica y Centroamérica ya está pasado. The next big thing es África. ¡Zanzíbar!”. Lo decían así, tal cual, frente a una audiencia llena de gente. Veías que entre copas y canapés se disputaban realmente el espacio totalmente ajenos a quien vive allí. 

La imagen tiene reminiscencias coloniales. 

Absolutamente coloniales. Es que la historia del turismo es la historia de la extractivización. Algunos teóricos hablan de que es un nuevo colonialismo, una forma de conquistar espacios más amable, asociada a la industria de la felicidad, y que no se ve de forma tan oscura. Pero al final es vender ciudades, pueblos o países como quien vende pescado. 

En la feria The District fui a una charla de directivos de hoteles y me pareció muy violenta la forma en la que se vendían los lugares como si fuese una pescadería. 'Sudamérica y Centroamérica ya está pasado. The next big thing es África. ¡Zanzíbar!'

Ernest Cañada, académico del colectivo Alba Sud, suele lamentar que la izquierda nunca haya tenido una propuesta valiente para replantear el turismo. ¿Lo comparte?

Cañada lo dice muy bien. Es llamativa la falta de propuestas cuando gobierna la izquierda. Impugnar el turismo casi te lleva al insulto y aparece el mantra de que trae dinero, trabajo… Y todo ello teniendo en cuenta de que hay motivos para dudar de esa afirmación. Lo vemos en las Islas Canarias, que tiene el PIB más bajo. Tenemos suficientes pruebas para dudar de la especialización del turismo promovida en España. Y creo que lo iremos viendo en un escenario de mayor escasez. Habrá que repensarlo. 

Con la emergencia climática emerge el dilema de quién y cómo podrá hacer turismo. Y del papel que han jugado el low cost y la popularización del turismo en los procesos de masificación de algunas ciudades. 

Decir que los ricos que pagan hoteles de lujo son malos puede ser excesivamente complaciente con nosotros mismos. No porque tengamos responsabilidad sobre el modelo, pero sí debe existir una reflexión sobre el turismo de masas, que inevitablemente tenemos que cambiar. Hemos interiorizado que ir tres días a una ciudad a consumirla como su fuese un caramelo es lo mejor que podemos hacer con nuestro tiempo libre. Eso más allá de que es una obscenidad que haya gente que venga a Barcelona con relojes de 9.000 euros y se gaste 15.000 en una noche. Eso no debería existir. 

Durante su incursión entre empleados y directivos de hoteles, ¿cuántas veces ha escuchado el sintagma turismo de calidad y sostenible

Muchísimo. De hecho fue la chispa que prendió el libro. Asistí a una sesión sobre el futuro del turismo en un escenario postcapitalista y no paraba de escucharlo, pero en el fondo quienes lo repetían eran hoteles de cuatro o cinco estrellas. Era básicamente la patronal de lujo. El turismo de calidad es una fantochada. Y aquí se suele decir que los incívicos son los chavales alemanes o británicos, los que la lían en Mallorca, pero los trabajadores de hoteles de lujo te cuentan que los ricos pueden ser igualmente ruidosos y sucios. Cuentan historias de fiestas que no acaban, de habitaciones llenas de caca… El turismo supuestamente incívico es el de los pobres y nunca miramos hacia arriba. 

En esa resistencia a la masificación turística, destacan ya algunas administraciones. Se ve mucho en pueblos pequeños que salen en todas las guías, como sucedió en Siurana, que se negó a estar en la lista de ‘los más bonitos’.

Una noticia reciente muy grotesca es que el Ayuntamiento de Barcelona se planteaba esconder de internet un autobús del Park Güell porque lo llenan los turistas y se lo quitan a los vecinos. Para mí eso dice mucho de la idea de una ciudad como un decorado perfecto para el turismo y donde los trucos de los locales permanecen ocultos. Me pareció una solución muy significativa. Lo dice Luis López Carrasco: la ciudad como un regalo que no es para nosotros. Hay tensiones sobre de quién es el espacio, cómo lo poseemos y cómo lo vivimos. 

Esta noticia encaja con el concepto de 'Humans of Late Tourism', esa cuenta de Twitter que publica imágenes entre cómicas y distópicas fruto del choque entre la turistificación y la vida vecinal. ¿Cuál es su preferida?  

La del autobús hace tiempo que me tiene pensando.

Un usuario de Twitter comentó la noticia diciendo que directamente podían quitar Barcelona de internet y acababan antes.

¡Claro! Otras imágenes que me gustan mucho son las de los turistas en la Fontana di Trevi, en Roma, que ahora pasan la Visa para hacerse la foto. Captura bien la absurdidad del turismo mezclado con el capital. O la atracción turística del edificio Rockefeller para simular la famosa foto del almuerzo de los obreros. Otra más que me impulsó a escribir el libro fue el cementerio de cruceros en una ciudad turca durante el covid.

Muchas iniciativas de turismo social o sostenible han acabado cooptadas por las lógicas del capital.Debemos preguntarnos cómo descansar y pensar un ocio que sea distinto, imaginativo

Después de publicar este ensayo, ¿cree que hay margen para un turismo realmente sostenible?

No tengo la respuesta, pero sé que es la pregunta que debemos hacernos. Porque muchas iniciativas de turismo social o sostenible han acabado cooptadas por las lógicas del capital. Debemos preguntarnos cómo descansar y pensar un ocio que sea distinto, imaginativo. 

En el libro reivindica los domingueros

Esto lo dice Cañada. No me refiero a la idea de ir todos a hacer cola a un mismo sitio a cometer estropicios, pero sí me parece un punto de partida para pensar algo más grande. Durante mucho tiempo a quien no viajaba y se iba al monte con la familia a comer se decía que no veía mundo. Que le faltaba ambición y espíritu. Quizás este sea el punto de partida, pero evidentemente no hace falta que vayamos todos a hacerlo a la Mola.

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