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Las mamás de 45mil desaparecidos y desaparecidas

Hoy 10 de mayo se celebra en México el Día de la Madre y por tercer año consecutivo las mamás de desaparecidos y desaparecidas se manifiestan en la capital del país para demandar al Gobierno de México el cese de la violencia, la búsqueda de sus familiares, la resolución de los casos, estrategias sensatas de búsqueda y de acompañamiento a las víctimas, protocolos efectivos de búsqueda y respeto a su dolor y a la memoria de los suyos. Aunque debería decir “de los nuestros”.

En este tipo de actos en México se repite como consigna: “Los desaparecidos nos faltan a todos”. Y en efecto, si algo hemos aprendido en estos siete años que han pasado desde que el ex presidente Felipe Calderón le declaró públicamente la guerra al narcotráfico -sin las oportunas medidas de protección para la ciudadanía y con unas fuerzas del orden vinculadas, amedrentadas o sin recursos-, es que todos los muertos son nuestros muertos y que, en efecto, los desaparecidos nos faltan a todos. Que la catástrofe que azota al país nos afecta a todas y a todos de una manera íntima y profunda, y que el dolor de miles, cientos de miles, millones de víctimas, ha permeado la sociedad y la ha lastimado. Radicalmente.

Las víctimas se cuentan en millones porque por cada asesinado, desaparecido, secuestrado, mutilado y un tristísimo etcétera, la Universidad Autónoma de Juárez ha calculado que hay 20 personas directamente afectadas. Así que si los asesinatos superan los 200mil (sumando, como siempre deberíamos de hacer, a los migrantes centroamericanos que mueren y desaparecen en su tránsito hacia los Estados Unidos), los secuestros se han triplicado en muchas entidades del país, la extorsión es hoy una práctica habitual y los desaparecidos se cuentan por miles, hagan ustedes mismos los cálculos. El panorama es terrible.

Casos, lamentablemente, sobran. Desde el DF Araceli busca los restos de su hijo Luis Angel, un federal cuyos victimarios le contaron cómo lo habían mutilado y disuelto en ácido junto a seis compañeros y un civil; en Michoacán María Herrera busca a cuatro de sus siete hijos, desaparecidos: primero dos y luego dos más al cabo de poco tiempo; en Monterrey, Letty Hidalgo busca a su hijo Roy: a quien secuestraron en su casa tras un robo cuando los ladrones preguntaron señalando a los dos hijos de Letty cuál era el mayor y Roy se entregó para salvar la vida de su hermano; en Coahuila, María Elena busca a su hijo Hugo Salazar de quien no sabe nada desde hace casi cinco años; en Jalisco, Doña Nati busca a su hija de quien se despidió una mañana cuando se iba de viaje con su esposo y otra pareja. Al cabo de unas horas mandaron un mensaje de teléfono desde Zacatecas: “No podemos decir nada. Recen por nosotros: nuestra vida corre peligro”, y desde entonces no han sabido nada más de ellos; Margarita López busca en Oaxaca a su hija Yahaira Bahena López, a quien se la llevó de su casa un comando de hombres armados; Ana Enamorado se trasladó a vivir a México desde Honduras y desde hace dos años recorre el país buscando a su hijo Óscar, migrante de quien no sabe nada desde que cruzó la frontera sur... Y así, hasta sumar decenas de miles de casos. A cuál más horroroso, injusto, triste e impune.

Me molesta tener que decir que a ninguna de esas personas se le han encontrado vínculos con el crimen organizado. Me molesta que las víctimas sean sospechosas por el terrible hecho de haber sido desaparecidas o asesinadas o vendidas a una red de trata. Pero parece que cada vez que hablamos del drama de la desaparición forzada en México, debemos recordar que la cantaleta de “algo habrán hecho” que repetían los fascistas en Argentina o el “por algo será” franquista, no aplica. No mueren los culpables. Y ni siquiera los culpables merecen un final así. Parece una aclaración burda y menospreciable. Y lo es, aunque a menudo parezca necesario recordar que las víctimas de México no necesitan nuestra capacidad de sospechar y montar conspiraciones, sino nuestra atención, nuestra empatía y nuestro respeto.

Les decía que casos, lamentablemente, sobran. Nuestra Aparente Rendición, la asociación por la paz que dirijo, tiene una lista con más de 10mil nombres guardados. El mapa de desapariciones que se puede ver en red gracias a la pericia tecnológica de Alberto Escorcia, ubica levantamientos forzados en todos y cada uno de los estados del país. El Gobierno certificó 27mil casos durante el mandato del ex presidente Calderón, pero cifras recientes de la Comisión Nacional de Derechos Humanos afirman que, desde el inicio de la mal llamada guerra contra el narco que comenzó en 2007 y hasta el primer año de mandato de Enrique Peña Nieto, ya son, sin lugar a dudas, 45mil las personas desaparecidos. Y de hecho, son más. En un país con un 98% de impunidad, unas cifras maquilladas desde los Estados y en el que ejercer el periodismo o defender los derechos humanos supone un riesgo, sin duda son muchos más. Las cifras de algunos colectivos de activistas llegan hasta los 200mil. Se abren fosas comunes con cientos de restos humanos, las morgues no dan abasto, los cárteles tienen “cocinas” para disolver a sus víctimas... Y aunque esperamos algún día saber quién murió y dónde están sus restos, hoy la pregunta que toca hacerse es: ¿Dónde están los desaparecidos? Y, desgraciadamente, respuestas también hay muchas y todavía no damos abasto para organizarlas.

Hay muchas formas de desaparecer: hay gente que es secuestrada y por quien se pide dinero y nunca más aparece, gente a la que se llevan de sus domicilios o de lugares públicos comandos de hombres armados o de fuerzas del orden, personas a las que se llevan de la calle (lo que en México se llama “levantón”), alguien que se fue y de quien ya nunca más se supo nada... Y se calcula que una gran parte de todas esas personas hoy yacen abandonados en fosas comunes, cerca de los municipios o en parajes recónditos de difícil y riesgoso acceso. Sin ir más lejos, recientemente se abrió una fosa común en Coahuila donde se descubrió que 800 jóvenes de una zona fueron secuestrados como venganza porque alguien del pueblo había robado unos kilos de cocaína. A los 800 jóvenes los mataron, los descuartizaron y los disolvieron durante tres días de actividad intensa en unos ranchos del noreste del país. De ellos, ya no se sabe nada más. ¿Para qué les sirve un desaparecido?, me preguntaba recientemente una amiga. Y hay tantas respuestas como cárteles, como gentes, como tipos de miedo y de crueldad. Los utilizan para algún mandado, para ser expuestos en escenas macabras, para asustar a una población, para imponerse y darnos miedo y decirnos “aquí estamos”. O tal vez a algún sicario algún capo le mandó matar a dos y como no los encontró mató a otros dos para que no lo mataran, las fuerzas armadas del gobierno levantaron retenes, vieron algo, reconocieron a alguien... imposible saberlo. En todo caso, murieron por nada. Otros probablemente estén trabajando en condiciones de esclavitud para el narco, que secuestra jornaleros, campesinos, técnicos de computación, químicos y migrantes, y mantiene harenes de mujeres o se queda algunas para que les hagan de comer a ellos y a sus secuestrados. Otras más fueron vendidos para trata o fueron utilizados para transportar algo y viven amenazados. En el sur hay colectivos que trabajan exclusivamente con la desaparición de menores que son vendidos a redes de pederastia. Y muchos desaparecidos sin recursos o sin atención mediática sin duda están olvidados en prisiones de mala muerte, sin derechos. Uno tenía una novia que quería un capo. El otro miró mal a la mamá de aquel. Este es el pariente de alguien que una vez no se portó bien. Y pocos, poquísimos, han vuelto. El pasado año se localizaron 80 desaparecidos en todo el país, una gran parte de ellos: muertos. Y caravanas de madres centroamericanas cruzan un par de veces el país y con la ayuda de colectivos visitan prisiones para localizar a sus hijos: víctimas del hacinamiento, la corrupción y la impunidad. En la pasada caravana fueron encontrados, con vida, dos hombres.

Así las cosas en México.

Así de triste este 10 de mayo que mamás de todo el país han viajado al Distrito Federal para caminar juntas. Para reclamar juntas a este gobierno que no las respeta como debería, no las ayuda y la mayoría de las veces ni siquiera las escucha. Dedíquenle, ustedes sí, un minuto de su tiempo. Piensen un momento en ellas. Háganles saber que no están solas.

Hoy 10 de mayo se celebra en México el Día de la Madre y por tercer año consecutivo las mamás de desaparecidos y desaparecidas se manifiestan en la capital del país para demandar al Gobierno de México el cese de la violencia, la búsqueda de sus familiares, la resolución de los casos, estrategias sensatas de búsqueda y de acompañamiento a las víctimas, protocolos efectivos de búsqueda y respeto a su dolor y a la memoria de los suyos. Aunque debería decir “de los nuestros”.

En este tipo de actos en México se repite como consigna: “Los desaparecidos nos faltan a todos”. Y en efecto, si algo hemos aprendido en estos siete años que han pasado desde que el ex presidente Felipe Calderón le declaró públicamente la guerra al narcotráfico -sin las oportunas medidas de protección para la ciudadanía y con unas fuerzas del orden vinculadas, amedrentadas o sin recursos-, es que todos los muertos son nuestros muertos y que, en efecto, los desaparecidos nos faltan a todos. Que la catástrofe que azota al país nos afecta a todas y a todos de una manera íntima y profunda, y que el dolor de miles, cientos de miles, millones de víctimas, ha permeado la sociedad y la ha lastimado. Radicalmente.