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'Aquesta cançó, no!', el libro que muestra el sorprendente perfil los censores de la cultura catalana durante el Franquismo

“No he conseguido saber quién censuró L'estaca, seguramente un alto cargo del MIT [Ministerio de Información y Turismo], porque por el nivel bajo de los 'lectores' [como se conocían entre ellos los censores] alguien le dio el visto bueno, aunque tampoco sabemos quién fue”.

Quien habla sobre la prohibición de radiar y cantar la legendaria canción de Lluis Llach, que acabó siendo uno de los himnos de la lucha antifranquista, es la historiadora y musicóloga Maria Salicrú-Maltas, que acaba de publicar en catalán Aquesta cançó, no! (Comanegra, 2024), un libro apasionante que narra el proceso investigador que rodeó a su tesis doctoral sobre la censura franquista a la Nova Çançó Catalana.

Nova Çançó es como se llamó a la hornada de cantautores en lengua catalana que a principios de la década de los sesenta del siglo pasado comenzaron a componer, guitarra en mano, temas en un idioma que hasta hacía pocos años estaba prohibido en el Estado español. De este movimiento salieron artistas tan populares como Serrat, Lluis Llach, Raimon, Guillermina Mota o Maria del Mar Bonet entre muchos otros.

“Por sus letras contestatarias y catalanistas y su especial repercusión en todo el país, no solo en Catalunya sino también en Madrid y otras ciudades, la Nova Cançó puso muy nervioso al régimen, que se esmeró en censurarla y reprimirla mucho más que a otros movimientos musicales similares en Galicia o Euskadi”, explica Salicrú, que asegura que tras acabar la tesis quedó tan abrumada por la dimensión de la estructura represora de la cultura catalana, que decidió contarlo en una obra literaria.

El resultado es una novela muy bien articulada y con una estructura narrativa que engancha desde el primer momento, tanto al curso de la investigación como a la coyuntura vital de la autora, que se dibuja a sí misma con magnetismo y eficacia. Para no ser menos, el resultado que revela la investigación de Salicrú es escalofriante.

Un engranaje muy bien articulado

Aquesta cançó, no! evidencia que la censura en España no era, como describía en una canción Serrat, cosa de hombres brutales de dientes negros, sino que “la estructura censora del Régimen estaba perfectamente montada y articulada y funcionaba con gran eficacia”, según la investigadora. Sostiene Salicrú que era una red meticulosamente tejida que controlaba cualquier forma de difusión mediática de la cultura y el pensamiento, tanto en catalán como en cualquier otro idioma del Estado.

Explica la obra que en las distintas delegaciones provinciales del MIT existía lo que se llamaba la “habitación de la esquina”, una oficina apartada donde funcionarios y contratados –muchas veces adeptos al Régimen, pero otras, sobre todo año final de franquismo, simplemente profesionales que necesitaban el trabajo– escuchaban discos sin parar y leían incesantemente libros y cancioneros para determinar qué versos podían ser radiados y cuáles no, o qué canciones podían o no cantarse en directo.

Adicionalmente –en el caso de Barcelona en un pequeño cubículo en el hueco de la escalera–, otros funcionarios llamados “escucha de red” se pasaban su jornada laboral escuchando la radio para captar y denunciar si no se cumplía con lo determinado por la censura. Cuando un “escucha” terminaba su jornada, lo sustituía otro sin dilación.

La censura franquista impidió que se radiaran o se cantaran más de 600 canciones en catalán

El lector no puede evitar, en las descripciones que realiza Salicrú de esta suerte de espías, pensar en el protagonista de la película La vida de los otros, de Florian Henckel von Donnersmarck, que describe el sistema de espionaje en la RDA antes de la caída del muro de Berlín. Y no en vano la autora hace mención al final de la obra a este filme para exponer lo obsesivo que llegó a ser el franquismo en su afán de censura.

Cara a cara con los censores

La censura franquista impidió que se radiaran o se cantaran más de 600 canciones en catalán, con la consiguiente frustración y rabia no solo de autores y público, sino también de toda suerte de profesionales que trabajaban en la organización de los conciertos, que podían ser suspendidos en cualquier momento antes o durante su celebración.

“Se llegó a tal punto que muchas veces los artistas viajaban sin acompañamiento y únicamente con la guitarra a la localidad del concierto, porque así, si les suspendían, solo ellos se veían afectados”, explica la musicóloga. También porque algunos conciertos se celebraban de manera clandestina en el comedor de la vivienda de los organizadores, según se relata en el libro.

Lo que más sorprende de la incansable actividad censora de los “lectores” es que estos funcionarios que prohibían con argumentos tan reaccionarios como pueriles eran gente cultivada, sensible y formada

Pero lo que más sorprende de la incansable actividad censora de los “lectores” no es su obsesión con el separatismo, que veían en cualquier matiz o detalle –llegando a prohibir cuentos infantiles porque en ellos se mencionaba la sardana–, sino que estos funcionarios, que prohibían con argumentos tan reaccionarios como pueriles, eran gente cultivada, sensible y formada, muchas veces con trabajos alternativos como profesores universitarios o de instituto y con buen conocimiento del idioma catalán.

Salicrú cuenta la peripecia que le llevó a contactar con muchos de ellos. No encontró personas adustas y reluctantes a la entrevista, sino amables ancianas y ancianos que le facilitaron la tarea y la llenaron de atenciones. Varios de ellos, como el “lector” valenciano de la sede central de Madrid José Mampel Llop, uno de los grandes censores de las letras de la Nova Cançó al que Salicrú denomina “el lobo”, incluso le regalaron libros y poemarios que habían escrito.

De día censurando y de noche coreando las canciones censuradas

La historiadora incide especialmente en la relación que desarrolla con Mampel Llop, “el lobo”, un antiguo funcionario castellonense al que ella habla en catalán, por petición expresa del mismo, y él le contesta en castellano porque apenas recuerda su lengua materna. Pero “el lobo”, voraz censor en los años sesenta y setenta, es reacio al principio a confesar su papel, si bien al final lo admite pero apunta, siendo muy religioso, que Dios conoce sus pecados y los ha perdonado.

Otro censor notable de la central de Madrid, Gregorio Solera Casero, también de edad avanzada, la lleva al edificio del Ministerio de Defensa, antigua sede central del MIT donde había sido funcionario censor de rango medio, y consigue entrarla en los despachos haciéndola pasar por su sobrina con el fin de mostrarle sobre el terreno cómo se organizaba la oficina central de la censura en España.

Pero tal vez el caso más chocante es el de las funcionarias de las delegaciones provinciales de Lleida y Girona en los setenta, jóvenes contratadas que ideológicamente están muy alejadas del franquismo, pero que censuran sin piedad según las indicaciones que les dan sus superiores.

Tras determinar qué canciones no se podían cantar en el concierto que se celebraría unas horas más tarde, acudían al evento como un fan más y pedían a gritos las canciones censuradas por ellas mismas

No obstante, le reconocen a la escritora que, tras determinar qué canciones no se podían cantar en el concierto que se celebraría unas horas más tarde, acudían al evento como una fan más y pedían a gritos las canciones censuradas por ellas mismas, llegando a corearlas si el o la artista accedía cantarlas.

En este ambiente se mueve Aquesta cançó, no!, una novela que navega entre el thriller de investigación académica, con tintes a veces kafkianos, y la descripción de un tiempo y de un país que por fortuna quedan hoy en día muy lejos. Pero que conviene conocer porque, como dejó escrito el pensador estadounidense de origen español George Santayana: “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”.