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ENTREVISTA
Economista y activista

Arcadi Oliveres: “Voy a morir sin ver caer la monarquía, pero lo veréis en cuatro días”

Arcadi Oliveres, en el salón de su casa en Sant Cugat del Vallès

Pau Rodríguez

12 de febrero de 2021 22:42 h

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Estos son los últimos días de vida de Arcadi Oliveres. Su horizonte es breve, pero lleno de amor, tal como lo describió su familia. A sus 75 años, este economista y profesor universitario, incansable activista y conferenciante, afronta un pronóstico terminal de cáncer junto a su familia, en su casa de Sant Cugat del Vallès. En un gesto nada habitual, sus hijos abrieron una web para que la gente le mande mensajes de afecto y los más de 5.000 recibidos han convertido su adiós en algo público, colectivo y hermoso. 

Sentado en la butaca del salón, donde recibe a más de una decena de personas al día, Arcadi Oliveres explica que físicamente está todo lo bien que puede estar, mientras que, anímicamente, se describe como “demasiado eufórico”. Después de encajar el diagnóstico solo, ingresado en el hospital, ha pasado de “la oscuridad más absoluta” a “la luz que nace cuando estás con amigos y familia”. Ya en casa, se siente acompañado y feliz. Y esto le da el ímpetu necesario para seguir con lo que le apasiona: hablar de las grandes injusticias de nuestras sociedades y discutir cómo superarlas, desde la crisis de los alquileres hasta el hambre en el mundo, ya sea un periodista el que le pregunta o cualquiera de sus nietos, que suelen correr por casa muy a menudo.

En su último libro Paraules d'Arcadi (Angle Editorial), que se acaba de publicar este mes y que se gestó antes de conocer su enfermedad, Oliveres ordena sus ideas sobre luchas pasadas y aporta sus reflexiones sobre retos futuros que ya son presentes: la crisis climática, la migratoria o el fin de la monarquía, un deseo para él “ineludible” que sabe que no verá, aunque cree que por poco llegará. Pero lo mejor del libro, dice, es el prólogo. En él aparecen sus conversaciones con los nietos. Les dice que el mundo anda revolucionado. El mayor, de 11 años, le suele coger el periódico cada mañana para leérselo entero, como hacía él con el de su padre, y luego lo comentan. “Aquí solemos tener una bola del mundo –señala un rincón del salón– y muchas veces la cogemos y vamos tanteando: que si esto es Rusia, esto es la frontera de México y Estados Unidos…”

Una de las tareas estos días de Oliveres consiste en idear su funeral. El mensaje que quiere transmitir, dice, es “bien sencillo”: “El de un señor llamado Jesucristo, que nació hace dos mil años y que decía 'amaros los unos a los otros'”. Como creyente, le ha pedido acompañamiento espiritual a un amigo sacerdote, el mismo que ayudó en su etapa final de vida a Marcel, su hijo, que falleció a los 28 años, hace una década, pocas semanas después del 15-M. 

Su familia abrió la web para que le enviasen mensajes y lleva ya miles. ¿Se lo esperaba? 

Hombre, esperaba mensajes, porque en toda mi vida no he hecho otra cosa que moverme de un sitio para otro, pues al final la gente te conoce. Además yo juego con ventaja. Cuando me jubilé, en 2016, hice una pequeña tontería, que es calcular cuántos alumnos y alumnas había tenido: eran aproximadamente 17.000. Con lo cual, eso es señal de que a alguien he conocido. Pero que llegue a cientos y miles de personas no me lo esperaba y me hace aparecer como un maleducado, porque debería darles señales de vida y muestras de agradecimiento y lo único que he podido hacer son respuestas de tipo general.

Mucha de la gente que le escribe son antiguos alumnos suyos de la Universitat Autònoma de Barcelona o personas que asistieron a sus charlas. La mayoría de ellos coinciden en que usted cambió su forma de ver el mundo.

Algunos lo dicen, muy gentilmente. Sí te voy a decir que cuando empiezas a hacer balance de tu vida, y alguien –que no serán 17.000 personas, quizás 17 a secas– te dice que fue alumno tuyo, o que trabajaba en un banco especulativo y decidió cambiar de trabajo tras escuchar alguna de mis charlas, e incluso alguno lo consiguió, es un placer. Si alguien ha abandonado las finanzas especulativas y estas tonterías solemnes que se enseñan en las facultades, arriesgando su sueldo fijo, para dedicarse a la economía como un instrumento honesto al servicio de las personas, pues mejor que mejor. 

En una sociedad que trata la muerte como algo privado, a veces un tabú, usted lo ha afrontado abiertamente. ¿Cómo se prepara para un momento como este?

Carambolas. Toda mi vida, desde el nacimiento hasta mi muerte, han sido carambolas. La suerte de haber nacido en una determinada familia, con una determinada educación, de haber convivido en una época política básica, de que mis padres fueran de una forma, mis hijos de otra... Cuando hace tres semanas estaba en el hospital, estaba convencido de que tenía una cosa distinta. Y cuando me dijeron que era un cáncer de páncreas terminal, el más agresivo, entonces sí me di cuenta de que era el fin, de que había que prepararse, y fue fácil. Porque la preparación ha sido el cariño, el amor y la estimación de mis amigos y familiares, empezando por mi mujer.

Una vida, incontables causas sociales

Pocos como Arcadi Oliveres pueden presumir de haber despertado la conciencia política de tanta gente, de jóvenes y ancianos, con sus clases en la facultad y sus charlas allí donde le llamasen. Al volante de su coche, casi siempre solo, acudía ahora a un centro cívico, ahora a una asamblea sindical o a una escuela pública. Hubo años, en la década de los 2000 y durante la crisis económica, que llegó a impartir más de una conferencia al día. Más de 500 al año. No suele tener un no para nadie. “El único criterio era tener la agenda libre”, sonríe. 

Su conciencia política se despertó en casa, en una familia catalanista del barrio del Eixample, pero sobre todo en la Escola Pia Nostra Senyora y, después, en la universidad. Una de sus primeras militancias fue la creación del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB), en 1966, episodio casi fundacional para toda una generación de activistas antifranquistas. Siempre ligado a entidades cristianas por la justicia social, como Justícia i Pau o Pax Christi, ha defendido incontables causas sociales, desde la abolición de la pena de muerte o la Marxa de la Llibertat durante la Transición hasta el 15-M o la campaña Volem acollir, más recientemente.

Enemigo declarado de los grandes bancos y de la industria armamentística, Oliveres ha dedicado gran parte de su trayectoria a reivindicaciones de carácter internacional, como la campaña del 0,7% para la cooperación, el consumo responsable o el movimiento antiglobalización. Todas ellas causas que pueden parecer perdidas, pero que él nunca ha sentido como utópicas. “Soy optimista porque las cosas objetivamente se pueden mejorar”, resume, cartesiano. 

“Tenemos que sacarnos de encima la voluntad de acumulación, de tener por encima del ser. ¿Frente a esto qué hay? Educación, educación y educación”, proclama. Y pone un ejemplo: “Si me llama Vodafone y me dice que me ofrece el mes que viene pagar cinco euros menos, a mí esto me da igual. Yo lo que quiero es que el día que un señor no pueda pagar a Vodafone, que cualquier día podemos ser nosotros, no le corten el teléfono. Si el mundo se mueve en función de las ganancias económicas, no haremos nada”, resume.

¿Hay algún denominador común que una todas las causas en que ha participado?

El deseo de bienestar humano. Para mí, es nuestra obligación hacer feliz a la población mundial, sabiendo que estamos en un planeta que tiene recursos científicos, académicos, comunicativos y todo lo que quieras para que la gente pueda vivir dignamente. Hasta cierto punto, claro, porque el planeta tiene sus límites y esta es una de las conclusiones positivas de la pandemia, que nos estamos dando cuenta de ello. 

Dice que ha hecho balance. ¿Hay alguna reivindicación de la que haya extraído algún aprendizaje especialmente valioso?

Todas están en la misma línea. Pero por las fechas que atravesamos, y charlando con amigos, una de las que más me ha satisfecho es la reivindicación de las personas migrantes. El 1 de marzo se conmemoran los 20 años del encierro en la Iglesia del Pi de Barcelona. Fui uno de los activistas que reivindicaron frente a la Delegación del Gobierno para que pudieran entrar dignamente sin ser perseguidos. Fue una lucha larga, con 1.300 personas encerradas varias semanas en un recinto con solo siete lavabos. Pero cuando salieron, tenían papeles para todos. Los inmigrantes son ciudadanos como cualquiera y el sistema aplicado por la UE para no dejarlos entrar, o para que se mueran ahogados en el mar, ¡es absolutamente fascista! Me excito con este tema porque es un derecho humano fundamental.

En su nuevo libro explica que, al participar en la famosa contracumbre de Seattle, episodio clave del movimiento antiglobalización, aprendió que decir 'no' no es suficiente. Que hay que buscar siempre alternativas.

Bueno, si acaso lo reaprendí en Seattle. Porque lo de decir 'no' ya me lo explicaba Raimon con su famoso Diguem no. No queríamos este mundo. Pero esta es la primera parte. Si no queremos este mundo, hay que buscar otro. A partir de aquí empieza la búsqueda de otras formas de convivencia, de respeto a la naturaleza, de aprovechamiento energético, de actuaciones bancarias. Yo he tenido la enorme suerte de participar en un movimiento que en Catalunya ha tenido mucha fuerza, que es el del consumo responsable. Que seamos capaces de ver en qué banco ponemos el dinero, en qué tienda compramos los productos. Actuar en consecuencia.

Una palabra que para mí es sagrada es la coherencia. Aunque sé que nunca lo seremos al 100%. Yo soy muy contrario a una multinacional perversa como es Nestlé, que con su leche en polvo mató a miles de niños en África, pero un pequeño vicio que tengo es que me gustan los bombones de la caja roja y la gente lo sabe y me los trae. ¿Podemos tomar unos bombones y dormir con la conciencia tranquila? Solo faltaría.

Una vida política sin ser político

Arcadi Oliveres se ha dedicado siempre a la política, pero nunca a la institucional. Desde los atriles de la universidad hasta las plazas, siempre ha tenido conciencia de que lo que hacía era política. Uno de los casos más recientes y de mayor intensidad fue para él el 15-M, que le pilló ya en edad de jubilación. Muchas veces le han preguntado qué queda de todo aquello, ahora que se cumplen diez años. Suele contestar que mucho: “De entrada, queda el diguem no, esa señal de protesta de que el mundo no te gusta. Y luego la voluntad de cambio con las mareas que surgieron”. 

Otra pregunta que le hacen a menudo es por qué nunca quiso entrar en la política parlamentaria. Por ofertas no ha sido. Una de las últimas iniciativas que impulsó, junto a muchos otros activistas, fue la del Procés Constituent, una plataforma cívica que trató de aglutinar a todos los partidos de izquierda transformadora, de la CUP a los Comuns. “Nunca me atreveré a criticar a aquellos que han optado por entrar en política, porque tengo muy buenos amigos que lo han hecho, gente entrañable. Pero para mi es como si me pidieras organizar partidos de fútbol: no tengo ni idea. No ha sido nunca mi opción”, esgrime. 

En los últimos años le hemos visto menos en público. ¿Qué ha ocupado su pensamiento?

Primero, cuando te jubilas pierdes presencia pública. Y por temas de salud también he tenido altibajos. Además, la vida pública catalana se ha centrado fundamentalmente en el tema independentista, y yo soy independentista, pero creo que ha absorbido demasiado la vida política del país. Yo la independencia la firmo, pero ¿con banca privada o pública? ¿Con o sin inmigrantes? ¿Con o sin monarquía? Hasta hace días yo decía: la independencia no la veré, pero sí la caída de la monarquía, que es para mí un deseo ineludible, en España, Inglaterra o Tailandia. Son instituciones delictivas que violan los derechos humanos. Creo que voy a morir sin verlo, pero vosotros sí lo veréis, en cuatro días. Hay que hacerlas caer.

Nos decía que sus hijos le piden algunas píldoras, consejos para cuando no esté. ¿Tiene la sensación que debe dejar píldoras para la gente que le ha seguido?

No… Hay muchos libros, dejemos a la gente en paz. Además, cuidado, yo viviré los días que sean, pero también hay que tener en cuenta que mi manera de pensar ya no estará contextualizada con los sucesos diarios. El hambre y la ecología, los grandes problemas, existirán seguro, pero el día a día no. Por lo tanto, no vamos a molestar a la gente.

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