“La universidad es la nueva educación primaria”. Bajo este titular llamativo, David Lizoain nos ofrecía un análisis de los datos del paro que resultaba impactante. La universidad no estaría garantizando éxito laboral para las personas jóvenes con estudios superiores y al compararlas con las personas mayores de 55 años con estudios primarios tendríamos tasas de paro muy parecidas. El imaginario de nuestra sociedad nos ha invitado a pensar que si accedíamos a la educación superior, tendríamos garantizado el disfrutar de una acogida cálida en el mercado de trabajo, tendríamos trabajo siempre y un sueldo que se iría agrandando a medida que pasaran los años y progresáramos en este supuesto mercado laboral amigable.
Las personas jóvenes que hoy terminan sus grados universitarios tienen dificultades para encontrar el primer trabajo y cuando lo hacen suele ser bastante precario. Los datos del Instituto Nacional de Estadística nos indican que en los últimos trimestres el comportamiento del paro para una persona joven universitaria de 25 años es muy parecido al de una persona mayor de 55 que no habría ido más allá de la primaria, tal como nos explicaba Lizoain. Es una clara evidencia de la dureza de la situación que estamos viviendo y hay que tener presente que no sólo afecta a las personas jóvenes. ¿Todo esto quiere decir que la educación ya no es un buen predictor de la futura trayectoria laboral? Probablemente lo es menos, pero no podemos decir que ya no lo sea. Entre las personas jóvenes, los datos nos dicen que teniendo estudios más avanzados más posibilidades de encontrar trabajo.
El mercado laboral que tenemos no nos invita a pensar que la formación haya dejado de ser relevante. Pero hace falta una reflexión sobre la relación que queremos establecer entre educación y ocupación laboral. ¿Toda la formación debe estar relacionada con un futuro puesto de trabajo? ¿Cuál es la formación más adecuada para encontrar trabajo? ¿Hay que estudiar más años? ¿Cuál debe ser el papel de la universidad y de la formación profesional? ¿El mercado laboral está preparado para la formación de nuestras personas jóvenes ? Las empresas y las instituciones están a su altura?
Y no sólo eso, también serían deseables algunos cambios en la concepción de lo que son las “buenos trabajos” y “malos trabajos”. Actualmente oímos hablar mucho de personas que teniendo niveles de calificación que podemos considerar elevados (másters, doctorados) se lamentan por tener que estar “limpiando lavabos”, aquí, en Londres o donde sea. De manera poco crítica consideramos esto un grave problema de nuestra sociedad. Pero, ¿cuál es el problema en concreto? ¿El problema es que una persona con título de máster o doctorado tenga que limpiar retretes? ¿O el problema es que en nuestra sociedad haya una división que penalice con trabajos que asumimos como desagradables y poco agradecidos a las personas? Habría que revisar lo que José Manuel Naredo ha presentado como la Regla del Notario: la valoración de las tareas tiende a hacerse en proporción inversa a la penosidad de las mismas, haciendo que las que son físicamente menos costosas y humanamente menos penosas, se lleven la parte más importante de la retribución. Mientras que las tareas, por ejemplo, de mantenimiento y cuidados tienen poca valoración social y muy escasa o nula retribución económica.
Hace unos años, cuando sólo se empezaba a prever la situación socio-económica que estamos viviendo hoy, algunas personas ya llamaron la atención sobre la reforma que vivía la universidad y las consecuencias que podía tener. Francisco Fernández Buey en el debate sobre el llamado “Plan Bolonia” durante el curso 2008-2009 planteó: “A medida que los hijos de los trabajadores llamaban a las puertas de la universidad y lograban entrar en ella, los antiguos primeros ciclos de buena parte de las carreras universitarias se han ido convirtiendo casi en prolongación del bachillerato...”. Ahora las personas pueden estudiar más años, pero eso no les asegura que después puedan desarrollar una profesión no considerada de baja cualificación. Pensando en todo esto, parece indispensable hacer todo lo posible para dar respuesta a una doble pregunta relacionada: ¿Qué sistema educativo y productivo queremos?
Mientras tanto, continuando hablando de la educación, no podemos obviar los obstáculos existentes para acceder a la universidad, el riesgo de crecimiento y consolidación de las desigualdades que puede generar la formación universitaria recibida, la falta de una apuesta decidida por la formación profesional y las graves carencias en educación continuada a lo largo de la vida. También sería deseable valorar la importancia del baile, del juego y del entusiasmo a nuestra vida... Mucha gente ha hablado de ello a lo largo de la historia, un corto reciente lo hace desde la situación actual. No será nuestra sociedad si no se puede bailar y jugar.
“La universidad es la nueva educación primaria”. Bajo este titular llamativo, David Lizoain nos ofrecía un análisis de los datos del paro que resultaba impactante. La universidad no estaría garantizando éxito laboral para las personas jóvenes con estudios superiores y al compararlas con las personas mayores de 55 años con estudios primarios tendríamos tasas de paro muy parecidas. El imaginario de nuestra sociedad nos ha invitado a pensar que si accedíamos a la educación superior, tendríamos garantizado el disfrutar de una acogida cálida en el mercado de trabajo, tendríamos trabajo siempre y un sueldo que se iría agrandando a medida que pasaran los años y progresáramos en este supuesto mercado laboral amigable.
Las personas jóvenes que hoy terminan sus grados universitarios tienen dificultades para encontrar el primer trabajo y cuando lo hacen suele ser bastante precario. Los datos del Instituto Nacional de Estadística nos indican que en los últimos trimestres el comportamiento del paro para una persona joven universitaria de 25 años es muy parecido al de una persona mayor de 55 que no habría ido más allá de la primaria, tal como nos explicaba Lizoain. Es una clara evidencia de la dureza de la situación que estamos viviendo y hay que tener presente que no sólo afecta a las personas jóvenes. ¿Todo esto quiere decir que la educación ya no es un buen predictor de la futura trayectoria laboral? Probablemente lo es menos, pero no podemos decir que ya no lo sea. Entre las personas jóvenes, los datos nos dicen que teniendo estudios más avanzados más posibilidades de encontrar trabajo.