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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El Dios de la innovación

En el famoso preámbulo de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, Thomas Jefferson, uno de sus Padres Fundadores, señalaba que Dios había otorgado a los hombres –no dice nada de las mujeres–, entre otras, tres verdades inalienables: la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Los documentos iniciales de la gran potencia americana se encuentran llenos de referencias religiosas, además de filosóficas. Esto es así porque la intelectualidad colonial inglesa de finales del siglo XVIII que impulsó la independencia se encontraba ampliamente influenciada por las formas de religiosidad protestante, así como por las ideas de la Ilustración que recorrían entonces Europa. Entre otras cuestiones, la Reforma del cristianismo hizo recaer sobre la persona la responsabilidad última de la salvación divina. Así, valores como el individualismo o la austeridad son inherentes a la ética protestante.

Nada más lejos, pues, de las bases espirituales y culturales norteamericanas que la última reforma impulsada por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de España, y su ínclito ministro, el señor Wert. Hablamos de la idea de re-introducir en el currículum oficial de las escuelas la asignatura de Religión como materia evaluable. En el programa de la disciplina publicado recientemente en el Boletín Oficial del Estado (BOE) aparece, entre los criterios de evaluación, y dentro del bloque relativo al sentido religioso del hombre –de nuevo, más de dos siglos después, se olvidan de las mujeres-, el reconocimiento de la incapacidad de éste para alcanzar por sí mismo la felicidad. Sin duda, si Jefferson, Franklin o alguno de estos levantara la cabeza, volvería a esconderla casi de inmediato. Hace ya tiempo que la idea del Gobierno del Partido Popular (PP) es acabar con los servicios públicos -la sanidad o la escuela- del semi-Estado del Bienestar que nos habían acompañado hasta ahora, algo compartido con el sistema social individualista por excelencia, el norteamericano, faro indiscutible de estas políticas. Pero parece que lo que no están dispuestos a copiar en el PP es que esta transición hacia un Estado Neoliberal se produzca sin darle a la Iglesia Católica su parcelita de poder, algo que se lleva a cabo, además de mediante otros elementos, a través de la implantación de la asignatura de religión como herramienta de control social en las escuelas.

De este modo, si en Estados Unidos el único responsable de encontrar la felicidad individual es uno mismo, aquí el único responsable de otorgar la misma, además de Coca-Cola y su chispa, es Dios a través de su Iglesia.

Sin embargo, en esto en Barcelona, como siempre, somos unos adelantados. Si ya hace unos años que nuestra ciudad se presenta como el mejor y más avanzado laboratorio de prácticas urbanas neoliberales, en esto de la felicidad estamos también a la última y hemos llegado a la conclusión de que ni Dios ni la Iglesia son los últimos responsables. No, se trata, atención, de la innovación. Sí, porque la última publicidad con las que invade las calles y las farolas nuestro querido Ajuntament nos dice que, no solo somos una ciudad que se gestiona inteligentemente –una Smart City, se entiende–, la primera de Europa en calidad de vida para los trabajadores (sic) y líder en el Sur del continente en la utilización de las TIC, sino que, además, aquí la innovació té un link a la felicitat. Y ya está, ni Declaración de Independencia ni nada.

Lo que pasa es que a mí me da que, al final, es todo lo mismo. Solo que para unos su Dios no es de este mundo y para los otros, los supuestos innovadores, es el dinero.

En el famoso preámbulo de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, Thomas Jefferson, uno de sus Padres Fundadores, señalaba que Dios había otorgado a los hombres –no dice nada de las mujeres–, entre otras, tres verdades inalienables: la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Los documentos iniciales de la gran potencia americana se encuentran llenos de referencias religiosas, además de filosóficas. Esto es así porque la intelectualidad colonial inglesa de finales del siglo XVIII que impulsó la independencia se encontraba ampliamente influenciada por las formas de religiosidad protestante, así como por las ideas de la Ilustración que recorrían entonces Europa. Entre otras cuestiones, la Reforma del cristianismo hizo recaer sobre la persona la responsabilidad última de la salvación divina. Así, valores como el individualismo o la austeridad son inherentes a la ética protestante.

Nada más lejos, pues, de las bases espirituales y culturales norteamericanas que la última reforma impulsada por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de España, y su ínclito ministro, el señor Wert. Hablamos de la idea de re-introducir en el currículum oficial de las escuelas la asignatura de Religión como materia evaluable. En el programa de la disciplina publicado recientemente en el Boletín Oficial del Estado (BOE) aparece, entre los criterios de evaluación, y dentro del bloque relativo al sentido religioso del hombre –de nuevo, más de dos siglos después, se olvidan de las mujeres-, el reconocimiento de la incapacidad de éste para alcanzar por sí mismo la felicidad. Sin duda, si Jefferson, Franklin o alguno de estos levantara la cabeza, volvería a esconderla casi de inmediato. Hace ya tiempo que la idea del Gobierno del Partido Popular (PP) es acabar con los servicios públicos -la sanidad o la escuela- del semi-Estado del Bienestar que nos habían acompañado hasta ahora, algo compartido con el sistema social individualista por excelencia, el norteamericano, faro indiscutible de estas políticas. Pero parece que lo que no están dispuestos a copiar en el PP es que esta transición hacia un Estado Neoliberal se produzca sin darle a la Iglesia Católica su parcelita de poder, algo que se lleva a cabo, además de mediante otros elementos, a través de la implantación de la asignatura de religión como herramienta de control social en las escuelas.